Quizás el éxito del fútbol resida en su sencillez, quizás haya sido capaz de llegar a todo el mundo a través de una única figura llamada balón o quizás porque es el único deportes que se juega exclusivamente con los pies. Salvo por un único jugador, el portero, también conocido por cancerbero. Termina el partido, recoges tu botellita de agua, te secas por última vez con la toalla, te despides de los postes si es que ese día jugaron a tu favor y agradeces a tu defensa los servicios prestados de haber hecho algo más que romper el fuera de juego. Te encaminas al centro de campo a realizar esa rutina respetuosa, casi de carácter burocrático podríamos llegar a decir, que supone despedirte del equipo contrario y de una figura en particular. Esta vez sin guantes, la complicidad con aquel individuo que se situaba a mas de 100 metros de distancia de ti se nota en el ambiente, una cómplice sonrisa y una palmadita en la espalda por parte del ganador. Con nadie habías hablado durante los 90 minutos salvo por gritos correctores y esta vez llego el momento, intercambiamos unas palabras, nos guiñamos el ojo como muestra de respeto mutuo y marchamos con nuestros respectivos equipos sin poder olvidar que una vez más, pusimos la cara donde el resto puso los pies. No debemos de concluir explicar que la palabra cancerbero encuentra su explicación en la mitología griega. Las puertas del Infierno estaban protegidas por un perro de tres cabezas cuyo nombre era Kérberos (Cervero).Siempre se ha dicho que para ser portero hay que estar loco. Tus acompañantes son la soledad, un trabajo especifico y una responsabilidad llamada perfección. Cada fallo que cometas se compensará con recoger el balón de tus redes. Ademas si todo esto fuese poco, como premio, más a menudo de lo que desearías te colocan bajo el larguero cual fusilado fueses. Y para que no pases desapercibido te visten de otro color para crear distinción. Distinguido como Jorge Campos. El espejo de otros muchos que llevaron vestida su cuerda locura.