“There’s a story in your voice
Both by damage and by choice”. Elvis Costello
Enriquecida por lo que allí se habló, redactada convenientemente y enlucida por unas cuantas imágenes esta es, en esencia, la charla ofrecida en Gijón, miércoles 9 de Noviembre (2011), en el CICA dentro del ciclo Por el camino de Clint Eastwood y bajo el título A la Vuelta de Clint Eastwood (El retorno del héroe) - Programa del ciclo -. -Versión PDF: Eastwood-Héroes y retornos (Adrián Esbilla. 11-11-2011)
Dennis Lenahe le decía a Víctor Guillot en una entrevista que no quería escribir la gran novela americana, como mucho una gran novela urbana y que lo importante era contar la historia más honesta, no las más bella. Otro gran escritor del American Noir como George Pellecanos, guionista encima en ese monumento que es The Wire, al igual que el antedicho, afirma que el género es un molde para una literatura social, obrera. Este último tramo de la carrera de Eastwood, precisamente desde Mystic River (2003), disuelve al completo los géneros, un tendencia presente en su obra desde el mismo principio, y se sumerge en la narrativa social americana.
Todo lo cual no solo los redime a ellos en cuanto a personajes, el Frankie Dunn de Million Dollar Baby (2004) o el Walt Kowalski de Gran Torino, sino que redime, o redefine una vez más, la propia imagen de Eastwood. Una imagen estelar pétrea que el cineasta siempre se ha complacido en explorar en toda su paradójica fragilidad. Según esa lógica, unida a la del retorno que vertebra toda su obra con elegancia, los hipermachos, perdedores obstusos orgullosos de serlo, reverberan y se proyectan, sin que cueste identificar al soez y misántropo veterano de Corea Highway de El sargento de hierro (1986) en el viejo odioso de Gran Torino, el cual, además es tan cerrado de mente como su policía de Ruta Suicida (1976) y escupe a todo quisque igual que hacía Josey Wales (El fuera de la ley, 1976). Por añadidura este film, testamentario en muchos aspectos, está unido sólidamente al americana, simultáneamente ligero y fúnebre que fue El aventurero de medianoche, gemelos ambos, y con la no menos excelente Un mundo perfecto (1994) a modo de puente y Million Dollar Baby ejerciendo de variación, en su tratamiento, nada banal, de la amistad intergeneracional y el aprendizaje y en la valoración de la certeza de la muerte.
Se podría simplificar este viaje del cual hablaba antes diciendo que Eastwood tiene que aprender a ser héroe pues su figura en el cine nace anti-héroe. Sí pero no. Desde mediados de los 60 el cine, y la sociedad en general, habían recibido una aplicación fulminante de un potentísimo disolvente conocido como cinismo. Su acción había afectado a los 3 géneros masculinos: el western, el thriller y el bélico, a sus correspondientes figuras central y, como estábamos ya modernos, a sus múltiples hibridaciones. ¿Cómo iba a sobrevivir el héroe en semejante circunstancia? Pues disfrazándose de “anti”.
Leone toma la figura, directamente mitológica del héroe del western y le realiza un vaciado integral. Si el héroe del western clásico es trágico, según Anthony Mann el ideal era aquel capaz de matar a su propio hermano, el italianizado será cómico. De acuerdo a eso de Billy Wilder de que la comedia es tragedia más tiempo. El hombre sin nombre no solo apiolaría a su hermano sino que lo remataría con una frase sarcástica.
Frente al psicologismo que se había apropiado del western en los 50 y opuesto por igual a la inminente revisionismo desmitificador Leone opone la hipermitificación. Piensa que aquellos que tienen necesidad de destruir los mitos lo hacen porque no son capaces de fabricarlos. El nuevo héroe del spaghetti-western, tal es su egoismo primordíal, podría denominarse “auto-héroe” y nace de un feliz sincretismo de picaresca mediterránea, iconografía norteamericana y ritualismo japonés. Estilización absoluta, un grado cero de la abstracción que lo emparenta con la figura, longilínea, hierática, y con el sentido cíclico de la saga de Budd Boetticher y Randolph Scott pese a que su dimensión metafísica difiera. Eso por un lado. Por otro, el de las motivaciones lo reduce igualmente: la venganza y el dinero. Pero este no como un medio sino como fin absoluto. Una ironía cada vez más brutal tomada del clásico Veracruz (1954) de Robert Aldrich, del cual
El personaje de Eastwood es pura commedia dell’arte, además de un catalizador y una carcasa resonante. En palabras de Ángel Comas es “ frío, lacónico, feroz y sin ningún tipo de remordimientos, que no tiene un pasado pero tampoco un futuro. Con clarividencia Leone le convirtió en un inquisidor que hacía preguntas como qué es bueno, qué es malo, qué es el orden, qué es la ley, qué es la justicia”(6). Suena familiar. Eastwood exploraría esto a conciencia, incluso no es difícil verlo trasladado a Harry el sucio. Así lo cree John Milius: “Los westerns de Leone me maravillaron inmensamente. Y Harry Callahan solo podía ser interpretado por su protagonista. No es un tipo como Bruce Willis en La jungla de cristal, tiene una
Como actor Eastwood también se convierte en una carcasa, en un rostro/estilo codificado por Leone pero perfeccionado por él mismo. Inteligente, hace de su inexpresividad juvenil virtud minimalista. Algo que en Fuga de Alcatraz lleva al extremo del laconismo, al igual que esa constante del héroe que parece de ninguna parte y se va a ningún lugar, abstracción del cine carcelario esta vez. Como Aki Kaurismäki sabe que el estoicismo y la inacción multiplican los efectos. Si menos es más, mucho menos es mucho más.
De esta película sorprenden sus similitudes con la futura Harry el sucio (1971), con momentos realmente próximos y similar idea de la violencia dentro/contra el sistema; la denuncia de los métodos violentos y su simultanea aparición como indispensables, aunque no deseables. De hecho este film de Ted Post, primera producción Malpaso carta de libertad para el cineasta, se asemeja mucho más a Harry que esa comúnmente tomada por precuela oficiosa que es la Jungla humana (1968), la cual no pasa de ser una operación comercial para testar el posible atractivo estelar del divo en un contexto contemporáneo, pero menos, gracias a conservar los atributos externos y de carácter de sus cowboys despreciativos y chulescos. Su ambigua imagen de héroe desagradable se confirmaba y quedaba acreditado como, parafraseando al Sargento Highway, “máquina de matar y amar”. El desafío de la águilas (1969), la cuál parece cumplir el rol que títulos como Licencia para Matar o Firefox (1982) ocuparián en los 70 y 80, o Los violentos de Kelly (1970) ejecutarían idéntica operación en el bélico. La segunda ,con guiños descarados a Leone y una mala baba que el tiempo a reivindicado avanza el prurito autoparódico de Eastwood, aunque este, curiosamente, resulta bastante opacado por sus geniales compañeros de reparto Telly Savalas, Donald Sutherland y Don Rickles. La película no le gusta demasiado.
En una de sus secuelas un personaje dice que Harry es “la única constante en un mundo cambiante”. En apariencia dace bueno eso del Old ways de Neil Young de que no se le puede enseñar un truco nuevo a un dinosaurio. Pero Harry también es el más afinado y estilizado hombre fuera del tiempo del gran policial Americano de los 70. Siegel, pese a lo que su estilo directo pueda indicar, asimila perfectamente la retórica abstracta de Leone en una combinación cinemática de líneas horizontales y verticales, desplazamiento y quietud, nocturnos y diurnos que envuelven un enfrentamiento primordíal. Un hombre de códigos simples, de otros tiempos y otros ámbitos enfrentado a una época de rugiente claroscuro moral. Es un extraño ejemplar de desencantado idealista, de antisistema defensor del sistema, un igualitario absoluto pues odia a todos al mismo nivel. Un fachada en realidad, otro revestimeinto cínico para no dejar
Por desgracia al igual que Miller se ha vulgarizado como autor también lo hizo Harry en sus secuelas, reducido a un cliché de tebeo malo que aplica justicia instantánea. Pero Eastwood nunca se cansa de mirar a sus personajes hasta que los exprime. En Impacto súbito (1983), dirigida por él mismo, ofrece la más estimulante secuela del personaje: un catalizador de venganzas ajenas colocado frente a su contrafigura, una pintora violada que busca venganza pura y dura, igualados ambos en desesperación.
Fantasmas otra vez. De vuelta a los 70 con ellos. Infierno de cobardes lleva hasta el más puro final lo aprendido con Leona, quizás porque de aquella se tiraban de los pelos e Eastwood quería discutirle el terreno y hasta el balón. De tal manera configura un western-fantástico, que si por un lado presenta paralelismos con un excelente título b de Jack Arnold (por cierto que este había dirigido a Eastwood en Tarántula, halla por 1955) para Audie Murphy, No name on the bullet (1959) donde la aparición de un misterios contract-killer revelaba la entraña podrida de una pequeña comunidad, por otro
Como ángel vengador más desagradable imposible Eastwood no solo propone la entrada del género en el territorio de los espectros, planificación de cine de terror incluida que repetirá en Sin perdón, sino que amplía, con base en Un puñado de dólares, una tipología o más bien un paradigma heroico que se encuentra a lo largo de su filmografía, por lo común mezclado con otros y recibiendo un tratamiento positivo, al contrario que en esta ocasión fundacional: el héroe como catalizador del cambio. Un elemento, por lo común violento, que como tal debe de tener una intervención breve, revolucionaria y definitiva para desaparecer a continuación, dejando la gestión del nuevo statu quo en manos de aquellos a quines ha ayudado. Es decir eso que tan bien expuso Alan Moore en V de Vendetta (1982/1988) y que formuló el filósofo esloveno Slavoj Zizek, preferido de la posmodernidad, como “el mediador evanescente”. Empleada sin ningún tipo de pedantería esta figura/idea aparece también en Poder absoluto, de manera harto sutil en Los puentes de Madison (1995) antes ,y algo más difusa, en El aventurero de medianoche y claro está en la recapitulación que es Gran Torino. Pero si en alguna es motivo central es en la inagotable y fantasmática El jinete pálido, desde donde Eastwood proyecta una poética ya propia al completo (narrativa, plástica…) desde los clásicos americanos, Raíces
En el cine de Eastwood y en su mismo tratamiento en pantalla Sin perdón supuso una marca. Por primer vez parece un anciano: flaco, lechos, los ojos hundidos en su impresionante calavera. En un momento afirma, febril, haber visto al ángel de la muerte, junto a un río, y que este tiene ojos de serpiente. Resulta legítimo interpretar que cineasta, actor y personaje se ha colocado cara a cara con la imagen de su pasado, con su mirada verde y entrecerrada. Durante el clímax , apoteósico, Eastwood recupera al ángel de la muerte que fue, el sombreo calado, el tintineo familiar de las espuelas, en una doble vertiente: lo sórdido -el pistolero despiadado que necesita emborracharse para matar- y lo mítico -la reminiscencia que arrastra su misma presencia dentro del western-. La
Sin perdón asoma al director a sus abismos y conocerá continuaciones en la negrura profunda de Mistyc River o incluso en Million Dollar Baby, que termina de forma análoga a esta con Eastwood desvaneciéndose en territorios de leyenda y cuyo doloroso tercio final remite al pudor de la conclusión de El aventurero de medianoche, certificando la habilidad de Eastwood para lidiar con la muerte sin espectacularizarla ni melodramatizarla.
Queda todavía una figura heroica más, quizás la más cercana personalmente a Eastwood que parece sentirse especialmente identificado con los muy americanos personajes que levantan comunidades entorno a su acérrimo individualismo. Aparece por aquí otro cortocircuito con Frank Miller, antes de su triste decadencia actual uno de los creadores americanos más interesantes en cualquier medio y uno de los más parangonables con la retórica de Clint Eastwood. En uno de los números de esa obra maestra que fue Daredevil: Born Again (1986), un camino de redención del héroe de poderosa imaginería
En los últimos tiempos mira con especial inquina a la familia (siempre desde una postura subjetiva, sus filmes están subordinados a su mirada como director y personaje), espeluznantes los retratos codiciosos y egoistas de Million Dollar Baby o Gran Torino, erigiendo sus más depurados cantos a la libertad de elegir tu propia familia, algo que lleva exponiendo con menos habilidad desde los 70.
Las visiones del sueño cada vez tendrán una presencia mayor en su mejor y más cercano cine, acercándose a ese tono fordiano definible como anarquismo ordenado. Sin ser la mejor su plasmación más pura esta en Bronco Billy (1980), donde se explica a si mismo con la excusa de un vaquero de circo: “Bronco Billy era una persona que decía “Soy quien quiero ser”. Era un soñador, quizás el último soñador americano que quedaba. Desgraciadamente, su sueño era totalmente obsoleto”(8).
Si Bronco Billy es el triunfo del héroe aglutinador Eastwood también querrá analizar su fracaso: Million Dollar Baby. Aquí el viejo entrenador, la figura masculina fiable, el líder natural fracasa en todos los órdenes. No es capaz de salvar a nadie, falla a todos en su pequeña comunidad y desapareces. Se desvanece como tantas veces antes. Eso si, primero hace lo que hay que hacer, como tantas veces antes. Entre sombras físicas y morales, otra vez el duro bueno de métodos devastadores.*
- Eastwood on Eastwood, Richard Schikel, 1997.
- El libro de Clint Eastwood, Colección Grandes Directores, Cahiers du Cinema, Bernard Benoliel, 1997, El País.
- Clint Eastwood. Tras las huellas de Harry, Ángel Comas, T&B, 2006
- Estudio Clint Eastwood, Tomás Fernández Valentí, Dirigido por… números 384-385 (Diciembre 2008/Enero 2009)
- El personaje en el cine, art. Los antihéroes en el cine de Clint Eastwood, Pedro sangro Colón y Miguel Á. Huerta (de.), Calamar, 2007
- op. cita 3
- Reproducido de Clint Eastwood, Carlos Aguilar, Cátedra, 2009
- op. cita 2
- Clint Eastwood. Avatares del último cineasta clásico, Quim Casas, Ediciones Jaguar, 2003
- op. cita 8