Cada vez nos encontramos con más personas que no aman lo que hacen. Es una tendencia que va en aumento y que logra de forma directa o indirecta, que las personas dejen de hacer lo que aman. Las personas van perdiendo interés por actividades que antes realizaban por el simple hecho de que se sentían bien haciéndolas, pero de las que han ido dejando de ver su encanto o ya no las ilusionan como antes. O quizás sea que todos los beneficios que recibían desarrollando dichas actividades, no llegan a satisfacer por completo sus necesidades de sentirse realizado y llenar un vacío interior. La reacción inmediata es ir dejando de lado esas cosas que amábamos y hacíamos. Y el simple hecho de dejarlas hace que seamos menos felices.
El otro tipo de cosas o tareas, que no podemos dejar de hacer, son las que seguimos haciendo por imposición, pero que tampoco amamos. Eso tampoco nos aporta ni ánimo ni ilusión. Al contrario nos hace caer en una espiral en la que terminamos haciéndolo como autómatas, sin darle a esa tarea, sea la que sea, cierto grado de humanidad.
Pienso que la crisis económica ha tenido mucho que ver en esto. Así profesionales de cualquier tipo y materia que antes disfrutaban con su trabajo, han terminado por tener que recurrir a puestos muy distantes de lo que a ellos les gustaba hacer. Con la consecuencia de pérdida de ánimo, aparece la desidia y uno deja de volver a aspirar nuevamente, encontrarse a gusto en su trabajo amando lo que hace. Como resultado más vacío interior, más crisis personales y emocionales, que terminan por llevar a abandonar también la realización de lo que se ama.
Ni amamos lo que hacemos ni hacemos lo que amamos. Tal vez la verdadera crisis que debiera ocupar las portadas de los diarios y encabezar los noticieros, no es la evidente crisis económica de la que todos hablan. De lo que se debería hablar en los medios es de la verdadera crisis personal y emocional que cada vez más nos afecta. La solución no es fácil.
Fran J. Lestón