Por J.C Vinuesa
Stalingrado ya no es una ciudad. Cada día que pasa se transforma más y más en una enorme nube de humo cegador y ardiente. Los animales abandonan este infierno; incluso las piedras más duras no pueden soportar estas condiciones: sólo los hombres resisten (Ullstein)
El 31 de enero de 1943, hace 70 años, se rindió el mariscal Erich von Paulus, jefe de las fuerzas alemanas en Stalingrado, al general soviético Vasili Zhukov. No fue la de Stalingrado una de las decenas de batallas importantes de la II Guerra Mundial, sino, acaso, la más decisiva. Hasta entonces, la Wehrmacht nunca antes había sufrido una derrota significativa, ni había capitulado uno de sus mariscales, ni había perdido, como tragado por la tierra, todo un Ejército, el VIº y gran parte del IVº ejército Panzer, dos de sus joyas y, sobre todo, aquella derrota marcó el declive de las armas alemanas y el paulatino predominio de las aliadas.
El 24 de enero, todas las fuerzas de Von Paulus estaban embotelladas en las ruinas, removidas cada mañana por las granadas de la artillería soviética. En esa fecha, los alemanes perdieron Gumrak, su último aeropuerto, y las fuerzas de Rokossovski partían en dos al 6º Ejército, enlazando junto al Volga con los últimos reductos soviéticos. Una semana después, sin víveres, con la munición casi agotada, y enfermo capituló Von Paulus, con sus últimos hombres.