Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros.
Juan, 13:34
El grupo ultracatólico Hazte Oír ha lanzado una campaña que, sin lugar a dudas, ha cumplido su objetivo: llegar a millones de personas y decirles a los transgénero que no son normales. Ahí es nada, ¿eh?
A nivel de marketing y publicidad, la transfobia ha servido, de nuevo, para llenar páginas y páginas de periódicos: vamos, todo un éxito. A nivel humano, es otro tema. Otro fracaso a nivel administrativo, similar al que ocurrió en enero con el panfleto homófobo que el colectivo madrileño Acrópoli replicó punto por punto.
![¿Hazte oír o cállate la boca?](http://m1.paperblog.com/i/427/4274274/hazte-oir-o-callate-boca-L-RGaTHB.jpeg)
Hazte Oír se ha aprovechado de la controversia. Hoy, cada vez es más difícil cuestionar la opción sexual de una persona. La edad dorada de estos dinosaurios ya pasó, y una mayoría creciente —y más en España, que ha avanzado a pasos agigantados en las últimas décadas— acepta la homosexualidad, igual que la bisexualidad o la heterosexualidad. ¿Está todo arreglado? Ni mucho menos. Pero nos empiezan a sonar conceptos como asexual, transexual o transgénero, e incluso nos atrevemos a encajarlos bien junto a otros, como libertad, respeto y privacidad. Se han acabado los chistes de “mariquitas” en casa y en la calle, y miramos con pena e incredulidad a los Arévalos, que perdieron gran parte de su repertorio de humor, y todavía se atreven a rescatar algún chascarrillo rancio de vez en cuando.
Los ultracatólicos aprovechan que, a menudo, oímos campanas y no sabemos dónde. Por eso, hoy, las redes sociales están repletas de gente que cree que un biólogo puede solventar este (supuesto) equívoco, y no entienden aquel concepto, a veces leído desde la religiosidad, que dice: somos cuerpo, mente y espíritu. Si bien mucho más simple aún sería leer una enciclopedia —la Wikipedia misma nos sirve aquí— y entender las distintas acepciones del concepto, pero quizá eso todavía es pedir demasiado.
Pero no. Por aquí, aún queda recorrido. En España, somos más chulos que un ocho; por eso permitimos y encubrimos como libertad de expresión lo que no es más que una incitación al odio; al odio por parte de terceros que no quieren esforzarse en conocer a las personas con las que conviven, y al odio que puede surgir de la incomprensión por conocerse a uno mismo, y que, en sectores LGBT, vergonzosamente sigue suponiendo graves problemas de victimización y suicidio.
Mientras la administración despierta, yo tengo una solución; citarles algunos de los miles de versículos de su propia religión que prostituyen al servicio de propósitos más oscuros; y si eso no funciona, poner una voz grave, como la de John Locke en Perdidos y, parafraseándole, decirles: «No me diga lo que no puedo ser.»
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