Juan Gracia Armendáriz, nos presenta en esta novela el alcoholismo como 'personaje', la destrucción que esta adicción conlleva, los efectos devastadores que viven día a día, la vida sin vida a la que están sometidos los dos personajes centrales de La Pecera. Miguel Quer, profesor de literatura en la universidad, y Ana Ferrer, arquitecta de una firma prestigiosa. Cada uno comenzó a beber por diferentes motivos en su vida, los dos se conocen en una cena y a partir de ahí comienza la convivencia como pareja y la adicción compartida. Juan Gracia Armendáriz ha sabido colarse en el mundo de los alcohólicos como si fuera una cámara que graba pensamientos y estados físicos. Momentos terribles, duros del síndrome de abstinencia, ese ultraje a ellos mismos, ese necesitar más y más bebida y la miseria de conseguirlo a cualquier hora, a cualquier precio, en cualquier momento. Ya no hay amigos, ni compañeros, ni familia, ya no se come, ni se mantiene la higiene, ni las normas, el despertar puede ser terrible hasta que se vuelve a tomar la primera copa del día que llevará a otra y a otra, ya no hay promesas ni verdades ni esperanza, todo es una mentira que crece y una resaca de la que no se puede salir porque no se cura nunca. Todo lo domina la dependencia a la que somete el alcohol.
También la violencia lleva buena carga en el libro, la física y la psicológica, hay abusos y maltrato, hay agresión y auto destrucción. Imágenes de gran dureza, frías, desgarradoras, llenas de rencor, de miedo, el espanto aterrador que provoca intuir, saber, que se ha tocado fondo.
Uno de los aspectos que más me ha gustado de la novela es la tensión opresiva con la que comienza y descubrir que no decae, incluso en algunos momentos aumenta y te corta la respiración. Otro aspecto son los detalles aparentemente mínimos (ejemplo un cuchillo de sushi) que cobran un gran protagonismo. Y el final, ese final a mi parecer magnífico y acertadísimo.
Altamente recomendable. Os invito a su lectura.
Manosear una y otra vez los cantos rodados del resentimiento, las palabras que tantas veces no dije y debí decir con voz firme, susurrante, dirigidas al decano, al bedel de la universidad, al médico, al delegado de los estudiantes -camiseta del Che Guevara, pendiente, pelo jamaicano, gesto desdeñoso-: (...)"
"-¿Por qué cree que bebe? -la pregunta atravesó la cortina de aire que llegaba desde la ventana abierta.
Me enredé en una confusa explicación en la cual traté de introducir información autentica, o al menos tan cierta que el resultado fuera una media verdad, es decir, una nueva mentira. Hable de la universidad, de mi padre y sus negocios fracasados, de esa desconfianza ante todo lo que me rodeaba. Y esa desconfianza, aclaré, lo incluía a él. Sonrió. La suya era una sonrisa de saltamontes. Dudé; ¿acaso un insecto indostánico comprende? (...)"