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Por Ada
EN EL FÚTBOL TAMBIÉN HAY POESÍA
Los escritores se ponen las botas
Sergi Doria
ABC, 20060604
Shakespeare ya hablaba de «football» en «La comedia de los errores». Veinticinco escritores descubrieron que la tierra es redonda porque se parece a un balón. No todos son Nobeles, pero dicen del fútbol palabras mayores.
Para empezar, Albert Camus. Premio Nobel de 1957, no se sintió extranjero en el estadio. En el luminoso Argel jugaba de guardameta y su abuela vigilaba el desgaste de sus zapatos. Para no recibir una tunda por cargarse las suelas correteando, optó por la portería. «Aguantaba el disparo del delantero sin moverse de su sitio hasta el último segundo. Clavado en la hierba y sin inmutarse, sorprendía a los delanteros rivales por su sangre fría», explica Jorge O. Pérez.
El arquero futbolístico, tan literario como un arquero de friso persa. En la final de la Copa de España de 1928, el Barcelona disputó en Santander un partido dramático con la Real Sociedad. Su portero húngaro, Franz Platko, recibe un golpe en la cabeza que le deja exánime... Reparece luego con un aparatoso vendaje en la ensangrentada testa. Aguanta las embestidas donostiarras con serenidad de gigante e inspira una Oda a Alberti: «Nadie se olvida, Platko/ no, nadie, nadie, nadie,/ oso rubio de Hungría...» El futbolista como héroe se reencarna en Maradona: «Aquel gol que le hizo a los ingleses, con la ayuda de la mano divina, es por ahora la única prueba fiable de la existencia de Dios», proclama Mario Benedetti. La magia de Cruyff y la «naranja mecánica» en el Mundial del 74 apasiona a la feminista François Giroud: «Era soberbio, como todas las demostraciones donde se conjugan el dominio del cuerpo y del espíritu...»
Más escritores que se pusieron las botas... Miguel Hernández jugaba de extremo y le llamaban el «Barbacha» (caracol pequeño), porque era lento corriendo la banda. El portero del Orihuela, Lolo, le inspiró la «Elegía del guardameta»: «Te sorprendió el fotógrafo el momento/ más bello de tu historia/ deportiva, tumbándote en el viento/ para evitar la victoria/ y un ventalle de palma te aireó la gloria.» También jugó de portero Nabókov, posición adecuada a su espíritu independiente. En «Habla memoria» describe un campo embarrado de Cambridge: «El balón tan resbaladizo como un budín de ciruela, y mi cabeza despistada por la neuralgia, tras una noche de versificación....»
Otro Miguel, Delibes, jugó al fútbol 34 años. Simpatizante del Real Valladolid, disputó los últimos partidos de su carrera, de los 35 a los 45 años, como portero del Sedano FC. Como jugador de campo, dice que le sobró «un respeto excesivo a la defensa contraria» y siempre se preguntó «por qué los árbitros son más tolerantes con los defensas que con los delanteros».
García Márquiez comprobó que era un hincha el día en que perdió el sentido del ridículo y Vázquez Montalbán metió a su detective Carvalho a investigar por qué «el delantero fue asesinado al atardecer». Jugar al fútbol es jugarse la vida. El escritor uruguayo Eduardo Galeano escribe que «el árbitro es arbitrario por definición».
La vida es «ansí» y el fútbol es así. A veces despierta demonios familiares: Günter Grass sintió el resurgir de una Alemania apagada por la derrota cuando su selección vence a la de Hungría en la Copa del Mundo de 1954. Hincha del Arsenal, Nick Hornby tiene una pesadilla: su hijo decide ser del Tottenham. Ernesto Sábato reconoció que lo único que quería llevarse de Rosario «era una camiseta del Rosario Central». Vargas Llosa prefiere idolatrar a un futbolista que a un militar.
No todo son loores: Umberto Eco no odia el fútbol, pero abomina del forofismo: «Yo abrigo por los hinchas los mismos sentimientos que un partido ultranacionalista o la Liga Lombarda abrigan por los inmigrantes: No soy racista, con tal de que se queden en su casa». Si la Cibeles y Canaletas hablaran...
El siguiente poema de Alberti, está dedicado al arquero húngaro Franz Platko quien atajando en el partido de Santander contra la Real Sociedad en la final de la Copa de España de 1928 recibe un fuerte golpe en la cabeza. Pese a eso, logra terminar el partido con un importante vendaje y, más aún, con gran altura.

AL GRAN OSO RUBIO DE HUNGRÍA

Ni el mar,
Que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia, ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
Rubio Platko de sangre,
Guardameta en polvo,
Pararrayos.
No, nadie, nadie, nadie,
Camisetas azules y blancas, sobre el aire.
camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote.
Platko, Platko lejano,
Rubio Platko tronchado,
Tigre ardiente en la hierba de otro país,
¡ Tú, llave, Platko, tú llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!
No, nadie, nadie, nadie,
Nadie se olvida, Platko
Volvió su espalda el cielo.
Camisetas azules y granas flamearon,
apagadas, sin viento
El mar, vueltos los ojos,
se tumbó y nada dijo.
Sangrando en los ojales,
sangrando por ti, Platko,
por tu sangre de Hungría,
sin tu sangre, tu impulso, tu parada, tu salto
temieron las insignias.
No, nadie, Platko, nadie,
nadie se olvida.
Fue la vuelta del mar
Fueron diez rápidas banderas
incendiadas sin freno.
Fue la vuelta del viento.
La vuelta al corazón de la esperanza
Fue tu vuelta.
Azul heroico y grana
mando el aire en las venas
Alas, alas celestes y blancas,
rotas alas, combatidas, sin
plumas, encalaron la hierba.
Y el aire tuvo piernas,
tronco, brazos, cabeza.
!Y todo por ti Platko,
rubio Platko de Hungría!
Y en tu honor, por tu vuelta,
porque volviste el pulso perdido a la pelea,
en el arco contrario al viento abrió una brecha.
Nadie, nadie, se olvida.
El cielo, el mar, la lluvia lo recuerdan.
Las insignias.
Las doradas insignias, flores de los ojales,
cerradas, por ti abiertas.
No nadie, nadie, nadie,
nadie se olvida, Platko.
Ni el final: tu salida,
oso rubio de sangre,
desmayada bandera en hombros por el campo.
!Oh Platko, Platko, Platko
tú tan lejos de Hungría!
¿Que mar hubiera sido capaz de no llorarte?
Nadie, nadie se olvida,
no nadie, nadie, nadie.

Rafael Alberti