El cielo es azul, la tierra blanca
Una historia de amor
Hiromi Kawakami
La protagonista es una chica de 38 años, Tsukiko. Es una persona solitaria, incapacitada para el amor, según cree ella. Un día se encuentra en una taberna a su viejo profesor de japonés y entre los dos deciden hacer un pacto para compartir la soledad. El Maestro le lee poemas de amor, le corrige en gestos y actitudes poco adecuados para una señorita. Se dan cuenta de que tienen los mismos gustos por la comida, por los viajes cercanos y solitarios, que hablan muy poco y observan mucho, que les cuesta separarse al uno del otro aunque a veces intenten escarpar de lo que se va tejiendo en torno ellos. Después de aquel encuentro, ya nunca volverán a ser los mismos.
Algunos fragmentos:
Cuando pelé aquella manzana, mi novio se quedó estupefacto.
-Pero ¡si sabes pelar manzanas!-exclamó.
-Es lo más fácil del mundo. ¿Por qué te sorprende?
Al poco tiempo de haber mantenido aquella conversación, empezamos a distanciarnos. Ninguno de los dos sacó el tema de forma explícita, pero dejé de llamarle. No es que ya no me gustara. Los días pasaban sin vernos y apenas me daba cuenta. (…)
Pensaba que el destino nunca se portaría bien conmigo.
Cogí una manzana del cesto. Intenté pelarla entera, como hacía mi madre, pero la piel se rompió a medias. De repente, los ojos se me inundaron de lágrimas. Ya no eran sólo las cebollas lo que me irritaba los ojos, ahora también lloraba pelando manzanas. Me la comí sin dejar de llorar. Entre mordisco y mordisco, oía el goteo de lágrimas que se estrellaban contra el fregadero de acero. Mi mayor actividad del día fue quedarme de pie frente al fregadero, comiendo y llorando a la vez. (…) Cuando he llorado siempre tengo frío. Después de comerme la manzana entré en la habitación y estuve tiritando hasta que me cansé. Me cambié los calcetines por otros más gruesos, me enfundé unos guantes, me calcé unas zapatillas de deporte de suela gruesa y salí a la calle. Las tres estrellas de la constelación de Orión brillaban en el cielo. Tenía ganas de sentarme y llorar en silencio, pero como hacía mucho frío seguí caminado.
Había retrocedido en el tiempo y volvía a ser una niña. Empecé a golpear el suelo con los pies, pero no conseguía entrar en calor. Un adulto sabría qué hacer para no pasar frío, pero los niños como yo no teníamos ni idea. Seguí andando hacia la estación. Era el camino de siempre, pero me parecía completamente distinto. Había vuelto a mi infancia. Era una niña que se entretiene de camino a casa hasta que empieza a oscurecer, y cuando decide volver las calles no parecen las mismas.
-Maestro-murmuré-. Maestro, no sé volver a casa.