He perdido a mucha gente

Por Expatxcojones

Valentina, Tánger, 2015. expatriadaxcojones.blogspot.com


Amanece soleado. Cojo mi gabardina, la libreta, el boli y salgo a la calle. He quedado en el Instituto Cervantes, una antigua residencia de estudiantes, reconvertida en centro para la promoción de la lengua y la cultura española.
En apenas cinco minutos, que es el tiempo que tardo en llegar, el sol desaparece. En su lugar, unas nubes grises ocupan el cielo. Empieza a lloviznar y me arrepiento de no haber cogido el paraguas.
Me siento en los escalones dispuesta a esperar. Frente a mí desfila un goteo de gente joven entrando y saliendo del centro con sus mochilas, imagino, llenas de libros y libretas con apuntes. En esta ciudad no hay bibliotecas públicas y muchos jóvenes vienen aquí para preparar sus exámenes.
A esta hora hay pocos transeúntes. En la acera, una chica africana pide limosna frente la puerta del supermercado. Lleva a su bebé en la espalda, sujeto con un pañuelo. En la calle, algunos coches, un par de taxis y un motocarro cargado de cajas de naranjas.
Pasan cinco minutos de la hora acordada, la llamo al móvil y lo tiene apagado. Empiezo a pensar que no vendrá. Me debato entre quedarme y esperar, con la esperanza de verla aparecer, o irme para casa, donde tengo un montón de cosas por hacer. Opto por lo primero. Así es cuando tu trabajo depende de los demás. Esperar y escuchar. Apuntar. Antes, quizás te preguntes: ¿vendrá o no vendrá? ¿Cómo será? ¿Tendrá cosas interesantes qué contar? Apenas sé nada de ella. Su nombre y su nacionalidad.
De vez en cuando, rayos de sol se escabullen entre las nubes. Me deslumbran. Se vuelven a esconder. Continúo viendo a la gente pasar y ahí está. Es ella. Lo sé porque viene directa hacia mí, con prisas, sonriendo y disculpándose por el retraso.
Se llama Valentina, es italiana —de Sicilia—, tiene treinta y tres años —como Jesucristo, me dice— y desde hace unos meses vive en Tánger con su marido.
   —Pusimos el dedo en el mapa y ahí estaba Marruecos. ¿Tú has estado? Yo no. ¿Y tú? Cuando tenía veinte años. ¿Vamos? Vamos.
Valentina y su marido vienen de Tanzania. Han estado viviendo allí dos años. Él trabajando para una ONG y ella encargándose de organizar eventos y actos culturales.
   —Estábamos en una comuna de ayuda humanitaria. Éramos tres fijos y un montón de gente que iba y venía. Voluntarios, colaboradores y también personas mayores que han contribuido económicamente y quieren conocer de cerca algún proyecto. Había proyectos de desarrollo para mujeres, una escuela para niños, programas de agricultura… mi marido era el jefe. Tenía a cien trabajadores locales y ocho expatriados a su cargo. Yo lo ayudaba, gratis.
Me enseña una fotos que tiene en el móvil. La primera, una playa paradisíaca de aguas turquesas, la típica imagen de postal. Después, unas máscaras artesanas que realizó junto a una chica peruana. “La gente me pedía cosas muy raras”. Me muestra también fotos de un desfile de ropa que organizó en un hotel con modelos africanas. Todas guapísimas. Le pregunto porqué dejaron el país.
   —La vida allí era muy dura. No se puede aguantar mucho tiempo. Mi marido cogió malaria, el hospital daba miedo. Vi morir a mucha gente… en estos países la vida no vale nada.
Al decirlo se detiene.Sus ojos brillan, se vuelven acuosos. Creo que hace un esfuerzo para que no le salgan las lágrimas. Me arrepiento de haberle preguntado por el tema, lo último que querría es hacerle pasar un mal rato. Valentina coge aire y continúa.
   —Teníamos un proyecto en un orfanato. Llegamos con diecisiete kilos de leche, al cabo de una semana quedaban sólo siete. He visto a niños malnutridos, con la barriga hinchada, los he visto morir. ¿Quién roba? La misma gente que trabajaba para nosotros. Así es el país. La vida no vale nada. Es algo cultural.En la comuna teníamos a una señora para que nos ayudara con las cosas de la casa. La quería mucho. La llamaba mama, me recordaba a mi abuela. Un día llegó y dijo que no se encontraba bien. La mandé a casa, hable con su hija, le di dinero de mi bolsillo para que la llevara al hospital. No lo hizo. Fueron a ver a un brujo. En una semana estaba muerta y esto me afecto mucho. He perdido a mucha gente. Un amigo con treinta y siete años, de malaria. A otro, de cuarenta, le dio un infarto en la oficina. Nadie quería llamar a su madre para darle la noticia. Dos días antes había ido al médico quejándose de dolor en el brazo y le dieron Voltaren. Esto no hay quien lo aguante, por eso al final decidimos irnos. Yo quiero tener hijos, formar una familia ¿cómo voy a quedarme embarazada en Tanzania?
Valentina nació y se crió en una isla, en Catania. Una ciudad de tres cientos mil habitantes. Estudió árabe en la universidad y encontró trabajo como traductora en Damasco. Allí estuvo tres años y allí conoció al que iba a ser su marido, Daniel.
   —Siempre he tenido mucha suerte. Mis padres nunca me han dicho nada. No les hace gracia tener a una hija dando tumbos por el mundo pero siempre me han apoyado. Cuando volvimos de Damasco, yo enseguida encontré trabajo en una multinacional y, al poco tiempo, a Daniel le ofrecieron el puesto en Tanzania. Estuvimos seis meses separados. Daniel, allí. Yo, en Italia. Fue duro. Al final, decidí irme con él. Yo, que había estudiado árabe, acabé hablando suajili.
Me cuenta que llegaron a Tánger en octubre y la ciudad enseguida les gustó. El paisaje, el clima, la orografía…“es un lugar misterioso. Siempre hay algo que te sorprende. Me gusta. Somos felices”, concluye.
La vida de Valentina ha cambiado. Su rutina ha dado un giro de ciento ochenta grados. Atrás queda esa hora diaria de atasco en motocarro para ir a trabajar. Los problemas de dinero, las muertes de compañeros y la dificultad de vivir con gente a la que no conoce. Ahora se levanta por las mañanas cuando ya no tiene más sueño y después de tomarse un café se sienta tranquilamente ante el ordenador. “Busco trabajo”. Sale a dar una vuelta por la ciudad. Pasa mucho tiempo en casa. “Me gusta cocinar”. Su vida es relajada. Está en paz. “Creo que me lo merezco”.
   —Con Daniel estamos estudiando la posibilidad de abrir algún negocio. Nos gustaría montar un Guest house. Nos encanta el mar, los deportes acuáticos,… si pudiéramos encontrar gente de nuestra edad, con nuestra mentalidad, estaría bien poder hacer algo juntos. En Tanzania vivíamos de mi salario, el de mi marido no llegaba nunca y cuando lo hacía, lo metíamos en el banco, así que tenemos algunos ahorros. Estar allí te hace darte cuenta que para vivir no necesitas mucho. Los amigos, pasar un buen rato, eso es lo importante. Yo creo que en Tánger estaremos bien, Insha´Allah, la gente de este país me gusta. No quiero agobiarme. Lo que tenga que ser, será.