Hace tiempo que siento que he perdido las palabras. Me cuesta expresar lo cotidiano, lo esencial y aún más lo emocional. Leo a otras personas que reflejan de forma exacta todo eso que pasa por mi cabeza pero que soy incapaz de verbalizar, y cojo esas palabras con la esperanza de que algún día lleguen a mí fluidas, sin necesidad de agarrarlas.
Me he pasado la vida jugando con ellas, al menos así lo siento en mis recuerdos. Inventaba, y cuando no sabía aún escribir, verbalizaba una historia tras otra. Sin embargo, ahora no están, no las encuentro. Desde hace meses su hueco está casi vacío, solo ocupado por unas cuantas frases cotidianas, normales, intrascendentes.
No quiero pensar que me han abandonado porque sería introducir la culpa o la responsabilidad en ellas, y no creo que sea así. Igual las he dejado ir, igual no las he cuidado lo suficiente, quizás se han escapado o puede que alguien o algo me las haya cogido prestadas, quizás para siempre. Puede que ya se aburrieran conmigo y estén viviendo con fascinación en el interior de otra persona.
Con ellas he perdido los hechos, incluso las ideas, y me he quedado en medio, en algún lugar que desconozco, que no soy capaz de controlar y mucho menos aún de describir, porque se me han ido las palabras. Por más que busco, no las localizo. Intento llamarlas, recuperarlas, al mismo tiempo que quiero reconquistarme a mí misma, pero no aparecen, siguen sin estar.
A veces pienso que volverán de repente, solo porque una vez estuvieron y seguro que me echan de menos. Otras veces creo que todo es una invención, una construcción de mi memoria, y que nunca llegaron a ser, que todo estaba en mi imaginación como esas historias que creo armaba con ellas, como esas ideas que hoy supongo que surgían incontrolables en mi cabeza
Leo, oigo y escribo una y otra vez, y sigo sin encontrarlas. Hablo torpe, pienso de forma común. Siento que vivo en un periodo corriente, anodino, sin aliciente. Me he convertido en una sin sustancia, esa palabra que tanto oí a mi abuela, una mujer fuerte, valiente, decidida e implacable con la inanidad y la inacción.
Cuanto más me empeño en hallarlas más lejos las percibo, más perdida y aislada me encuentro, más inconcretas están las ideas. Vuelvo a lo cotidiano, y me siento tan normal que no recuerdo si en algún momento, si hubo un tiempo, en el que ellas adornaban mi vida como son capaces de hacerlo. ¿Y si no vuelven nunca? ¿Y si me quedo en la inexpresión para siempre?
Busco a mi alrededor, intento descubrirlas en las de otras personas, me empeñó en averiguar la forma de que residan de nuevo en mí. Sin embargo, aquí sigo en un círculo quizás determinado por un tiempo que nos ha carcomido todo encerrándonos en una cotidianidad irremediable, vacía, atrapada por una superficialidad que lo puede todo.
Me voy a buscarlas, o quizás no. A lo mejor, lo único que deba hacer es no empeñarme en conseguir que vuelvan. Es posible que si descansamos un tiempo las unas de la otra, todo vuelva a ser como antes. Si antes era así. Solo es posible.