Cierta tarde en el autobús, se sentaron junto a mí dos muchachas que mantenían una conversación muy animada sobre un joven al que una de ellas conocía y quería presentar a la amiga. -Sí, sí- decía la casamentera – Sí, el muchacho es guapillo, seguro que te gusta.-No pareces muy convencida.-Sí, te digo que sí que es guapo pero… es que… es muy filosófico… te pones a hablar con él y es muy… filosófico… pero es buena persona, guapo y buena persona, de verdad.
El otro día, también en el autobús, me llamaron la atención un grupo de señoras de avanzada edad que iban muy arregladas y sonrientes con una rosa en la mano. Todas llevaban una rosa roja y se mostraban de lo más elocuentes sobre sus temas diarios de conversación, hasta que una de ellas le advirtió a la otra:-¡Cuidado, no te vayas a clavar una espina!-¿Una espina?- preguntó sorprendida la interpelada -¿cómo me voy a clavar una espina si las rosas no tienen espinas?La sorpresa de todas las amigas fue mayúscula, interrumpieron su conversación y se quedaron mirándola fijamente… yo también la miraba con descaro.-Cuando estuve en una iglesia italiana el guía nos explicó que las rosas no tienen espinas- se justificó –. Fue porque el santo que vivía allí estuvo tentado por el diablo, y para no caer en las tentaciones se arrojó a un zarzal que allí había y las espinas desaparecieron. Desde entonces, las rosas no tienen espinas.-¡Qué leyenda más bonita!- dijo una de las amigas.-Creo que fue san Antonio de Padua- añadió la contadora de historias y todas se mostraron muy conformes.-… Pero las rosas siguen teniendo espinas- añadió por lo “bajini” la que le hizo la advertencia.Aquella pobre señora, a la que todas las amigas ignoraron, me recordó a Galileo ante la Inquisición añadiendo: “… y sin embargo, se mueve”.Sí, la leyenda es muy bonita. En realidad, se refiere a San Francisco de Asís, y a la variedad de Rosa Assisienses que crece en el jardín de la Basílica de Santa María de los Ángeles, en un pueblecito cercano a Asís. Pero las rosas que llevaban estas señoras sí que tenían espinas y, solo con haberlas mirado bien, se habrían dado cuenta.