Ahí es donde, precisamente, se mueve a sus anchas, cual roedor de alcantarillas, el comisario jubilado José Manuel Villarejo, un policía cordobés que, desde sus inicios profesionales, desempeñaba labores antiterroristas en la Comisaría de San Sebastián, en los años en que tal actividad suponía jugarse el pellejo. Y sacó provecho de esa experiencia en el espionaje de organizaciones y personas sospechosas, así como en la organización de operaciones para contrarrestar la actividad no sólo de ETA, sino de cualquier objetivo considerado potencialmente ofensivo o peligroso. Se hizo un redomado experto en obtención de información delicada, no siempre disponible por las vías legales o canales oficiales de la sociedad.
Y es que el excomisario sabe utilizar la materia en la que siempre ha chapoteado como en su salsa. Desde que fuera destinado al equipo de Seguridad Ciudadana de la Jefatura Superior de Madrid hasta integrarse como agente encubierto en la Secretaría de Estado de Interior, Villarejo disfrutó de una excedencia de 10 años para lucrarse con sus habilidades y conocimientos. Llegó a crear más de 46 empresas de “asesorías” e información, ejerciendo actividades de investigación como detective para organismos públicos y privados. Aunque el grueso de sus “trabajos” es un completo enigma, se conocen algunos “dossieres” con los que siempre ha intentado, además de ganar una fortuna, cubrirse las espaldas, dejando entrever que dispone de mucha más información que la revelada. Así, el informe Carol sobre la princesa Corinna, el informe Kingacerca de una trama política en Guinea, el informe Iron sobre espionaje a abogados o el informe Land acerca de seguimientos al clan de los García Cereceda, entre otros, son ejemplos de su quehacer profesional en el manejo de información sensible, obtenida en muchos casos con métodos prohibidos.
Villarejo, doctora Pinto y Javier López Madrid
También tuvo tiempo para estar implicado en todos los escándalos que han aflorado en los últimos años, como el caso Gürtel; el caso Gao Ping;las escuchas organizadas desde la cúpula de Interior del exministro Jorge Fernández Díaz para desprestigiar el independentismo catalán; el caso de corrupción que implica a Ignacio González, expresidente de la Comunidad de Madrid, y su ático de Estepona; los casos que implican a Luis Bárcenas y a la familia Pujol con delitos por elusión fiscal y evasión de capitales; el caso del “pequeño Nicolás”, un chaval que quiso emular los pasos de Villarejo para medrar con información y relaciones peligrosas; y, últimamente, el extraño caso de la doctora Pinto, quien lo identificó como la persona que la apuñaló sin llegar a matarla, en abril de 2014, después de haber denunciado por acoso sexual, coacciones y agresiones al abogado Javier López Madrid, el amiguito íntimo de la reina Letizia (que lo llamó “compiyogui”), y uno de los detenidos en la operación Lezo sobre corrupción en el Canal de Isabel II, empresa municipal que gestiona el abastecimiento de aguas de Madrid.Así es y así se desenvuelve Juan Manuel Villarejo, el agente de información que pretende seguir viviendo a todo tren, acumulando millones, gracias a su condición de habitante de las cloacas y porque se cree inmune a sus efluvios tóxicos e impune con sus métodos. Rabioso como rata acorralada, desde que está en la cárcel se atreve amenazar al Gobierno y al Estado si no ceden a sus pretensiones y lo dejan en libertad. Procede como suele: sin aportar nunca pruebas a la Justicia, pero encendiendo el ventilador para esparcir bulos, rumores, indicios y mentiras, mezclados con algo de verdad convenientemente dosificada, con los que amedrentar a propios y extraños si perjudican sus intereses personales. Es decir, amenaza con información secreta y medias verdades. El último intento de chantaje conocido, que se sepa, ha sido el ejercido contra la actual ministra de Justicia, una exfiscal de la Audiencia Nacional, de quien parece disponer grabaciones -como hacía por “norma” con todos los que se relacionaba, fueran “clientes”, políticos, jueces, abogados, empresarios o desconocidos-, obtenidas en cualquiera de esas reuniones que miembros de la Justicia y la Policía celebran por razones profesionales y en las que se habla sin las cautelas de un acto público.
Resulta sorprendente que unas grabaciones de procedencia sospechosa e intencionalidad manifiesta sean utilizadas, por personas públicas que deben conocer estos extremos, para cuestionar la integridad personal y la labor de un miembro del Gobierno, cuando otras similares, también obtenidas ilegalmente, han sido desestimadas por la Justicia a la hora de actuar contra nadie, ni siquiera contra un delincuente, como sucedió en el caso de “Padre coraje”, el padre gaditano que se introdujo en los ambientes que frecuentaba el asesino de su hijo hasta que consiguió grabar su confesión. Aquella grabación fue considerada ilegal y no pudo utilizarse como prueba. Pero la remitida desde las alcantarillas a los medios de comunicación, tan burdas en su ilegalidad como en la manipulación de su edición, se considera perfectamente válida, por algunos próceres de la patria, para la confrontación política. Es algo sucio que se debe parar antes que se extienda el contagio del "todo vale".