Revista Libros

“Helo aquí que viene saltando por las montañas”, de Jerzy Adrjezewsky

Publicado el 12 noviembre 2010 por Barcoborracho

“Helo aquí que viene saltando por las montañas”, de Jerzy Adrjezewsky
Alianza Editorial, Madrid 1969Traducción del polaco de E. y G. Makowiecki
«-¿No te parece que el hombre de cuatro piernas suele ser un ser fascinante, de seis u ocho aún puede pasar, pero que cuando tiene una cantidad mayor de extremidades, se vuelve insoportable? -Oh –dice Naudin limpiándose las gafas- cuatro piernas a veces tampoco se pueden soportar.-¿Te has vuelto pesimista?-Todavía no. El verdadero pesimismo empieza cuando dos piernas se vuelven insoportables.-En efecto. Pero entonces siempre queda una solución, se pueden cortar.-Se puede, pero uno no lo hace en general y grita que todas las piernas son insoportables.»
Pág. 126-127
Hay narradores dotados del ángel (tan caro a la poesía, y más común allí), que podrían escribir sobre cualquier cosa con liviandad, seduciendo perversamente a los lectores, volviéndolos niños embobados con cada gota del agua de su prosa. Adrzejewsky es un narrador así. Pero hay ángeles y ángeles: en este caso el ángel es cínico, bilioso, pesimista, desencantado y con un amplio e intuitivo sentido del humor, que es a la vez hilarante, corrosivo y deprimente.Desde un pueblo polaco, Obory, cerca de Varsovia, Adrjezewsky redactó esta novela entre 1962 y 1963, en plena era comunista, como quien construye una bomba sabiendo que probablemente le explotará en las manos. El escritor mexicano Sergio Pitol ocupa unas páginas en “El Arte de la Fuga” a la obra y la personalidad de Adrjezewsky. Es imperdible su lectura para comprender la Polonia comunista de aquellos años, que Pitol conoció personalmente. (Link AQUÍ)Transcurre en el centro de la cultura occidental europea, París. Habla de artistas que no promueven el comunismo, ni son socialistas, ni toman en cuenta la lucha obrera, ni los ideales. Pero no está escrita desde el resentimiento, ni los celos, ni nada por el estilo. Es la radiografía hecha por alguien que logró ver la esencia más profunda del esnobismo.Un pintor español, el más importante del siglo –las semejanzas con Picasso no se detienen allí-, hace una exposición en París luego de 3 años de reclusión en un pueblito francés de la costa azul. Sacude con su reaparición al mundillo artístico parisiense de pies a cabeza: el mundo de las artes se eriza con la noticia, incluso la plebe y los dioses del Olimpo: críticos, escritores, poetas, exiliados, periodistas, empresarios norteamericanos; modistas, comerciantes, fans todoterreno.Los dos únicos personajes polacos del libro –el uno escritor recién llegado a la Ciudad Luz, el otro pintor que vive en el exilio-, son homosexuales y no mencionan en ningún momento a Marx: más bien son una parodia de la pareja Verlaine-Rimbaud, venidos de la tierra de la pavorosa poesía (¿el comunismo?) para ver qué encuentran por ahí, mientras siembran delicadas flores venenosas a su paso.Poco antes y durante la exhibición de Ortiz –que así se llama el pintor español-, se reproducen una serie de escenas tópicas: conversaciones intelectuales con toques de humor negro lleno de clase, cruza del lumpenaje con la aristocracia, malditismo, abluciones, idolatría, sexo, celos, vacuidad, verba florida, elogio desmedido y admiración absoluta; y también envidia, exceso de creatividad e inteligencia prodigiosa.La novela es básicamente una parodia del artista esnob, que es el más extendido tipo de artista que hay, amenazando ser el único posible. También aparecen las vacas sagradas de aquellas fechas: Belmondo, Mauriac, Cocteau, Arthur Miller, etc.En resumen: los artistas son dioses solitarios. Viven en un limbo hiperelogiado y no tienen intenciones de salir: es más: todos los amateur quieren entrar allí.Los diálogos son desopilantes, muy entretenidos. Es constantemente entretenido. La prosa -interminables párrafos sin puntos, de golpe cambiante, en apariencia arbitraria e irreflexiva-, es perfecta. No hay rastros de ensamblaje. La escena final, sin embargo, a pesar de ser en exceso servil al simbolismo de la novela, no llega a ser insoportable.Un libro bellísimo, perenne.
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