Cuando termina el curso (y el festival de verano es el “principio del fin”) siempre hago una especie de balance del año escolar. Porque yo sigo hablando en años escolares, como cuando iba al colegio. Para mi, el año comienza en septiembre y termina en junio.
Pues eso, que cuando llega el fin de curso, siempre recapitulo un poco lo que ha sido el año, lo que hemos vivido, si hemos conseguido los objetivos que teníamos propuestos, si hemos sido felices, si hemos discutido más de la cuenta, etc. Y este año, lo primero que he pensado es ¡qué diferente al año pasado!
El año pasado (el curso escolar anterior, por supuesto) fue un poco “movido”, tuvimos muchos cambios en nuestras vidas como familia: nos mudamos de ciudad y por supuesto de casa. Eso supuso que mi hija Pilar cambiara de colegio, de amigos, de ambiente y que sus referencias se tambalearan un poco. Y también supuso que yo no pudiera continuar con mi trabajo porque tener la oficina a 350 kilómetros de distancia, no es muy operativo que digamos.
Además llegó a nuestras vidas Alejandra y nos llenó de alegría, pero también supuso un cambio importante en nuestra familia, porque pasamos de ser tres personas a ser cuatro. Y eso siempre requiere un tiempo de asimilación, reajustes, adquirir nuevas rutinas…osea, cambios.
En fin, que el año pasado estuvo llenito de cambios y de altibajos. Sin embargo este año ha sido mucho más tranquilo en ese sentido, ha sido más como “fluir con la vida”. El único cambio significativo que hemos tenido es mudarnos a otra casa que está a 100 metros de la anterior
No sé cómo será el año que viene, aunque me lo espero durillo porque Pilar empezará primaria y eso ya son palabras mayores, pero de momento, estamos disfrutando de nuestra vida, de lo que hemos conseguido, de querernos mucho y reirnos juntos y de esta estabilidad que tanto ansiábamos el año pasado.