Henri Lefebvre y El derecho a la ciudad, cincuenta años después

Por Paisajetransversal @paistransversal
Por Ramón López de Lucio

Se reedita en España (Editorial Capitán Swing, Madrid 2017) el más famoso de los libros del filósofo y sociólogo francés Henri Lefebvre (1901-1991), Le Droit a la Ville, cuya primera edición francesa vió la luz en el mítico año 1968, aunque el original estaba concluido un año antes, en 1967.
Al idioma español se tradujo y editó enseguida, en 1969 (Ediciones Península), gracias al interés del sociólogo navarro Mario Gaviria , discípulo directo de Lefebvre en París y, a su vez, maestro de toda una generación de arquitectos urbanistas y sociólogos en España, en particular en Madrid, donde impartió docencia en el no menos mítico (a escala local) Centro de Estudios e Investigación S.A. (CEISA).
En los años 60’ del siglo XX, mientras Lefebvre preparaba su libro, coincidían en Francia la segunda gran oleada de suburbanización ligada a la masiva motorización de las clases medias y a la puesta en servicio de los primeros grandes sistemas de autopistas metropolitanas e interurbanas (la primera oleada, ligada todavía en buena medida al transporte público, fue la del habitat pavillonaire durante las décadas anteriores y posteriores a la segunda gran guerra), con la eclosión en las grandes ciudades francesas de los barrios periféricos y segregados para obreros, los grands ensembles ligados a la política HLM (Habitations a Loger Moderé) y a los dogmas del «urbanismo moderno» enunciados ya desde finales de los años 20’ en los CIAM (Congreso Internacionales de Arquitectura Moderna).
Es en este doble y contradictorio movimiento de huída/expulsión de las ciudades en el que Lefebvre madura su obra y perfila sus conceptualizaciones, no siempre fáciles de seguir. Huída como reflejo de la estigmatización de las ciudades y el atractivo del garden city movement en sus distintas declinaciones europeas y norteamericanas. Expulsión siguiendo los preceptos de la Reforma Interior (Urban Renewal), con su prestigioso episodio parisino comandado por el barón Haussmann a finales del XIX, y complementado más tarde con las grandes actuaciones públicas de vivienda colectiva en las banlieus de las principales ciudades.
En este contexto Lefebvre teorizó sus conocidas dualidades. La «ciudad» frente a lo «urbano», el «habitar» versus el «habitat» y el «derecho a la ciudad» como expresión de otro derecho aún más básico, el «derecho a la vida urbana».
En su Introducción a la edición de 2017, Manuel Delgado resume con claridad la oposición entre la «ciudad» como objeto, como conjunto de morfologías construidas, y lo «urbano» como esencia de la ciudad y obra de los ciudadanos: lo urbano es lo que se escapa a la fiscalización de (los) poderes: lo propio de la tecnocracia urbanística es la voluntad de controlar la vida urbana real(...), implantar como se la sagrada trinidad del urbanismo moderno: legibilidad, visibilidad, inteligibilidad (17).
La distinción entre «habitar» y «habitat», en el sentido que este último concepto se refiere al lugar físico de la residencia, mientras que el primero alude a una red de relaciones sociales y cívicas más extensa y compleja. Se llega así a la gran aportación del libro, que le da título, el derecho a la ciudad, entendido no tanto como derecho de visita o retorno a las ciudades tradicionales, sino como derecho a una vida urbana transformada, renovada (139).
Para el poder y los poderes la ciudad siempre ha sido el posible lugar donde se aloja la subversión y la agitación. De ahí que la estrategia haya sido con frecuencia desvalorizar, degradar y destruir el medio urbano y la vida urbana.

De lo que, precisamente, habla el libro de Lefebvre es del derecho a la vida urbana, a los lugares de encuentro e intercambio, de juego e improvisación, de goce y de azar.
Todo lo que ofrece un medio urbano denso, complejo, espontáneo, mestizo y multifacético. Todo lo que no pueden ofrecer las periferias monofuncionales, los barrios residenciales esterilizados por la sobreabundancia del «verde», por la desaparición de la calle y de los bulevares, con sus esquinas y sus plazas, los bares y bistrots que las flanquean.
De ahí la crítica implícita al urbanismo funcionalista y a su máximo representante en Francia, Le Corbusier, con sus utopías antiurbanas basadas en el derribo de los tejidos antiguos, la fragmentación y segregación radical de funciones, la homogeneidad y prevalencia de higiénicos y moralizantes espacios verdes vacíos.
Lo cierto es que en lo años 60’ del siglo pasado casi nadie reclamaba el derecho a la ciudad o a la vida urbana. Más bien se trataba de escapar de la ciudad. Suburbanizarse y vivir inmerso en la naturaleza en viviendas unifamiliares con jardín o, en su defecto, en bloques exentos de vivienda colectiva, bien aireados y soleados, rodeados de extensos espacios libres ajardinados, apartados de las calles y de las avenidas, del ruido y los riesgos del tráfico, de las peligrosas (cuando no directamente pecaminosas) insinuaciones que suponen la mezcla de gentes y las múltiples ofertas de interacción, de ocio y de consumo.
En mi opinión la gran intuición de Henri Lefebvre, por encima de sus con frecuencia alambicadas formulaciones teóricas, es haber reivindicado hace 50 años una vida urbana para todos. Desde ciertas élites que nunca han abandonado los barrios prestigiosos de las grandes ciudades europeas a capas sociales mucho más amplias que abarcan desde jóvenes profesionales con buenos trabajos o jóvenes más o menos precarizados, capas medias populares que no quieren romper sus solidaridades de barrio y los entornos en los que se sienten seguros y acompañados, múltiples nuevos modelos familiares y grupos sociales de la tercera edad o jubilados, que aprecian particularmente las ventajas de la proximidad, la posibilidad de desplazamientos peatonales y los encuentros casuales.
Estas tendencias, hoy mucho más visibles, significan sin duda una importante derrota del urbanismo funcionalistas y sus dogmas indiscutibles así como una severa crítica a una serie de políticas públicas que se basaron (y aprovecharon) en aquellos.
La llamada de atención de Lefebvre a los procesos de degradación y desvalorización de lo urbano suponen también una notable anticipación crítica a los presupuestos de partida de los procesos de gentrificación que están viviendo tanto barrios y distritos centrales de nuestras ciudades. A través de los cuales el «derecho a la vida urbana» se convierte cada vez más en un privilegio de clase del que solo se puede disfrutar si se poseen suficientes recursos económicos.
Estas grandes intuiciones y propuestas—el derecho a la ciudad y al disfrute de los atractivos del medio urbano por parte de extensas mayorías—es desde mi punto de vista el mayor valor del libro de Lefebvre. El que lo enlaza directamente con algunas de las preocupaciones actuales más candentes, desde la rehabilitación de barrios a las políticas de templado de tráfico y movilidad alternativa, desde la urgencia de proporcionar viviendas urbanas asequibles a jóvenes, familias y mayores a las luchas contra los desahucios bancarios, la forma contemporánea de expulsión de la ciudad.
Ramón López de Lucio es arquitecto-urbanista, catedrático de Planeamiento Urbanístico en la E.T.S. de Arquitectura de Madrid. Cuenta con una extensa práctica profesional en los terrenos del planeamiento y el diseño urbano en Madrid, Galicia y País Vasco, siendo autor de numerosas publicaciones sobre Urbanismo.
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Mesa redonda sobre "El Derecho a la ciudad"
Planteando un análisis actual en torno a la reedición de la mítica obra de Lefebvre, la semana que viene participaremos en una mesa redonda junto a Ángela Matesanz, Débora Ávila y Miguel Álvarez. Martes 27 de junio a las 19:30 en Traficantes de Sueños. ¿Te interesa el urbanismo y la idea de construir ciudad? ¡No te la pierdas y ven a debatir! Más información del evento haciendo clic aquí.


Créditos de las imágenes:

Imagen 01: Henri Lefebvre (fuente: Fernando Bayo)
Imagen 02:  Play Day en Bilbao (fuente: Paisaje Transversal)
Imagen 03: Mesa Redonda El Derecho a la Ciudad (fuente: Traficantes de Sueños)