Henry Cavendish (1731 – 1810)
Henry Cavendish (1731 – 1810) fue un notable físico y químico que, entre otras cosas, demostró que el agua estaba compuesta de oxigeno (aire deflogistizado lo llamaban por entonces) e hidrógeno (flogisto) o cual era el peso de la Tierra (con extraordinaria exactitud). Extremadamente tímido hasta lo patológico se aisló del mundo hasta el extremo de insistir a sus criados que se comunicaran con él por escrito, su desinterés por la fama y la fortuna, aunque era nieto de un duque y durante gran parte de su vida fue uno de los hombres mas ricos de Inglaterra, su ingenuidad y la incomprensión hacia las relaciones humanas son realmente únicas. En la biografía que le dedico George Wilson en 1851 se pueden leer cosas como esta:
“No amó; no odió; no albergo esperanza de ningún tipo; no tuvo miedos; no veneró nada ni a nadie. Se aparto de los demás y, aparentemente, de Dios. No había nada apasionado, entusiasta, heroico o caballeroso en su naturaleza, y tampoco había nada mezquino, sórdido o innoble. Carecía prácticamente de pasiones. Todo aquello que para comprender precisaba otra cosa que no fuera el puro intelecto, o exigiera el ejercicio de la fantasía, la imaginación, el afecto o la fe, le resultaba desagradable a Cavendish. Todo lo que descubro al leer sus diarios es una mente puramente intelectual, unos ojos maravillosamente agudos que observan y un par de manos muy diestras que experimentan o toman notas. Su cerebro parece haber sido una maquina de calcular; sus ojos, puros instrumentos de visión, no fuentes de lagrimas; sus manos instrumentos para la manipulación que jamás temblaron de emoción, ni se juntaron para adorar, dar gracias o desesperarse; su corazón no fue mas que un órgano anatómico, necesario para la circulación de la sangre…
Cavendish no se sentía por encima de los demás con un espíritu orgulloso o altanero, negándose a considerarlos sus semejantes. Se sentía separado de ellos por un enorme abismo que ni él ni ellos podían cruzar, y a través del cual de nada servia tender manos o intercambiar saludos. Una sensación de estar aislado de sus semejantes le hacia evitar su compañía y su presencia, pero lo hacia consciente de que era una enfermedad, no jactándose de ser alguien superior. Era como un sordomudo que se sentía aparte de los demás, y cuyas expresiones y gestos muestran que esa gente esta diciendo algo y escuchando música y palabras elocuentes, que él es incapaz de producir ni recibir. Sabiamente, por tanto, se mantuvo apartado, se despidió del mundo y se impuso los votos del Anacoreta Científico, y, al igual que los monjes de antaño, se encerró en su celda. Era un reino suficiente para él, y desde su estrecha ventana veía toda la parte del Universo que le interesaba. Era también un trono, desde el que dispensaba regios obsequios a sus semejantes. Fue uno de esos benefactores de su raza que jamás recibieron gratitud, y sirvió y enseño con paciencia a la humanidad, mientras ésta se apartaba de su frialdad o se burlaba de sus rarezas…No fue Poeta, ni Sacerdote, ni Profeta, sino simplemente una Inteligencia fría y lucida que emitía una pura luz blanca, que iluminaba todo lo que tocaba, pero sin calentar nada: una Estrella de segunda, sino de primera magnitud, en el Firmamento Intelectual”.
Oliver Sacks se pregunta qué patología podía tener este hombre; concluye que posiblemente padecía un “autismo genial único”
Fuentes: Oliver Sacks. El tío Tungsteno y Wikipedia.