El hambre. El gran jinete del Apocalipsis, continúa paseándose a galope por buena parte del mundo en pleno siglo XXI. En América, en Asia, en África. Resulta difícil poner palabras a una de las mayores infamias de la humanidad de la que todos, de alguna manera, somos un poco culpables. Seré sincero: La elección de esta foto de James Nachtwey pretende herir la sensibilidad del observador.
El motivo del autor en el momento de apretar el obturador fue provocar una reacción, un cambio de actitud en estos tiempos que corremos en los que estas temáticas ni imponen ni rebelan. Un moribundo en África es un moribundo alejado de nuestra casa. Poco más. Un muerto es un número. Convivimos a diario con ello y nos hemos inmunizado ante el espanto, en gran parte, porque asumimos que representa al lado más perverso de la globalización. Miles de fotos de seres malnutridos hasta la extenuación desbordan cada cierto tiempo nuestras pantallas de televisión, nuestros ordenadores.
Lo vivimos como un estado natural de la cosas, como si no hubiera nada que hacer mientras fiamos el destino a las manos sucias de la estúpida caridad. Así es el mundo. Unos arriba y otros abajo, sazonado todo con unas pequeñas dosis de mala conciencia.
El hombre de la foto es un despojo humano a punto de cruzar el umbral de la muerte. Basta con que le echemos un vistazo detallado: rostro afilado, extremidades finísimas y quebradizas, omóplatos salientes como el de un ser que acaba de ver la luz, costillas marcadas que semejan una triste marimba y el vientre tan hundido que parece que el estómago ha empezado a devorar su propio cuerpo. Es la pura imagen del fracaso humano, el reflejo obsceno de lo que puede hacer la humanidad por codicia y egocentrismo.
La FAO estima que 840 millones de personas pasan hambre en el mundo y unos 200 millones de niños sufren malnutrición. Cada año, casi 11 millones de menores de 5 años mueren como consecuencia directa o indirecta del hambre y una alimentación inadecuada o insuficiente. La falta de comida diezma poblaciones en Uganda, RDC, Zimbabue, Sudán, Somalia, Chad, Haití. Estas cifras son inaceptables en sí mismas y lo son aún más porque hay alimento suficiente para todos.
Frente a las iniciativas caritativas y neocoloniales de un mundo en crisis, hay quien propugna la desconexión de estos países del mercado mundial para romper con el capitalismo que ha designado que tres cuartas partes del planeta sean el filón de la opulenta vida de una minoría.
El horror y la vergüenza que no cesan. Esta imagen explícita del fotógrafo James Nachtwey sobre la humillación humana tiene un sentido: fue tomada en Sudán en 1993 para evitar el olvido pero sigue teniendo vigencia dos décadas después.