En los momentos bajos siente uno curiosidad por conocer el papel que hubiesen hecho con esta vida todo el resto de hermanitos espermatozoides. Porque esa es la cuestión:
—¿Estamos esperando turno para nacer y cualquier esperma nos vale?, bien entendido que de haber montado yo en uno anterior o posterior hubiese podido nacer en Bangladesh, Connecticut o Burkina Faso.
—¿O somos ese esperma en concreto con toda su información genética a mezclar caprichosamente con el exquisito ovulo de la mamá…?, No es lo mismo; ¿cual sería la información que llevasen mis hermanitos fallidos?; mira si no los hermanos de verdad, el que los tenga, yo uno mellizo incluso, lo mucho que llegan a diferenciarse de ti a todos los niveles. Se me ocurre ahora que puede que el esperma victorioso sea el que más corre por ir más ligero de peso que los otros, de ideas para después, de grandes preocupaciones, responsabilidades y proyectos, que así estamos tú y yo de inocurrentes.
A la Vida, a Dios, a la Naturaleza, a la casualidad o a todos ellos se les antojó que tú vinieses a este mundo, tú y no el de al lado ni el de atrás, esos cabezones lustrosos que te rodeaban por doquier. Es apasionante.
Tiene su importancia la pregunta de arriba, porque si somos el esperma asociado con el óvulo, y nada más que eso, desapareceremos cuando muramos, en cambio si nos montamos en su momento en aquel esperma vencedor que nos habilitaba a la vida quién dice que no podamos abandonar la nave cuando casque. Yo en principio prefiero lo segundo, por seguir compitiendo, o participando en la carrera. La más difícil de todas la ganamos tú yo sin ser conscientes, a ver ésta y las siguientes cómo lo hacemos con el afán que tenemos ahora de controlarlo todo. Va a ser mejor dejarse llevar como el día de la fecundación. Tirar “palante” a toda pastilla sin mirar atrás.