Mi heroína sin capa, la dueña de todos mis anhelos.
Dibujaste con tu sangre un hilo de vida, fruto que nació de tu interior.
Sin importarte lo más mínimo tus propias necesidades, creaste de cero la magia y el amor.
Inculcaste los valores más importantes, predicando con tu ejemplo en cada momento.
Maestra de vida, mi ángel de la guarda. Lo diste todo a manos llenas sin pedir nada a cambio.
Te agarrabas a la vida y tu único premio era vernos crecer felices, sin carencias de ningún tipo.
Con frecuencia, las agujas de mi reloj retroceden, mi memoria cabalga en el pasado y te vislumbro caminando a mi lado, cogidas de la mano por las calles de la vida.
Me imagino tu piel presente entre mis manos, tu risa perenne, perpetuamente esbozada en tu rostro. Como si nunca hubieses desplegado tus alas y aún permanecieses a mi lado.
Amor que no se acaba, me columpio en mis lágrimas y se cierran las heridas aunque queda cicatriz.
Demasiado humo de tantos incendios que jamás fueron extintos, hojas de calendarios arrancadas por negarme a que transcurra el tiempo con tu falta de presencia.
El cielo se tornó negro una temporada, hasta que pude volver a salir a flote pero por suerte, es cierto eso que dicen que no hay mal que cien años dure.
A pesar de los años transcurridos, te sigo llevando muy dentro, clavada en mí corazón.
Fuiste esa clase de persona, que todo el mundo necesita en su vida, una señal en mi camino.
Te noto aquí presente, en cada decisión que tomo, en cada logro y en cada fracaso, por eso mientras yo mantenga los ojos abiertos y mi respiración se mantenga intacta, jamás te esfumarás.