En Caballo de batalla encontramos la inverosimilitud de sus tramas y se le sigue perdonando ya que en sus obras no buscamos un análisis exhaustivo de la sociedad. Nos da igual que merodeen personajes con estereotipos al límite o que el maniqueísmo reine en cada secuencia porque la película la firma Spierlberg. El cineasta se pavonea en estas realizaciones con esmero y soltura haciendo alarde, sin tregua, de su apellido. Sin embargo vivir de las rentas comienza a pasarle factura.
Lo mejor: los descarados autohomenajes que se marca el maestro Spielberg.
Lo peor: tomársela en serio.