Siempre acuciosa, siempre actualizada (en la medida que se lo permite su patria adoptiva, esta Honduras de golpe, fusil y caza), siempre generosa, nuestra querida maestra Sara Rolla ahora nos ofrece su visión sobre El hombre es un gran faisán en el mundo, novela a la que define como "una joya temprana de Herta Müller", la autora rumana ganadora de la última edición del Premio Nobel de Literatura. Entre otras cosas, Rolla recuerda que "se ha asociado ese estilo con el del “realismo mágico”, por la fusión de los planos real y suprarreal, y se ha comparado a Müller con Rulfo. Como el genial autor mejicano, Herta utiliza una prosa poética que se destaca por ese poder de síntesis que mencionábamos y por un repertorio de imágenes enraizadas en el mundo rural en que se enmarcan las historias. Pero, sobre todo, los une una marca existencial muy fuerte: la desolación, la asfixia del ámbito humano que reflejan."
Pero mejor lean la reseña completa, que su autora ha querido compartir con los lectores de este blog.
El hombre es un gran faisán en el mundo, una joya temprana de Herta Müller
Sara Rolla
Cada Premio Nobel suscita las dudas correspondientes, ya que la Academia Sueca ha dado muestras de no ser infalible. Con esa actitud prejuiciosa, compré los dos libros de Herta Müller (autora rumana que escribe en alemán, Premio Nobel 2009), que llegaron hace algunos días a una librería de San Pedro Sula. Se trata de En tierras bajas y El hombre es un gran faisán en el mundo (ambas de Editorial Santillana, colección “Punto de Lectura”, 2009). Son su primera y tercera obras, publicadas en alemán, respectivamente, en 1982 y 1986.
Este sencillo comentario, a modo de reseña, se centra en el segundo de los libros mencionados, sin desconocer la magia verbal y la fuerza temática de su “opera prima”. Cabe mencionar la calidad evidente del traductor de ambas obras: Juan José Solar.
No objetaremos ese “hombre” del título, porque está claro que abarca al género humano en su conjunto. Cualquier feminista consciente lo aceptaría, teniendo en cuenta, sobre todo, que se trata de la reelaboración poética de una expresión popular rumana. La autora lo ha aclarado así: “En rumano es muy frecuente decir: “He vuelto a ser un faisán”, que significa: “He vuelto a fracasar”, “No lo he logrado”. O sea, en rumano, el faisán es un perdedor.” (contratapa del libro citado)
Genéricamente, la obra presenta, a mi juicio, una hibridez muy fecunda. Estructurada en forma de relatos breves desmontables, posee, sin embargo, una ilación temporal y argumental que permite considerarla novela.
El clima oprobioso de la dictadura de Ceaucescu es trasladado a un lenguaje para el que no cabe más que una denominación gastada pero certera: poético en grado sumo. Carente de introspección, como en una táctica de distanciamiento psicológico, la voz narrativa va dando cuenta de las vidas vacías y desoladas de unas gentes “comunes” a quienes la opresión del régimen obliga a buscar el exilio. Pero ese lenguaje tiene una capacidad prodigiosa de síntesis y está elaborado con ritmos e imágenes que generan un lirismo muy intenso.
Se ha asociado ese estilo con el del “realismo mágico”, por la fusión de los planos real y suprarreal, y se ha comparado a Müller con Rulfo. Como el genial autor mejicano, Herta utiliza una prosa poética que se destaca por ese poder de síntesis que mencionábamos y por un repertorio de imágenes enraizadas en el mundo rural en que se enmarcan las historias. Pero, sobre todo, los une una marca existencial muy fuerte: la desolación, la asfixia del ámbito humano que reflejan.
He aquí algunos ejemplos de esa brillante prosa poética:
“El hombre es un hilo negro que se interna entre las plantas. Las olas de hierba lo levantan por encima del suelo.” (p. 15)
“Aquella noche durmió tan lejos que ningún sueño pudo encontrarla.” (p. 28)
“En la aldea cantan los gallos. Su canto es ronco. Aún les queda noche en el pico.” (p. 64)
“Windisch cierra los ojos. Le duelen de ver tantas cruces de mármol blanco mojadas. Le duelen de tanta lluvia.” (p. 76)
“Jesús duerme en la cruz junto a la puerta de la iglesia. Cuando se despierte, será viejo. Y el aire del pueblo será más diáfano que su piel desnuda.” (p. 134)
En la mitad del libro, el texto titulado “La gran casa” se constituye en una estupenda alegoría de la dictadura de Ceaucescu. Es el único capítulo en que se nombra directamente al dictador y a su esposa y, significativamente, la temática se centra en la instrucción impartida en las escuelas del régimen, cuyo funcionamiento recuerda (más allá de estar, aparentemente, en las antípodas ideológicas) a la Alemania nazi.
Otro microrrelato extraordinario, también ubicado en la parte central de la obra y perfectamente desmontable como pieza independiente, es “El rey duerme”, un texto, a mi parecer, antológico, donde brilla al máximo el genio de la autora. La trama se remonta a la época de la monarquía y trata sobre una escala que debe hacer el tren real en el pequeño pueblo donde se ambienta la novela. La población espera con entusiasmo y ha preparado un gran homenaje, pero, al llegar el tren a la estación, alguien de la comitiva avisa que deben guardar silencio porque el monarca viene dormido. El tren sigue su marcha y el relato acaba con esta imagen tristísima:
“Una niña que debía recitarle un poema al rey cuando la marcha y los aplausos hubieran concluido, se quedó sola en la sala de espera y lloró hasta que las cabras acabaron de comerse todos los ramos de flores. “ (pp. 77-78)
Bello libro, denso y primoroso, éste de Herta Müller. Junto con el primero, En tierras bajas, nos incitan, decididamente, a buscar, más allá de las limitaciones de nuestro medio, sus demás obras traducidas.
San Pedro Sula, 9 de marzo de 2010