Los poemas de este creador evocan estímulos vitales reconocibles porque todos los hemos experimentado alguna vez, pero no somos conscientes de que forman parte de una trascendencia
Por: Manuel García
Los mensajes de cada poema desembocan en estímulos reconocibles que todos hemos experimentado alguna vez, pero no somos conscientes de que forman parte de la evolución natural del propio universo, de esa expansión intangible de las galaxias, como si, tras una mínima acción, hubiese otra mayor que se desencadena en algún lugar inhóspito, inalcanzable, más allá de la tangibilidad del propio signo. La emoción de sus poemas reside en su enfrentamiento constante a una evidencia: somos una mera resonancia de alguna colisión que nunca conoceremos.
” A veces encuentro
recortes de periódico
sobre algo que escribí,
sobre algo que pensaba escribir,
sobre algo que me interesó
y no recuerdo por qué.
Los releo, los recuerdo apenas
y los destruyo.
Es la vida, me digo,
nada sobrevive a todo”. (pág. 19).
“Quedarme en casa
una tarde cualquiera,
casi siempre de lunes,
cuando no tengo clase
y me encargo
de la merienda
de mis hijos;
estar tranquilo,
leer algún libro
-hoy, por ejemplo,
La carretera-,
y esperar a que venga Marisa.
No es nada del otro/ mundo,/ ya lo sé,/ es tan solo un paraíso/ modesto,/ pero me basta”. (pág. 31).