Highlanders

Por Siempreenmedio @Siempreblog

Después de salir de la cápsula de descompresión y pisar la acera (ver Exoplaneta), me detuve un momento frente al parterre para reflexionar, mirando la tierra seca, sobre el mundo que me ha tocado habitar. Estuve así unos dos minutos y luego pensé que tanta tragedia jamás me llevaría a buen puerto, así que decidí caminar calle abajo en busca de nuevas experiencias. Froté el cristal de la escafandra con la manga para apartar el sereno, respiré hondo y me puse a ello: primero un pie, luego el otro, de nuevo el primero y así una y otra vez. Caminaba.

No recuerdo la primera vez que logré andar, pero sí el momento en que avancé unos metros en bicicleta sin la ayuda de las ruedas chicas, o el día en que mi abuela me tiró al mar (bajo supervisión) y sentí la obligación de nadar, so pena de acabar cogiendo pulpos para toda la eternidad. Pocas veces en la vida se descubre algo tan excitante como surcar la realidad sobre ruedas o flotando. Son de esos momentos que se quedan para siempre. Como el día en que encontré a los highlanders.

No, no estaba en el norte de Europa y un temible guerrero intentaba decapitarme. Paseaba tranquilamente por La Laguna y me detuve para comprar tabaco en un estanco. Mientras esperaba por la vuelta, eché una ojeada a las revistas. Estaban todas ahí, agolpadas por decenas, mostrando sin tapujos sus portadas en hilera, pero sólo una captó mi atención.

Era una fría tarde de otoño y el viento golpeaba tan fuerte que a veces podías notar como tu cuerpo se torcía sobre la calle. Contra la tempestad, me agaché y cogí con fuerza el primer ejemplar de la colección de novela romántica highlander. Desde que la tuve entre mis dedos supe que sus letras nunca cruzarían mi retina y que su tinta jamás impregnaría mis dedos. Simplemente permanecí estupefacto hasta que el dependiente me golpeó el hombro para darme el cambio. La dejé de nuevo en el expositor y giré para regresar a la cápsula de descompresión.

Durante el trayecto hacia la base, sentí que había estado a punto de experimentar de nuevo aquella sensación, volando en bici, nadando libre. Solo que ahora aparecía en la forma de un género literario exótico y esta vez, al contrario que en mi niñez, hubiera preferido descansar para siempre en el fondo del mar antes que apechugar, llevarme a casa un ejemplar y tragar una buena dosis de fornido amor escocés. Cosas de este mundo cruel.