Hijos apócrifos, por Víctor Balcells Matas

Publicado el 22 septiembre 2013 por David Pérez Vega @DavidPerezVeg
Editorial Alfabia. 429 páginas. 1ª edición de 2013.
Este verano me escribió un correo Víctor Balcells Matas (Barcelona, 1985) para proponerme el envío de su novela Hijos apócrifos, recién publicada en Ediciones Alfabia. Había conocido a Víctor en persona hacía unos dos años, una noche que quedé en la Casa de América con mi amigo el poeta y novelista mallorquín Javier Cánaves, que estaba en Madrid porque participaba en un acto poético organizado por la editorial Delirio, donde había publicado su poemario Limpieza y absorción. Así que esa noche en la Casa de América conocí a Fabio de la Flor, el editor de Delirio, y a algunos escritores vinculados a su editorial, entre los que se encontraba Víctor Balcells, que había publicado en Delirio su libro de relatos Yo mataré monstruos por ti. Entre este grupo de personas también estaba Javier Serena, quien hace unos meses me pasó su novela Estación baldía, que ya comenté en el blog. Víctor Balcells, junto a Iago Fernández, mantiene un blog de reseñas llamado Zafarranchos Merulanos (ver AQUÍ). Nuestros blogs están enlazados desde hace tiempo. Además (a raíz de su correo) yo le envié a Víctor mi poemario El bar de Lee y me ha comentado que le ha gustado. Comento todos estos datos para que quede explicada la ligera relación que me une a Víctor, cuyo libro Hijos apócrifos estuvo envuelto hace no mucho en una polémica de internet sobre la capacidad de un lector (o de un crítico) de ser objetivo al comentar el libro de alguien que conoce o de quien es amigo.
Hijos apócrifos está dividido en cuatro partes. En la primera, situada en 1985, el joven Pablo Scarpa ha de acompañar –o perseguir en algunos casos– al famoso escritor Ricardo Iglesias, que le ha contratado para ser su biógrafo. Este acompañamiento o persecución le conducirá hasta un castillo de Cracovia, a las calles de París y al pueblo de Rennes-Le-Chateau, en el sur de Francia. Las tres partes restantes del libro presentan una unidad mayor entre sí, y su acción se sitúa ya en una época más cercana a la del escritor y el lector, entre 2009 y 2011. En gran medida, estas páginas transcurren en Salamanca, ciudad en la que ha estudiado Víctor Balcells, y que por tanto conoce bien. Guillermo Guevara es el hijo de Ricardo Iglesias, del que éste no quiso saber nada, y que fue concebido en la primera parte de la novela. Gracias a la biografía de Scarpa, Guillermo va a descubrir quién es su padre, y gran parte de la trama de la novela estará centrada en los intentos de Guillermo de reencontrarse con su padre ausente. Casi todo transcurre en el escenario de la ciudad de Salamanca, entre performances artísticas y recitales de poesía. Uno de los temas de fondo de la novela será la denuncia de la vacuidad de los escritores, sus ínfulas ridículas y su deseo desproporcionado de éxito y de reconocimiento; y también de la vacuidad de los editores (al editor de la novela se le describe con un cartel de NO tras la mesa de su despacho).
Víctor Balcells nació en 1985 y la novela está escrita entre 2007 y 2012; es decir, cuando el autor tenía entre 22 y 27 años. Balcells es un escritor muy embebido de literatura: en su novela se citan las palabras -o simplemente se habla- tanto de los personajes escritores que él inventa como de multitud de escritores reales: W. G. Sebald, Bergson, Kafka o Enrique Vila-Matas (éste es un chiste familiar, pues Vila-Matas es el tío de Víctor Balcells). Además, para el lector atento, existen otras referencias literarias más o menos veladas, como el guiño de introducir en las frases construcciones semánticas que son títulos de novelas o de relatos; así, por ejemplo, nos podemos encontrar con frases como éstas: “Entendí por su mirada el terror de la soledad del corredor de fondo” (pág. 50); “Sólo se escuchó un claro y persistente ronroneo, interferencias, ruido de fondo” (pág. 123); “Removía los pedazos de periódico y tenía las manos sucias, era un artista del hambre” (pág. 207); “Casa tomada. Ahora la música sonaba amortiguada tras la puerta” (pág. 253). (La negrita es mía).
La primera parte, la correspondiente a la voz narrativa del biógrafo Pablo Scarpa, me ha parecido lo mejor del libro. Según he leído en internet, es la que está escrita más tarde, y posiblemente se aprecia en ella una mayor madurez narrativa frente a las otras tres. Me llama la atención de esta primera parte la capacidad, y el desparpajo, de Víctor Balcells para situar la acción en una época que no es la suya y en unos escenarios (Cracovia, París, sur de Francia) que, probablemente, conocerá como turista. Además, el lenguaje poético empleado me ha parecido sorprendente e imaginativo en más de un caso. Por ejemplo, así acaba uno de los capítulos de esta primera parte: “Al principio llega el león, mata a la gacela, come hasta la saciedad y se marcha. El cuerpo de la gacela queda tendido y deforme en el suelo. Aparecen los buitres y sigue la destrucción, porque cuando se entrega el alma ya no hay límites para el caos. Pasa el tiempo y sólo quedan los huesos de la gacela. Se transforma la materia, nace el árbol. Pero a veces el árbol no nace, queda la tierra. El pasado son buitres que comen y no se sacian, porque en la memoria no existe la saciedad. Desearíamos castigar al león que nos hizo daño, pero solo queda una gacela herida que no puede moverse ni respirar. Olvidad al león. El león se fue. La única posibilidad de expiación es el árbol que más tarde crecerá. Pero ya lo he dicho, no siempre nace un árbol. Donde una vez hubo vida, no siempre vuelve a haber vida” (pág. 61).
Algo que me parece destacable –y es un recurso que se emplea más de una vez en las tres partes restantes del libro– es la capacidad de Balcells para, además de situar la acción en lugares, en principio, muy diversos (una isla de Grecia, Estambul), no acabar esos capítulos de forma conclusiva: se narra la acción, en principio violenta (el hallazgo de un cadáver, el engaño que sufre uno de los protagonistas en un prostíbulo), pero no la conclusión de esa historia. En el siguiente capítulo los protagonistas se encuentran ya en otro lugar... Y todo esto, los personajes escritores que persiguen a otros escritores, los viajes, la desubicación narrativa... me ha recordado mucho al estilo de Roberto Bolaño, que me parece una de las influencias más claras de la novela y al que se le hace un homenaje explícito al denominar a la afamada editorial donde publican los escritores famosos del libro –y donde los jóvenes artistas trepas desean publicar– editorial Archimboldi.
El tono de la novela es de comedia y esto hace que las interacciones que se establecen entre los personajes sean en algunos casos disparatadas y que las relaciones causa-efecto resulten a veces absurdas. En muchos casos se juega directamente al malentendido y al enredo; de “puñetero lío folletinesco” se habla en la página 295. Este tono de comedia es, por supuesto, absolutamente lícito, y en más de una ocasión yo como lector me he encontrado sonriendo ante la página leída, pero también he acabado pensando que en cierto modo este tono (que convierte los comportamientos de los personajes en desproporcionados o disparatados) puede ser una forma de enmascarar la dificultad del autor para crear personajes más sólidos, más consistentes, más creíbles y humanos. La experiencia de Víctor Balcells para crear una historia procede más de los libros que de la vida, me ha dado la impresión en más de un caso. Y puestos a señalar ahora algún defecto más, podría apuntar que su juventud también ha sido una rémora a la hora de crear alguna escena, remarcando en exceso el punto sobre el que el lector ha de posar la vista. Estoy pensando en la escena que tiene lugar en el segundo capítulo de la tercera parte, cuando el joven escritor trepa Max Lechuga visita al gran editor Archimboldi de la mano del afamado escritor de la editorial Enrique Bauer; y Max, desconcertado, repite en el texto más de una ocasión que el editor va a publicarle sin haber leído su manuscrito, cuando el lector ya estaba viéndolo por sí mismo.
Repito que lo mejor de Hijos apócrifos es la primera parte, que ocupa más de cien páginas de la novela, y que podría haber sido en sí misma una novela corta. Si Balcells hubiera decidido que su primera novela fuera la primera de las cuatro partes de Hijos apócrifos el resultado habría sido más cerrado y maduro, pero es de celebrar que haya arriesgado con una primera novela de más de 400 páginas, lo que nos habla de un joven autor ambicioso. Por supuesto, Hijos apócrifos no es una primera novela redonda, pero sus logros parciales, su ritmo y la fuerza de algunos pasajes me hacen pensar que Víctor Balcells va a ser un autor muy a tener en cuenta en España en las próximas décadas.