A lo que iba, desde que la escoba es mi instrumento de trabajo más preciado se me ha despertado una sed de sabiduría económica que no tiene fin. Y aquí me tienen noche sí y noche también leyendo toda suerte de tratados de macroeconomía. Lo nunca visto. Andaba yo hace unos días indagando sobre los métodos de cálculo del PIB cuando cayó en mis manos un estudio que ponía de relieve la correlación entre el PIB per cápita y la esperanza de vida de los habitantes de un país. Resulta que por debajo de los 10.000 dólares de renta per cápita la correlación es brutal. Esto quiere decir que con incrementos muy pequeños de renta aumenta muchísimo la esperanza de vida. Corriendo me fui al banco mundial para comprobar con horror que 120 países tienen rentas por debajo de este umbral. Háganse ustedes cuenta, en todos estos países la gente se muere por dinero.
A falta de poder dormir con esta desazón me dio por pensar. La progresividad impositiva se ha impuesto en casi todo el mundo y se acepta como una forma justa de garantizar un bienestar social mínimo para todos los habitantes de un país. A todos nos parece lógico que aquellos con más ingresos paguen más para que aquellos con menos posibles puedan disfrutar de una calidad de vida digna y tener acceso por ejemplo a una educación y una sanidad adecuada. Este deber de solidaridad se da por hecho y todos entendemos que no sería lógico que un señor en Extremadura se muriera por una diarrea por el mero hecho de no poder pagar el médico. No deja de sorprenderme que este deber tan básico se acabe en la frontera. Una frontera es un accidente histórico, un mero límite administrativo, una forma de aglutinar a un grupo de gente con unas raíces similares pero nunca debería ser una forma de restringir o limitar los derechos más fundamentales. Ni puede ser una excusa para eximirnos de nuestros deberes.
Como colofón de mi espanto, hoy mientras planchaba, el Presidente Alemán me ha soltado desde la pequeña pantalla que cada día mueren más de 6000 niños de hambre. Seis mil. Niños. De hambre. Cada día. Habiendo protocolos y tratados hasta para la compra-venta de aire no entiendo como todavía no se ha impuesto a nivel internacional un acuerdo entre naciones para garantizar que en ningún país se viva con rentas per cápita inferiores a los 5.000 dólares. Debería imponerse un sistema de recaudación progresiva de forma que cada país contribuyan en función de su riqueza. No como caridad o ayudas esporádicas sino como lo que es, un deber ético y moral que debería estar formalizado y garantizado al máximo nivel. Tan malo es matar como dejar morir.
No digo que sea fácil. Ni factible. Pero tampoco es fácil curar el cáncer y no dejamos de intentarlo.
Dejémonos de doble moral. No es posible que vivamos en países en los que teóricamente se defiende la vida ya no como un derecho sino como una obligación de forma que un enfermo terminal no puede libremente acabar con su vida y sin embargo nos parezca de ley que la gente se muera de hambre como si aquello fuera mala suerte. No. Se mueren de hambre porque les dejamos. Sin más.
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