Asistimos a esa “cosificación” de la imagen y del cuerpo de estas mujeres casi cada día y esa es una parte del éxito del patriarcado.
Esta semana asistimos con vergüenza a la difusión de un video de contenido sexual grabado por dos jugadores del Eibar quienes mantenían relaciones con una mujer que les decía que no la grabasen. Ellos hicieron caso omiso y el vídeo comenzó a circular por redes sociales ante lo cual ella les denunció. No sólo obviaron su NO a la grabación, sino que además lo difundieron y cuando ya se les había escapado de las manos, pidieron perdón al club y a la afición pero no a ella, a la afectada. De nuevo la cosificaron obviándola totalmente. Lo explica magníficamente bien Isabel Olmos en su artículo “Fútbol, vídeos y machismo“.
Alguna gente de la caverna del periodismo deportivo se atrevió incluso a afirmar que los jugadores en cuestión no debían pedir disculpas puesto que formaba parte de su vida privada. Y claro una se pregunta si la vida privada de la mujer a la que grabaron y que dice que no la graben tiene alguna importancia para estos periodistas impresentables, hijos del patriarcado que, de nuevo “olvidan” la voluntad de la mujer y la dejan como culpable de los males de estos dos cretinos por denunciarles.
Este es sólo un ejemplo, pero lo que más me irrita es sin duda la actitud de otro hijo predilecto del patriarcado y que pretende ser el presidente de los EE.EUU. Me refiero a Donald Trump a quien conocemos por ser misógino, xenófobo y por encarnar, al menos para mí, todos los defectos de la raza humana.
En un vídeo aparecido recientemente, pero grabado hace once años, este impresentable habla de las mujeres como objetos a los que puede hacer de todo por tener dinero. No voy a ser más explícita porque evidentemente el mamarracho en cuestión no merece ni un segundo más de mi tiempo ni de mi energía. Me parece absolutamente repugnante como hombre, pero a su vez encarna a la perfección todos los defectos del patriarcado, como buen hijo suyo que es. Y este pretende ser un modelo a seguir para gobernar el mundo….Deberemos plantearnos un exilio en otro mundo si este “ser” obtiene la victoria electoral el próximo noviembre.
Tratarnos a las mujeres como “objetos” a los que usar sin tener en cuenta nuestras voluntades o nuestros deseos es una de las peores caras del patriarcado que, al igualar el deseo sexual y el deseo de poder, enseña sus fauces y pervierte cualquier posibilidad de igualdad entre ambos géneros. Pero además niega cualquier posibilidad de otro tipo de deseo sexual que no sea el hereonormativo.
La cosificación y la hipersexualización de los cuerpos de las mujeres y cada día más de las niñas es, a mi juicio, una de las manifestaciones más crueles de la violencia machista estructural que no duda en reducirnos a objetos sin voluntad ni voz para manifestarla y que por tanto se puede “tomar” sin permiso y en cualquier momento.
Por tanto, la posesión de esos “objetos” considerados “bellos” va, a su vez asociado a una serie de privilegios otorgados por el patriarcado a sus hijos preferidos que reflejan el éxito y, por tanto el poder.
Al tiempo es el propio patriarcado quien va marcando tendencias de modas en los cuerpos de las mujeres para satisfacer sus propios deseos y fantasías sexuales. Así como los cánones de belleza que desea poseer para seguir mostrando sus trofeos a sus correligionarios. Para nada importa que sean modelos asexuados o enfermizamente delgados. O todo lo contrario. Se trata en definitiva de marcar pautas sobre sus deseos y necesidades.
No importa, tampoco, que estos modelos de belleza lleven a enfermar física e incluso psicológicamente a las mujeres y a las niñas para gustar, puesto que ese es el objetivo: creerse privilegiada por gustar a un hijo predilecto de ese patriarcado depredador.
El hacernos creer que realmente queremos lo que ellos quieren o desean es otro de sus triunfos. Y ese triunfo nos divide a las mujeres que perdemos nuestra solidaridad de género en una competencia insana y autodestructiva que nos lleva a estar, en demasiados casos, enfrentadas entre nosotras por suspicacias y sospechas infundadas que nos dividen y nos debilitan.
Baste ver las pocas voces que han surgido ante los acontecimientos como los citados, defendiendo a las verdaderas víctimas que son las mujeres y la cantidad de voces que han salido defendiendo a los agresores que son los causantes del daño y del dolor.
A la mente me vienen muchos más ejemplos de poderosos e ilustres hijos del patriarcado que han acabado destruyendo la vida de mujeres públicas o anónimas y a quienes el sistema ha acabado protegiendo e incluso justificando, cuando no protegiendo.
Y es que la violencia machista estructural es silenciosa, invisible pero muy potente porque acaba inoculando patriarcado puro en cada palabra que defienda al agresor o cuestione las voces de las mujeres agredidas y, por tanto, víctimas.
Cuestionar la voz de una mujer es, en sí mismo, violencia machista estructural porque al cuestionarla, se cuestiona su verdad sólo por ser mujer y por tanto se le anula el valor que pueda tener. Y eso tiene muchas connotaciones transmitidas por los mejores y más aplicados hijos del patriarcado: los de faldas largas y negras.
Ellos siempre al lado de los poderosos, siempre justificando las tropelías del patriarcado hacia las mujeres para mantener todos sus privilegios y de todo tipo sin importar nunca el dolor que causan.
Ellos que se apropiaron de la palabra y la otorgaron y negaron según sus propios intereses y que a las mujeres nos otorgaron el papel subsidiario de los hombres y nos negaron la voz, son también hijos favoritos del patriarcado más rancio y feroz y han participado y participan del poder y de todas sus consecuencias, disfrutando también de los premios que se otorgan desde ese poder del que participan.
Y por eso temen nuestras voces. Porque les acusamos directamente de todo el sufrimiento que nos han causado y nos siguen causando.
Porque a ellos, a todos ellos, a todos los hijos de ese patriarcado feroz, les maldigo y les acuso directamente de todo el dolor causado a lo largo de los siglos y de las actuales y refinadas (o no) formas de dominación que siguen practicando.
Sé que no estoy sola en esta acusación y eso da fuerzas para levantar la voz y decir lo que pienso. Una voz que no voy a permitir que nadie me arrebate ni silencie. Una voz, la mía, que junto a muchas otras de mujeres y hombres señalan sin miedo ni pudor a esos hijos del patriarcado que pretendemos debilitar cuestionándolas sin tregua.
Las voces y las palabras como únicas armas para intentar desmontar su discurso falaz y dañino cada día. En esas ando. En esas andamos mucha gente.
Ben cordialment,
Teresa