Al rato llega la Maestra-Jedi, con el maletero lleno de bolsas. Mete el coche en el patio junto a la cocina, y da comienzo el show de Luke. Le encanta ir a comprar, cargar el carrito, elejir productos, preguntar qué cosas faltan, buscarlas en las estanterías. Y ahora ahí está, llevándolo todo, poco a poco y con una enorme sonrisa, del maletero a la mesa de la cocina. -"Mira, Papi, las galletas tuyas!", "Mira las patatas que pican", "¡Batido de chocolate!". Verle colaborar así, contento, rebosando sonrisas, es un espectáculo con el que me cuesta trabajo no babear.
Como durante la semana, que Luke pasó un par de mañanas conmigo en casa guardando reposo –es un decir, con cuatro años y midiclorianos saliéndole por las orejas el reposo es imposible–, y los juegos, las charlas, y hasta el rato en la sala de espera del pediatra, son ratos geniales. Se comportan de modo distinto cuando están a solas con nosotros. No sé si para ellos estos momentos de tiempo compartido en exclusiva, de intimidad y complicidad, son especiales, son felices. Para mí sí son muy distintos. Porque ellos también están dedicándonos y prestándonos su atención en exclusiva. Durante esos ratos son hijos únicos, y somos sus padres unicos. Y sí, son momentos especiales. Siempre son momentos felices.
¡Que la Fuerza os acompañe!
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