Hilachas

Publicado el 26 julio 2021 por Molinos @molinos1282
Un perro en relieve en el papel higiénico, un perro en relieve en el papel higiénico. Lo miro, lo toco y pienso: esto costará dinero. ¿Será más o menos barato que hacer el papel liso? ¿Alguien se habrá preguntado esto alguna vez? Y ¿por qué un perro como emblema de un papel higiénico? Recuerdo el anuncio del perrito monísimo corriendo por lo que parecía el comienzo de la moda de los pisos piloto con luz a raudales con el rollo entre los dientes pero ¿alguien lo compra esperando encontrar ese perrito inmortalizado en el papel? Últimamente creo que he perdido memoria y capacidad de concentración. No, no es exactamente eso. He perdido agudeza, he perdido filo para conectar ideas y conocimientos. Antes hacía esas conexiones sin pensar, me salían solas, era si de mis dedos, de mi cabeza o de mi lengua saliera un chispazo, una descarga eléctrica (como la de las anguilas) que estableciera esa conexión. Ahora, para conseguir algo parecido la sensación es que tengo que tirar un cable submarino por debajo de una pesada masa de agua y conseguir llegar al otro lado. A veces tengo fuerzas y lo consigo, otras veces dejo el cable a medias y digo: ya volveré. Me debato entre dos superpoderes. El que tienen mis hijas de dormir como los perros, a su antojo, donde sea, como sea y cuando sea y el de con un chasquido de dedos poder cambiar todos los cuadros de mi casa. Concretamente me encantaría tener una pared frente a la que desayunaría cada día, llena de láminas botánicas y querría, cada día, con un chasquido de dedos poder cambiarlas todas. A lo mejor cada día es excesivo, pero poder cambiarlas cuando me las hubiera aprendido de memoria, tan de memoria como me sé los refranes irlandeses que cuelgan encima de la mesa de la cocina en Los Molinos o las etiquetas de vinos de la cocina de Madrid. Sueño con Michael Jordan un día y al siguiente con Camilo José Cela, se lo comento a Juan y hablamos de que se sueña poco porno. Odio el deporte, odio el deporte con toda la fuerza de mi ser y ese odio es lo único que me empuja a hacerlo y terminar cuanto antes. Cuando me crece el pelo parezco un perro de aguas y mi madre me dice que llevo el pelo aplastado, creo que no tengo síndrome del impostor porque mi madre ha conseguido desgastarlo de tanto echármelo en cara. Debió dejarlo a cero cuando yo tenía veinte o veinticinco años. Salir a cenar con mis amigos y que las cosas que nos contamos hayan pasado hace treinta años da un vértigo parecido al de la montaña rusa. Es una mezcla de susto al darte cuenta de lo viejos que somos y de alegría porque tenemos todo ese pasado en común y esperamos seguir teniendo futuro. Hacerte mayor es darte cuenta de que has tenido mucha suerte de no haber perdido ningún amigo por el camino en accidentes, enfermedades o cualquier cosa dramática... y saber que en algún momento ocurrirá y que puedes ser tú. Más vértigo existencial. La playa de Nogales, ver dormir a mis hijas una siesta de cuatro horas como si no hubieran dormido catorce esa misma noche, las pestañas de María, las manos de Clara, escucharlas respirar. Emocionarme y que esa emoción estalle cuando se despiertan y absolutamente todo lo que yo hago les parece mal. Internet está lleno de gatos y de consejos sobre como ser madre. Me sobran gatos y esos consejos. La realidad tiene más perros y lo difícil no es ser madre, lo complicado es encajar en tu cabeza ser madre e hija a la vez, querer parecerte a tu madre en lo bueno y pasarte el día huyendo despavorida de las cosas malas que te hacen parecerte a ella. De eso no hay nada en internet. Querer escribir algo y que no se te ocurra nada, solo hilachas de cosas que (te) pasan por la cabeza y que no pueden ser un post. ¿Y si las junto todas?