Hilario Barrero.Diarios (2012-2013).La Isla de Siltolá. Sevilla, 2015.
Melodías de Brooklyn, Autorretrato con amigos, Mientras el tiempo pasa o Años, libros, vida son títulos que Hilario Barrero manejó para alguna entrega anterior de sus dietarios. Títulos que, por orientadores y significativos del material con el que están hechos, podrían haber servido también para la última, que ha preferido ordenar bajo el escueto rótulo Diarios, que publica La Isla de Siltolá en su colección Levante.
El paisaje es conocido, casi familiar ya para quien haya leído las entregas anteriores -entre otras, Las estaciones del día, De amores y temores, Días de Brooklyn o Nueva York a diario-: las calles y las casas, las clases en la universidad, los libros que se deshacen en una fácil metáfora del tiempo, la música y la pintura, la literatura y la vida, la infancia y los recuerdos, el campo y la ciudad, el desfile gay de Brooklyn y el Corpus de Toledo, Lowell y Góngora, conciertos y museos, Brahms y Beethoven, Málaga y el Prado, el mar de Gijón y el mar de Manhattan, Santo Tomé y Wall Street, los viajes en metro y las lecturas ...
Y al fondo siempre el tiempo, porque estos diarios son también –y cada vez más- un memorial de ausencias, una sucesión de fechas y estaciones en claroscuro, de trabajos y días como en Hesiodo.
Como la generación de las hojas -de los árboles, no sólo de los libros-, así la vida de los hombres, decía Homero. Y así se suceden en estos diarios las hojas del calendario y las hojas caídas del otoño de Brooklyn, los rostros y los nombres asociados a recuerdos y emociones en la prosa contenida de Hilario Barrero, que va dibujando con melancólica lucidez en cada una de estas páginas, en cada una de estas líneas su propio rostro.
Con melancólica lucidez, delimita así el perfil de su identidad quien escribe, más que para conocer un mundo que sabe opaco, para conocerse a sí mismo en el trazado de las líneas de su propio tiempo, fijado en entradas de tanta intensidad poética y vital como esta, del lunes, 8 de abril de 2013:
Ya le queda menos para ser un esqueleto total, una sombra de luz derretida, un sarmiento de ruidos, una ecuación de grasa, una garza sin alas. La dejaron 'aparcada' al final del verano y la he visto envejecer, ser maltratada, saqueada, robada, disminuida. Llegaron los primeros fríos que comenzaron a desnudarla. Apareció la nieve que la vistió de escalofrío y temblores. La lluvia la fue envolviendo en una gasa que oscureció sus colores. Los chavales de la escuela cercana cada tarde la miraban como quien mira a un muerto: una rueda, el manillar, el sillín, la cadena… Ella se fue hundiendo, arrodillándose, perdiendo el brillo del sol que la vestía de hermosura en los últimos días del verano. Esta mañana he visto que le han arrancado el corazón, se han llevado sus ojos y casi no puede respirar. Cada día la saludo y siento que me dejo a su lado algo mío y deseo que su dueño llegue a rescatarla. Pero no llega. Cuando aparezca, si lo hace, se encontrará con una interrogación de hierros y de cables, con una bicicleta muerta.
Santos Domínguez