¿Quién fue, exactamente, Hiram? Su función exacta, en nuestro contexto, no viene claramente definida en las Escrituras. Pero se recurre a su nombre tan frecuentemente que, en un primer momento, podría ser considerado uno de los grandes maestros de obra, si no el animador o el arquitecto jefe de los trabajos de construcción del Templo de Salomón.
Hiram era un fenicio que vivía en Tiro, la capital. Su madre era judía, de la tribu de Neftalí y de la ciudad de Dan, en la frontera israelí-libanesa donde, en aquella época, el hebreo que se hablaba era un idioma muy parecido al fenicio. Su padre era metalúrgico del bronce. Se podría hoy comparar a Hiram con un arquitecto alemán que trabajase en Francia, de padre renano artesano del bronce y de madre alsaciana de Estrasburgo…
La Biblia ensalza sus talentos profesionales y su espíritu creativo: Hiram –nos dice- sabía trabajar la piedra, el mármol, la madera, el hierro, el oro, la plata, el bronce, y también las piedras preciosas, los tejidos (que, además, sabía teñir de púrpura y rojo). “Con gran habilidad, maña, saber {…} sabiduría, inteligencia y ciencia {…}, sabía grabar en relieve toda clase de figuras”, y tenía “un genio maravilloso para crear todo lo necesario para toda clase de obras y concebir toda obra de arte”…
¡No nos mofemos de estos excesos verbales! ¿Acaso no admiramos, a veces desmesuradamente, el genio de Leonardo da Vinci y el de Miguel Angel, por no hablar de los hermanos Masones Benjamín Franklin o Etienne Montgolfier?
¿Fue Hiram quien concibió el templo? ¿O fue solamente el maestro que lo ejecutó? ¿O uno de los maestros que lo ejecutó? Según los textos, sólo habría sido el realizador, puesto que los planos, o sus bocetos, habrían sido transmitidos por David a Salomón, habiendo David, además, comprado el terreno y comenzado a almacenar madera, piedra, hierro, bronce y oro.
Pero ¿desea el Cronista, único [autor bíblico] que narra estos hechos (este Cronista era más teólogo que historiador), asociar simbólicamente, mediante una hipotética transmisión de planos, a David con Salomón en la edificación del templo, y contribuir así a magnificar la dinastía davídica?
Dichos planos, si realmente existieron, sólo habrían podido ser diseñados por arquitectos fenicios. Pues bien, David mantenía estrechas relaciones con el rey Hiram (junto a quien vivía Hiram el arquitecto), ya que le había pedido con anterioridad que le enviase madera de cedro y técnicos para construir su propio palacio en Jerusalén, en la colina de Sión. Es, pues, lógico pensar, con bastante verosimilitud, que Hiram pudo ser el que concibió el templo.
Ciertamente, los textos insisten más en la habilidad de Hiram para trabajar el bronce que en sus realizaciones arquitectónicas. Pero su experiencia metalúrgica, los procedimientos técnicos para fabricar esas piezas grandiosas tan ampliamente descritas por las Escrituras (las columnas del templo, Boaz y Jakín, de 11,50 metros de alto y 2 metros de diámetro, las 25 a 30 toneladas de bronce utilizadas en el Mar de Bronce, que contenía el agua para las abluciones rituales de los sacerdotes), ¿no habría llamado más bien la atención de sus contemporáneos “subdesarrollados” esta tecnología de Hiram en este terreno, que los trabajos de edificación del templo, construcción a pesar de todo modesta y levantada de manera convencional (salvo, quizá, su muy rica e inhabitual ornamentación)?
Razonemos a la inversa: muy cercanos a nosotros, los famosos artesanos de bronce de París, los Bagués, Gagneau o Léon Contart, ¿no marcaron pautas a los decoradores, realzando la armonía de estilo del edificio que remozaban? Su obra ha borrado sus nombres, y hoy ya no se dice: Esto es de Bagués… esto de Contart…, sino ¡Qué espléndida obra del XVIII!
Salvando las distancias, ¿no podríamos comparar a Hiram con un muy hábil ingeniero de Centrale o de Polytechnique, con el sentido de lo concreto de la Ecole des Arts et Métiers, poseyendo la técnica de la Ecole Spéciale d´Architecture, pero también artista y orfebre señero de la Ecole des Beaux-Arts? Muchos estudios, proezas escolares y sobre el terreno, ciertamente, pero… ¿por qué no? ¡En aquella época, el saber enciclopédico podía caber en una sola cabeza bien amueblada! Por otra parte, a Hiram debía rodearlo, seguramente, un estado mayor de técnicos, capataces y obreros especializados. Habría que hablar, más bien, de la escuela de Hiram, o los talleres de Hiram, o incluso de la S.A. de las Grandes Obras de Hiram.
Fuente: Pierre Guillaume, “Du Temple de Salomon au Temple des Maçons”, artículo publicado en la revista “La Chaîne d´Union” nº 3. Traducción del autor del blog.