Tenía ganas de ir a Hiroshima, pasearme por sus calles y pensar en el horror que nunca viví, pero que tampoco he olvidado. Deseaba pasearme por sus calles, tratar de leer los letreros sin éxito: no hablo japonés. Anhelaba ir a Hiroshima, pasearme por las calles y pensar en esa mujer de El plan infinito de Isabel Allende, que cuando se entera de la bomba llora y al ver a sus compatriotas celebrar pierde la fe en la humanidad y no vuelve a pronunciar palabra alguna por los años que le quedaron de vida. Quería ir a Hiroshima, caminar por sus calles y pensar en esa mujer para hablar por su dolor, para gritar lo que no he gritado en la vida, para hacer una gran catarsis y así no perder, como ella, la fe en la humanidad.
Sin embargo, no he ido a Hiroshima, no he caminado por sus calles, pero pude sentirme cerca suyo al leer el guion de Marguerite Duras Hiroshima Mon amour. También vi la película, pero no me gustó. O quizás si me gustó pero no tanto como el guion. Esto último se debe a que me sedujo más la posibilidad de imaginar y ponerle los rostros que se me antojaban a los protagonistas, a Hiroshima, y esa posibilidad justamente me la dio el guion. En la película ya todo está dado, solo queda observar y aceptar.
Marguerite Duras escribió este guion que en 1960 se transformó en una película dirigida por Alain Resnais. Todo se sustenta en el dolor, en el olvido, en el amor, en el horror. Cómo es posible que un diálogo sostenga tanto sentimiento contrapuesto, se preguntarán ustedes. Pues la verdad es que no tengo la respuesta, este no es un intento de descubrir lo que sucedía por la cabeza de Duras al momento de escribir esta obra, sino un deshago, un simple desahogo de lo que la obra me dejó atragantado. Se trata de una historia de amor acaecida en la desolada Hiroshima postnuclear que desmembró la vida (y el cuerpo) de muchos seres humanos. En ese escenario tan desolador se desarrolla una historia no menos desoladora: la de un hombre y una mujer entrampados en el embrollo de un amor imposible.
Quizás lo que resulte más complejo de asimilar en esta historia tan peculiar es que la de Duras es una obra que quiere rescatar la humanidad ante el horror. Pensar que dos seres humanos puedan amarse con la intensidad de esos personajes en medio de la miseria, de la podredumbre, sin duda resulta inquietante. Siempre es más fácil enfrentarse a la tragedia desde la desidia de las imágenes crudas y sangrientas, pero no desde la sutileza de la lucha del amor por encontrar su espacio en un mundo adverso. Duras lo logra con creces: el guion está construido con un lenguaje de belleza única que logra retratar exactamente lo deseado. Es una historia de amor que no desvía la atención de lo igualmente importante en Hiroshima. No por pintar con amor los duros trazos del horror Hiroshima mon amour se vuelve frívola. Todo lo contrario, le suma realidad, y logra sin mayores esfuerzos que el lector (o el espectador) empatice tanto con Hiroshima como con todos los horrores del mundo, pero sin terminar con el dolor clavado en el pecho, sino con la luz de esa esperanza que produce el amor.
El de Marguerite Duras es un texto de denuncia, pero no solo de denuncia del horror, sino también de denuncia de la esperanza. Es un llamado a la humanidad para seguir hurgando en nuestro basural hasta encontrar una salida, porque la habrá. Aunque sea por un segundo, pero valdrá la pena. En este sentido, cabe hacerse las siguientes preguntas: ¿Cuál es el discurso de un texto? ¿Qué lugar que ocupa un escritor en la sociedad? ¿Puede la literatura referirse sólo a la literatura? Estas preguntas vienen a lugar porque el escritor es en cierto modo (de un modo muy amplio, al menos) la voz de su pueblo, es por eso que resulta evidente que frente a represiones políticas, por ejemplo, las primeras voces que se acallen sean las de los escritores. El pueblo, la ciudadanía se apoya en sus artistas para que éstos sean voceros y transmisores de las vivencias, de los anhelos, de los sueños, de la memoria colectiva –y también del olvido.
El discurso de Hiroshima mon amour es muy claro: el horror continúa a paso firme. Y resulta absolutamente necesario para la salud de la sociedad el encontrarse con textos que nos afirmen que hay ciertos hechos imposibles de negar, hechos que nos avergonzarán por todos los años que nos queden por vivir. Ahora, realizar eso en base a la experiencia personal y humanizar un conflicto que a todas luces es inhumano, es admirable por parte del pueblo en su totalidad. Ese es precisamente el lugar que ocupa un escritor en la sociedad: el de convertirlo todo en arte, el de hablarnos frente a frente sin tapujos, sin adornos, sin contradicciones. El de convertirnos la vida en una carga menos pesada. Al fin y cabo por eso nos refugiamos en la literatura, no ya para escapar sino para encontrar respuestas, para encontrar segundas versiones, para revivir de las cenizas si fuese necesario. Por eso el corte de Hiroshima mon amour, aunque fuera esta una obra de denuncia, no podía ser el de un documental, pues para llegar a remover nuestras fibras era necesario hablarnos a la cara desde la belleza de lo humano. Por eso la necesidad de un amor inmenso y desgarrador en un escenario donde el amor parecía imposible por la eternidad, porque para mostrar el horror hay que desnudar las emociones y saber que aun en la miseria más grande lo único que nos quedará es seguir moviéndonos por las emociones. Eso somos: palabra y emoción. Qué más podría pretender un simple mamífero, aunque tenga éste el título de escritor, sino apelar a la emocionalidad del público para conmover, para demostrar, para generar la empatía.
Por último, pensar que la literatura puede referirse sólo a la literatura es como creer que El Prado debe permanecer floreado solo en primavera. Hay tiempo y espacio para todo. Si la literatura fuese solo ficción aun así estaría ficcionando (muchas veces) la realidad. Quizás en cierto modo la literatura es el escape a la realidad, es el espacio que tenemos los humanos para comunicarnos lo que de otro modo nos sería complicado o imposible. La literatura no puede ocuparse solo de literatura porque el escritor es la voz del pueblo y el pueblo es mucho más que literatura. Por eso es necesario hablar de literatura, comprenderla, digerirla, apreciarla y atesorarla. Por eso es necesario pensar la escritura de Marguerite Duras, porque no es sólo una mujer perdiendo su tiempo, es una mujer hablando por un modo de vida que a ella le incomoda y le produce escozor y esa voz tiene un alcance mayor: el encuentro de dos culturas que no saben convivir, como mínimo.
Quizás se pueda creer que para Maguerite Duras el cine es una prolongación de sus libros, quizás ella deseó darle otro tipo de vida a sus escritos. Y vaya que lo logró. Quizás, simplemente, quiso buscar otra forma de escape, de expresión, de no memoria. Quizás sólo escribimos, sólo prolongamos nuestras letras para hacernos inevitablemente inmortales, para hacer de nuestras vidas un recuerdo eviterno, para olvidarnos de nosotros mismos mientras el mundo no hace más que recordarnos. Quizás Maguerite Duras quiso sumir a Hiroshima en un olvido tan profundo que resultara imposible no recordarlo en cada momento.
Por Cristal