Hoy, Hiroshima recuerda el espanto del primer ataque nuclear contra población civil, perpetrado hace 66 años por ese paradigma de democracia y tierra de oportunidades para quien tiene lo que hay que tener que es Estados Unidos. Los supervivientes de aquella masacre indiscriminada abogan desde entonces por la paz y el desarme y también por la abolición de la energía nuclear, un lamento que aceleró los circuitos de la memoria colectiva e individual tras el tsunami y posterior desastre de Fukushima.
El enemigo invisible sigue entre nosotros: es la radiactividad y también son los mercados, igual de invisibles, igual de mortíferos a la hora de acabar con la población civil, contra sus representantes (que ya no nos representan) y contra todo lo que se ha tardado décadas, en algunos casos siglos, en construir. Standard & Poor’s ha rebajado la calificación de la deuda de Estados Unidos, que se encaramó y consolidó como superpotencia mundial desde, precisamente, salir vencedor incuestionable de la Segunda Guerra Mundial. Ahora, Estados Unidos también deberá beber del aceite de ricino que nos prescriben los mercados sin receta médica, curanderos de poco fiar. Un precio demasiado caro el que pagamos por crecepelos, ungüentos para atraer al ser amado y preparados vitamínicos para este cuerpo social aquejado de artrosis. Pero con fecha de caducidad caducada.
Hoy y mañana los mercados descansan y preparan la próxima razia hacia un objetivo indefinido y global, de la misma manera que un escape tóxico de radiactividad. A veces me da por pensar que se trata de un ataque alienígena, que ya están entre nosotros, con el objetivo de dominar la Tierra. A lo mejor los mayas no iban tan desencaminados, ni Tim Burton…