La perversión del lenguaje ha contribuido mucho al sometimiento a las tesis antiespañolas. Se ha ido sustituyendo una palabra tan hermosa como Hispanidad, esa semilla que con tanto esfuerzo, sacrificio y sentido evangelizador se puso en América, por Latinoamérica, Iberoamérica o cualquier otra palabra salida de las mentes antiespañolas que tratan de ocultar y omitir la gigantesca gesta que España realizó en el llamado Nuevo Continente. Esta manipulación lingüística ha calado en todo el mundo y ha ayudado a inocular en la sociedad la leyenda negra de España, esa falacia monumental que se transforma en historia por arte de birlibirloque. Pero ahora resulta que el Papa Francisco, ese montonero marxista travestido de Sumo Pontífice, pide perdón (ante Evo Morales y tras recibir de regalo un crucifijo con la forma de la hoz y el martillo) “por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”, proporcionando una nueva ocasión para que los contumaces de la anti-historia vuelvan a la carga con su salmodia. Como dice Juan Manuel de Prada: “Me resulta estrafalario que el Papa pida perdón por crímenes cometidos por españoles a título particular, y en infracción de las leyes promulgadas por nuestros reyes… pero no hubo crímenes institucionalizados, como en cambio los hubo en Estados Unidos o en las colonias inglesas u holandesas”. Habrá que enseñar al Papa de la Teología de la Liberación y su Cristo de Palacagüina que la primera de todas las instrucciones que los Reyes Católicos dieron a Colón, en su primer viaje, fue la conversión a la fe de los moradores de las tierras que encontrare, encargándole que se trate “muy bien y amorosamente a los dichos indios”. Igual dice la Bula del entonces Papa Alejando VI, expedita el 4 de mayo de 1493, para que envíen hombres buenos y sabios, que instruyan a los naturales en la fe y les enseñen buenas costumbres. Confirma este propósito el testamento de Isabel la Católica: “Nuestra principal intención fue convertir los pueblos de las nuevas islas y tierra firme a Nuestra Santa Fe Católica”. Y lo mismo repiten, en infinitas cédulas y ordenanzas, todos los reyes españoles, encareciéndolo a sus virreyes con toda clase de amenazas para los desobedientes. Así, Carlos I y la junta de sabios de Valladolid de 1550 para que resolviesen acerca de sus dudas morales ante la conquista y debatiesen las nuevas leyes que pensaba otorgar para mejorar las ya existentes. Felipe II y la junta especial de 1566 dirigida por Juan de Ovando, y la ordenanza de 1573 y en la que se consagró definitivamente la institución del virreinato. Felipe IV y la Real Cédula del 3 de julio de 1627, en la que no contento con las penas y apercibimientos de su Real Supremo Consejo de las Indias, se castigasen las injurias y opresiones a los indios. Ninguna legislación colonial extranjera es comparable a nuestras leyes de Indias. Por ellas se prohibió la esclavitud, se proclamó la libertad de los indios, se les prohibió hacerse la guerra, se les brindó la amistad de los españoles, se reglamentó el régimen de encomienda para castigar el abuso de los encomenderos, se estatuyó la instrucción y adoctrinamiento de los aborígenes, se convenció a las autoridades para que no destruyeran ni dejaran perderse la lengua y la cultura de los indios, se prescribió que las conversiones se hiciesen voluntariamente y se transformó la conquista de América en difusión del espíritu cristiano. Desde 1538 los dominicos habían creado la primera universidad de América, la de Santo Domingo, a la que siguieron, en 1553, las de México y Lima. Pedro de Gante fundó en México los primeros institutos de enseñanza y evangelización, con especial atención a las culturas y lenguas indígenas. Los focos de cultura y de ciencia que creamos en las Indias al amparo de esas universidades actuaron como baluarte para la implantación y defensa de la fe, y para la organización del gobierno, como si de Salamanca y Alcalá se tratase. Tal vez el Papa Francisco prefiera que siguieran con sus ritos paganos, su barbarie, sus costumbres ferinas, y él ejerciendo de hechicero de una tribu indicando cuándo y cuántos indios hay que sacrificar. Más le vale a Bergoglio que se leyera la “Política indiana” de Solórzano Pereira y al padre Vitoria, dominico español, maestro de los teólogos españoles de Trento , creador del Derecho internacional y máximo iniciador de todas las reformas favorables a los aborígenes, que honran nuestras leyes de Indias. Decía Ramiro de Maeztu en su magistral y bellísima “Defensa de la Hispanidad”: “No hay en la Historia universal obra comparable a la realizada por España, porque hemos incorporado a la civilización cristiana a todas las razas que estuvieron bajo nuestra influencia. Pero todavía hicimos más. No sólo hemos llevado la civilización a otras razas, sino algo que vale más que la misma civilización, y es la conciencia de su unidad moral con nosotros… El mundo no ha concebido ideal más excelente que el de la Hispanidad. La vida del individuo no se eleva y ensancha sino por el ideal… La patria se hace con gentes y con tierra, pero la hace el espíritu y con elementos también espirituales… Si nos creemos inferiores a otros pueblos, es por ignorancia de nuestra historia”. La Hispanidad como referente, como gloria, como guía, y con todo el orgullo y honra a una gesta inigualable. Honor a la Hispanidad.
HISPANIDAD, COMO REFERENCIA Y ORGULLO, por @PepeWilliamMunn
Publicado el 12 octubre 2015 por Catalega @Catalega
Hoy día de la Hispanidad,
de la Fiesta Nacional, contamos con una nueva colaboración del amigo de Desde
el Caballo de las Tendillas, José Quijada Rubira. Y como vamos a decir durante
toda la jornada, decimos alto y claro ¡#VivaEspaña!
La perversión del lenguaje ha contribuido mucho al sometimiento a las tesis antiespañolas. Se ha ido sustituyendo una palabra tan hermosa como Hispanidad, esa semilla que con tanto esfuerzo, sacrificio y sentido evangelizador se puso en América, por Latinoamérica, Iberoamérica o cualquier otra palabra salida de las mentes antiespañolas que tratan de ocultar y omitir la gigantesca gesta que España realizó en el llamado Nuevo Continente. Esta manipulación lingüística ha calado en todo el mundo y ha ayudado a inocular en la sociedad la leyenda negra de España, esa falacia monumental que se transforma en historia por arte de birlibirloque. Pero ahora resulta que el Papa Francisco, ese montonero marxista travestido de Sumo Pontífice, pide perdón (ante Evo Morales y tras recibir de regalo un crucifijo con la forma de la hoz y el martillo) “por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”, proporcionando una nueva ocasión para que los contumaces de la anti-historia vuelvan a la carga con su salmodia. Como dice Juan Manuel de Prada: “Me resulta estrafalario que el Papa pida perdón por crímenes cometidos por españoles a título particular, y en infracción de las leyes promulgadas por nuestros reyes… pero no hubo crímenes institucionalizados, como en cambio los hubo en Estados Unidos o en las colonias inglesas u holandesas”. Habrá que enseñar al Papa de la Teología de la Liberación y su Cristo de Palacagüina que la primera de todas las instrucciones que los Reyes Católicos dieron a Colón, en su primer viaje, fue la conversión a la fe de los moradores de las tierras que encontrare, encargándole que se trate “muy bien y amorosamente a los dichos indios”. Igual dice la Bula del entonces Papa Alejando VI, expedita el 4 de mayo de 1493, para que envíen hombres buenos y sabios, que instruyan a los naturales en la fe y les enseñen buenas costumbres. Confirma este propósito el testamento de Isabel la Católica: “Nuestra principal intención fue convertir los pueblos de las nuevas islas y tierra firme a Nuestra Santa Fe Católica”. Y lo mismo repiten, en infinitas cédulas y ordenanzas, todos los reyes españoles, encareciéndolo a sus virreyes con toda clase de amenazas para los desobedientes. Así, Carlos I y la junta de sabios de Valladolid de 1550 para que resolviesen acerca de sus dudas morales ante la conquista y debatiesen las nuevas leyes que pensaba otorgar para mejorar las ya existentes. Felipe II y la junta especial de 1566 dirigida por Juan de Ovando, y la ordenanza de 1573 y en la que se consagró definitivamente la institución del virreinato. Felipe IV y la Real Cédula del 3 de julio de 1627, en la que no contento con las penas y apercibimientos de su Real Supremo Consejo de las Indias, se castigasen las injurias y opresiones a los indios. Ninguna legislación colonial extranjera es comparable a nuestras leyes de Indias. Por ellas se prohibió la esclavitud, se proclamó la libertad de los indios, se les prohibió hacerse la guerra, se les brindó la amistad de los españoles, se reglamentó el régimen de encomienda para castigar el abuso de los encomenderos, se estatuyó la instrucción y adoctrinamiento de los aborígenes, se convenció a las autoridades para que no destruyeran ni dejaran perderse la lengua y la cultura de los indios, se prescribió que las conversiones se hiciesen voluntariamente y se transformó la conquista de América en difusión del espíritu cristiano. Desde 1538 los dominicos habían creado la primera universidad de América, la de Santo Domingo, a la que siguieron, en 1553, las de México y Lima. Pedro de Gante fundó en México los primeros institutos de enseñanza y evangelización, con especial atención a las culturas y lenguas indígenas. Los focos de cultura y de ciencia que creamos en las Indias al amparo de esas universidades actuaron como baluarte para la implantación y defensa de la fe, y para la organización del gobierno, como si de Salamanca y Alcalá se tratase. Tal vez el Papa Francisco prefiera que siguieran con sus ritos paganos, su barbarie, sus costumbres ferinas, y él ejerciendo de hechicero de una tribu indicando cuándo y cuántos indios hay que sacrificar. Más le vale a Bergoglio que se leyera la “Política indiana” de Solórzano Pereira y al padre Vitoria, dominico español, maestro de los teólogos españoles de Trento , creador del Derecho internacional y máximo iniciador de todas las reformas favorables a los aborígenes, que honran nuestras leyes de Indias. Decía Ramiro de Maeztu en su magistral y bellísima “Defensa de la Hispanidad”: “No hay en la Historia universal obra comparable a la realizada por España, porque hemos incorporado a la civilización cristiana a todas las razas que estuvieron bajo nuestra influencia. Pero todavía hicimos más. No sólo hemos llevado la civilización a otras razas, sino algo que vale más que la misma civilización, y es la conciencia de su unidad moral con nosotros… El mundo no ha concebido ideal más excelente que el de la Hispanidad. La vida del individuo no se eleva y ensancha sino por el ideal… La patria se hace con gentes y con tierra, pero la hace el espíritu y con elementos también espirituales… Si nos creemos inferiores a otros pueblos, es por ignorancia de nuestra historia”. La Hispanidad como referente, como gloria, como guía, y con todo el orgullo y honra a una gesta inigualable. Honor a la Hispanidad.
La perversión del lenguaje ha contribuido mucho al sometimiento a las tesis antiespañolas. Se ha ido sustituyendo una palabra tan hermosa como Hispanidad, esa semilla que con tanto esfuerzo, sacrificio y sentido evangelizador se puso en América, por Latinoamérica, Iberoamérica o cualquier otra palabra salida de las mentes antiespañolas que tratan de ocultar y omitir la gigantesca gesta que España realizó en el llamado Nuevo Continente. Esta manipulación lingüística ha calado en todo el mundo y ha ayudado a inocular en la sociedad la leyenda negra de España, esa falacia monumental que se transforma en historia por arte de birlibirloque. Pero ahora resulta que el Papa Francisco, ese montonero marxista travestido de Sumo Pontífice, pide perdón (ante Evo Morales y tras recibir de regalo un crucifijo con la forma de la hoz y el martillo) “por los crímenes contra los pueblos originarios durante la llamada conquista de América”, proporcionando una nueva ocasión para que los contumaces de la anti-historia vuelvan a la carga con su salmodia. Como dice Juan Manuel de Prada: “Me resulta estrafalario que el Papa pida perdón por crímenes cometidos por españoles a título particular, y en infracción de las leyes promulgadas por nuestros reyes… pero no hubo crímenes institucionalizados, como en cambio los hubo en Estados Unidos o en las colonias inglesas u holandesas”. Habrá que enseñar al Papa de la Teología de la Liberación y su Cristo de Palacagüina que la primera de todas las instrucciones que los Reyes Católicos dieron a Colón, en su primer viaje, fue la conversión a la fe de los moradores de las tierras que encontrare, encargándole que se trate “muy bien y amorosamente a los dichos indios”. Igual dice la Bula del entonces Papa Alejando VI, expedita el 4 de mayo de 1493, para que envíen hombres buenos y sabios, que instruyan a los naturales en la fe y les enseñen buenas costumbres. Confirma este propósito el testamento de Isabel la Católica: “Nuestra principal intención fue convertir los pueblos de las nuevas islas y tierra firme a Nuestra Santa Fe Católica”. Y lo mismo repiten, en infinitas cédulas y ordenanzas, todos los reyes españoles, encareciéndolo a sus virreyes con toda clase de amenazas para los desobedientes. Así, Carlos I y la junta de sabios de Valladolid de 1550 para que resolviesen acerca de sus dudas morales ante la conquista y debatiesen las nuevas leyes que pensaba otorgar para mejorar las ya existentes. Felipe II y la junta especial de 1566 dirigida por Juan de Ovando, y la ordenanza de 1573 y en la que se consagró definitivamente la institución del virreinato. Felipe IV y la Real Cédula del 3 de julio de 1627, en la que no contento con las penas y apercibimientos de su Real Supremo Consejo de las Indias, se castigasen las injurias y opresiones a los indios. Ninguna legislación colonial extranjera es comparable a nuestras leyes de Indias. Por ellas se prohibió la esclavitud, se proclamó la libertad de los indios, se les prohibió hacerse la guerra, se les brindó la amistad de los españoles, se reglamentó el régimen de encomienda para castigar el abuso de los encomenderos, se estatuyó la instrucción y adoctrinamiento de los aborígenes, se convenció a las autoridades para que no destruyeran ni dejaran perderse la lengua y la cultura de los indios, se prescribió que las conversiones se hiciesen voluntariamente y se transformó la conquista de América en difusión del espíritu cristiano. Desde 1538 los dominicos habían creado la primera universidad de América, la de Santo Domingo, a la que siguieron, en 1553, las de México y Lima. Pedro de Gante fundó en México los primeros institutos de enseñanza y evangelización, con especial atención a las culturas y lenguas indígenas. Los focos de cultura y de ciencia que creamos en las Indias al amparo de esas universidades actuaron como baluarte para la implantación y defensa de la fe, y para la organización del gobierno, como si de Salamanca y Alcalá se tratase. Tal vez el Papa Francisco prefiera que siguieran con sus ritos paganos, su barbarie, sus costumbres ferinas, y él ejerciendo de hechicero de una tribu indicando cuándo y cuántos indios hay que sacrificar. Más le vale a Bergoglio que se leyera la “Política indiana” de Solórzano Pereira y al padre Vitoria, dominico español, maestro de los teólogos españoles de Trento , creador del Derecho internacional y máximo iniciador de todas las reformas favorables a los aborígenes, que honran nuestras leyes de Indias. Decía Ramiro de Maeztu en su magistral y bellísima “Defensa de la Hispanidad”: “No hay en la Historia universal obra comparable a la realizada por España, porque hemos incorporado a la civilización cristiana a todas las razas que estuvieron bajo nuestra influencia. Pero todavía hicimos más. No sólo hemos llevado la civilización a otras razas, sino algo que vale más que la misma civilización, y es la conciencia de su unidad moral con nosotros… El mundo no ha concebido ideal más excelente que el de la Hispanidad. La vida del individuo no se eleva y ensancha sino por el ideal… La patria se hace con gentes y con tierra, pero la hace el espíritu y con elementos también espirituales… Si nos creemos inferiores a otros pueblos, es por ignorancia de nuestra historia”. La Hispanidad como referente, como gloria, como guía, y con todo el orgullo y honra a una gesta inigualable. Honor a la Hispanidad.