Hace 2.300 años, Eratóstenes, director de la Biblioteca de
Alejandría, calculó la medida de la circunferencia de la Tierra con una
fidelidad extraordinaria. Hoy sabemos que su margen de error fue de
apenas unos 400 kilómetros.Las mediciones del sabio fueron el
primer paso para la confección de unos mapas que mostrasen la superficie
de nuestro mundo, cuya más antigua representación sistemática debemos a
los estudiosos griegos. Geógrafos y astrónomos helenísticos
determinaron la forma esférica del planeta, fijaron las nociones del
ecuador, los trópicos y los polos, y dividieron el globo en una retícula
formada por líneas verticales (los meridianos) y horizontales (los
paralelos), estableciendo unas coordenadas geográficas que hoy seguimos
utilizando y nos permiten determinar la situación de un punto sobre la
superficie terrestre. Quien atrapó el mundo en esa malla cuadriculada
fue Tolomeo, otro sabio griego que vivió en Alejandría, capital
científica de la Antigüedad, en el siglo II d.C. Los ocho volúmenes de
su Geografía incluían un mapamundi y 26 mapas detallados que
constituyen el primer atlas universal de la historia. Pero el declive
del Imperio romano de Occidente relegó esta obra excepcional al olvido
durante la Edad Media.La Tierra que Tolomeo había aprisionado en
su cuadrícula estaba formada por una vasta masa continental (Europa,
Asia y África) que encerraba en su interior las aguas del Mediterráneo y
el Índico, y estaba bañada por un vasto océano exterior. Y así se
seguía imaginando el orbe cuando entre los siglos XIII y XV se
elaboraron en Europa unas detalladas cartas náuticas, los portulanos, en
las que innumerables líneas rectas unían los puertos situados a orillas
del Mediterráneo y los más cercanos de aquel mar exterior. Unas líneas
que los navegantes podían seguir gracias a una nueva maravilla: la
brújula magnética. Mientras tanto, en el siglo XV, de la Constantinopla
amenazada por los turcos había llegado a Europa la Geografía de
Tolomeo, que despertó un interés sensacional (fue impresa siete veces
entre 1475 y 1500) y espoleó las navegaciones de portugueses y
españoles, quienes, deseosos de alcanzar las riquezas y especias
asiáticas, se aventuraron en las aguas del océano, unos hacia el este,
bordeando África, y los otros hacia el oeste, cruzando el desconocido
Atlántico. Así, entre los siglos XV y XVI aquel mundo cerrado sobre el
Mediterráneo abrió sus puertas de par en par, y un nuevo continente
surgió de la nada: América. Sus costas, al igual que las de África y las
del Asia más lejana, fueron perfilándose en los mapas renacentistas,
unidas por líneas rectas como las de los portulanos. Sin embargo, aquellas líneas que debían orientar a los marinos
también podían alejarlos de su destino, porque no tenían en cuenta la
curvatura de la Tierra. El holandés Gerard de Kremer (cuyo apellido,
«comerciante», latinizó como Mercator) halló la solución a este problema
con la proyección que lleva su nombre, ideada para su mapamundi de
1569: en él los meridianos se sitúan a intervalos regulares, pero los
paralelos se van aproximando proporcionalmente a medida que se alejan de
los polos. La cuadrícula milenaria heredada de los griegos se adaptaba
de este modo a la superficie del planeta como una fina piel geométrica, y
en ese gigantesco damero los navegantes pudieron moverse con seguridad
cuando en 1765 dispusieron del cronómetro, que permitía determinar la
longitud geográfica, es decir, la distancia entre un lugar y el
meridiano que se tomara como referencia. Ellos dibujaron las costas de
los continentes donde exploradores y topógrafos se adentraban para
representar con precisión el territorio gracias a nuevos métodos
cartográficos e instrumentos de medición, como la triangulación y el
teodolito.Y así empezó a completarse el atlas de la Tierra. Desde
principios del siglo XX, los recónditos territorios a los que aún no
habían accedido los topógrafos ocuparon su lugar en los mapas gracias a
la aviación, y los avances científicos sucedidos sin tregua han
permitido cartografiar desde los fondos marinos hasta los vastos
espacios interestelares, donde flota una minúscula Tierra cuya
superficie sus moradores tardaron más de 2.000 años en dibujar con
cierta exactitud.Desde su fundación hace 125 años, National
Geographic Society ha dado testimonio de ese avance en la representación
de nuestro orbe; de hecho, la primera fotografía publicada en la
revista de la Sociedad fue un novedoso mapa de América del Norte. Pero
no solo se cartografía el hoy de nuestro mundo. También podemos
representar el ayer: puesta sobre un mapa, la historia se entiende
mejor. Así lo ha demostrado la Sociedad con mapas de todas las épocas y
todos los ámbitos de estudio: desde los que, elaborados con datos de
satélite, dan cuenta de la distribución de los cenotes y las ruinas
mayas, hasta los que reflejan los escenarios de la guerra de Secesión
estadounidense o los sofisticados mapas que, también construidos con
satélite, se están usando para localizar la tumba de Gengis Kan, el
conquistador mongol de las estepas. La cartografía es el idioma de la
geografía y una de las múltiples voces de la historia, y así lo
manifiesta la gran cantidad de mapas de Historia, la última obra con que la Sociedad nos invita a navegar, brújula en mano, por el amplio territorio del pasado. Fuente: nationalgeographic
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