Historia de cuatro mujeres

Publicado el 22 abril 2014 por Elisa Mª Campos Aguilar @ISIDRA365

PRIMAVERA. 3ª PARTE.
Aquel día sería el último, se lo prometió a sí misma y a nadie más. Dejaría de ir de hombre en hombre y de error en error. El terror que sintió antes del desmayo había sido suficiente y el temor de perder a una amiga había sido tan doloroso que sintió la verdadera esencia de al vida. ¿Cómo podía querer tanto a aquella mujer con la que discutía continuamente?, para ella significaba más que su propia familia.
Cuando despertó volvió a escuchar el mensaje para asegurarse de que estaba bien. Sí, era ella, estaba viva y la mujer de la sala forense no.Ernesto había sido muy amable, incluso demasiado, pero ella necesitaba en ese momento compañía y no lo pudo rechazar.
-Te llevo a casa, no puedes conducir en tu estado.
Macarena lo miró, ya se había puesto la chaqueta y no aceptaría un no. Se dejó llevar sin hablar. Yacky les saludó nada más entrar con el escudillo en la boca.
-Pobre-murmuró-se me olvidó dejarte comida.
Se dirigió a la cocina, sacó un trozo de pechuga que aún conservaba en el frigorífico y algo de pienso. Lo devoró todo en dos minutos.
Ernesto la miraba hacer, apoyado en la pared. Seguía sonriendo, de esa forma franca y abierta que hace que una persona tenga un atractivo irracional.
-¿Quieres tomar algo?-le preguntó Macarena.
-Sí, si tu quieres, después de la noche que hemos pasado, ¿verdad?
Ella abrió de nuevo el frigorífico; podría hacer unos bocadillos de jamón o queso y tenía vino.
Ernesto se quitó la chaqueta y cortó el pan, después sacó queso y sirvió las dos copas de vino. Realmente lo hizo él todo mientras ella miraba.
-Tienes una casa muy bonita.
-Sí, pero es de alquiler. Si la tuviera que comprar no sé si tendría el dinero suficiente.
Él miró hacia el patio, solado con bellas lozas de cerámica azul y roja.
-Pues podrías ponerla muy bonita. Fíjate el patio que tienes, de estilo andaluz, pero vacío. Necesitas plantas.
Ella sonrió. Ambos se sentaron en el salón, delante del televisor.
-Para plantas estoy yo. Con él tengo suficiente-y señaló al perro, que esperaba ansioso a que cayera alguna migaja.
Ernesto se recostó hacia atrás en el sofá y la miró fijamente. Ella subió los pies y él se los acarició.
-¡Que situación más típica!, me acaricias los pies y después qué…
Él se inclinó y la beso.
-Después lo que quieras.
Macarena rió y se abrazó a él con fuerza. Volvió a llorar, desconsoladamente. Esa noche se había abierto una herida aún sin cerrar y el recuerdo todavía le dolía. Lloraba por su madre, por la familia que siempre había querido y no tenía, por la chica de 25 años que murió sin que pudiera hacer nada, lloró por la que creía había sido la muerte de su amiga Mercedes, lloro por la soledad que sentía.
-Hoy sólo quiero dormir, ¿lo entiendes, verdad?
Juntos fueron al dormitorio y ella se acostó, sin quitarse la ropa.
-Abrázame, por favor, no te vayas.
Se quitó los zapatos y se tendió a su lado, abrazándola tan fuerte como pudo. Así quedaron dormidos. Ella sentía su calor y su respiración, tranquila y profunda, y le gustó. Era la primera vez que dormía en paz en mucho tiempo.
Así pasaron siete horas, hasta que el teléfono sonó.
-¿Sí?
Era Marion, su voz parecía preocupada y alegre al mismo tiempo.
-Macarena, te tengo que contar tantas cosas. Demasiadas para hacerlo por teléfono. Además, está lo de Mercedes.
Ella se incorporó.
-¿Le ha pasado algo?
-No, no, no es a ella. Es el pequeño Fernando, está enfermo. Bueno, ya te lo explicará. Es que pensaba que deberíamos estar con ella en este momento.
-Sí, por supuesto. ¿Están en casa?
-No, en el Hospital del Sur, ¿sabes dónde es?
Macarena se extrañó, Mercedes tenía el pediatra en su Clínica.
-Sí, sí. Nos vemos allí entonces.
-A las ocho, ¿te parece bien?
-Sí, falta media hora pero no estoy lejos.
Se metió en la ducha y dejo caer el agua caliente por su cuerpo aún cansado. Él seguía durmiendo y no quería despertarlo, así que le dejó una nota.
“Quédate si quieres, estás en tu casa”. Típica frase que se decía a veces aunque no se sintiera, pero ésta vez sí que la sentía. Ahora que lo observaba más despejada, lo vio dulce y sexy al mismo tiempo y se arrepintió de no haberse acostado con él.
Se puso el chándal y cogió el bolso. Volvió a echarle comida a Yacky y salió disparada, en el volkswagen azul de Ernesto, hacia el Hospital. Ya tendría tiempo de recoger su coche. ¿Qué le habría pasado a su amiga?, ¿tan grave sería lo de su hijo?.
En la entrada ya se encontraba Marion. Se saludaron y fueron a la cafetería.
-No quería preocuparte más de lo necesario-le dijo-pero Fernando está muy mal, ya nos contará Mercedes. Me ha dicho que ahora está tomando algo.
Cuando la vieron a lo lejos, sentada en la última mesa, toda despeinada y los ojos emanando tristeza como una fuente agua, supieron que era peor de lo que pensaban.
Se abrazó a ellas con desesperación.
-¡Menos mal que habéis venido!, me ahoga todo esto.
Se pidieron unos refrescos. Las tres fusionaron sus manos en una sola.
-Pero cuéntanos, ¿qué ha pasado?
Mercedes lo contó todo. Su alegría al haber ayudado a Marion a tener a su niña, que María traería en unos días de la India. Que quería celebrarlo haciendo las paces con ella y que su hijo enfermó. Que los médicos ya habían confirmado que sería hipertensión pulmonar, que ya había buscado en Google y el pronóstico no era bueno. Que aquello no le podía estar pasando a ella, que sería un castigo por ser mala madre y peor persona. Y lloró amargamente, mientras Marion y Maca se miraban en silencio y le daban esperanzas para algo que quizás no tenía remedio.
Y así permanecieron media hora, sin decir nada y en silencio. Mercedes miraba por la ventana como las estrellas brillaban en un cielo demasiado limpio para ser de ciudad.
-¿Sabéis lo que me ha dicho Manu?
Ambas se miraron, no sabían de quien hablaba.
-Que los ángeles te envían mensajes. Que en días como éste, las estrellas son ángeles que te llaman o algo así.
Maca sonrió con tristeza.
-Sí, puede ser. ¿Quién es Manu?
Los ojos de Mercedes la miraron, estaban más verdes que nunca y más vidriosos también. Ya no lloraban pero se encontraban rojos e hinchados.
-Es el celador, creo.
En ese momento un hombre grande y moreno se acercó a la mesa. Llevaba una bandeja en la mano.
-¿Se encuentra mejor?
-Sí, sí Manu. Mira, son mis amigas, han venido a verme. Son todo un apoyo para mí.
-Pues me alegro.
Y se alejó para sentarse en una mesa solo, mientras no paraba de mirar a Mercedes con insistencia.
-Pues sí, es el celador. Y no para de mirarte.-Maca le guiñó un ojo a su amiga. Sabía que no era momento de bromas, pero sólo quería arrancarle una sonrisa y lo consiguió.
-¿Puedes quedarte con los niños, Marion?, no quiero dejarlos otra noche aquí y bueno, no tengo a nadie más que pueda hacerlo.
Macarena no se sintió dolida, sabía que podía contar con ella pero tenía horarios disparatados y ajustados, lo que hacía difícil quedarse con ellos toda una noche.
-No te preocupes, bájalos y me los llevó.
Se despidieron en el aparcamiento. Cuando Marion se hubo marchado con los pequeños, Mercedes y ella quedaron solas frente a frente.
-Te he echado de menos-le dijo.
-Yo también. Necesitaba alguien que diera cordura a todo esto. ¿Crees que es grave?
Maca hubiera querido decir que no, que en un noventa y nueve por ciento se curaban, pero no era cierto. Sin embargo, le dio esperanza.
-Hay que esperar los resultados finales y ver que grado de hipertensión tiene. Pero hay muchas probabilidades de que sea leve y, en ese caso..
-¿En ese caso?, ¿a qué te refieres?-los ojos se le salían de las órbitas. Otra vez sin tacto, demasiado franca, aunque ¿no era eso lo que quería Mercedes?
-No te preocupes, por favor, él te necesita ahora. Yo vendré mañana y hablaremos con los médicos.
Y la abrazó con fuerza. Le sacaba una cabeza y rodeó el cuerpo de su amiga como si de una niña se tratara.
Mientras se alejaba con el coche, vio como le decía adiós con la mano, en una aptitud casi hipnótica, como si no fuera ella. Sintió una pena tan grande que le dolió el estómago. Su amiga no estaba bien.
-No faltaré ningún día. Mañana estaré con ella todo el tiempo que pueda. Hablaré con quien tenga hablar, puede que se hayan equivocado en el diagnóstico.
Cuando llegó a casa, Ernesto estaba despierto y veía la televisión, con Yacky en sus piernas.
-Veo que te has acomodado.
Él se levantó avergonzado.
-Es una broma, me alegra verte.
Y ambos se volvieron a sentar.
-¿Has podido ver a tu amiga?
Ella echó su cabeza hacia atrás y resopló.
-Sí, pero no está bien. ¿Cómo sabes a qué he salido?
Ernesto se inclinó sobre ella y la beso. Comenzó a acariciarle la nuca y bajo hacia su cintura, metiendo las manos debajo de la camiseta. Después llegó a sus pechos. Era dulce y tierno. Ella se dejó hacer.
-Cosas de hombres. Lo supuse por la preocupación que tenías ayer.
No subieron al dormitorio. Allí, en el sofá, ante la mirada atenta de Yacky, que se cansó de ser espectador y se marchó a su cesta. Sintió éxtasis y placer, sintió que algo se removía en sus entrañas. Pensó que quizás era eso el amor de verdad.
Terminaron durmiendo de nuevo abrazados, pero esta vez desnudos. Ella notaba el latir de su corazón en su espalda. Él la besó una y otra vez hasta que ella se abandonó hacia un sueño profundo, dónde un tiovivo daba vueltas sin parar. No había niños, ni gente alrededor, pero sentía voces aunque no sabía muy bien de donde provenían. La música era antigua y se fijó que el carrusel. Los caballos y carruajes eran hermosos y de vistosos colores. Se paró y ella montó en uno de ellos. Volvió a dar vueltas. Disfrutaba como una niña. Cerró los ojos, recordando tiempos de su infancia, donde eran su madre, ella y nadie más. Cuando los abrió, un hombre delgado de avanzada edad se había sentado en el caballo de al lado.
-¿Quién es usted?
-¿No lo sabe?-le preguntó.
El hombre sonreía con sus dientes mellados. Tenía la piel arrugada y oscura. El pelo blanco, largo y brillante. En una de las manos llevaba una especie de vara.
El carrusel paró y la música también. El anciano le acarició el rostro con su mano antes de desaparecer.
-Tienes que volver-le dijo.
Y despertó con una extraña sensación de abandono. Ernesto seguía abrazándola pero no se encontraba bien. Le dolía el estómago y sentía náuseas. Fue al cuarto de baño y vomitó. Era la primera vez en mucho tiempo. Sólo con las primeras borracheras de adolescente, lo había hecho un par de veces. Después nada. Aquello era extraño y supuso que algo le había sentado mal.
Eran las siete de la mañana y no entraría a trabajar hasta las tres. Tenía tiempo de averiguar el grado de enfermedad de Fernando. Llamó al Hospital y se identificó como su pediatra, así supo que ya estaban los resultados, por lo menos el ecocardiograma y el cateterismo.
Salió tan rápido como pudo, no sin antes besar a Ernesto que dormía profundamente y dejarle una nueva nota. Cuando llegó al Hospital, Mercedes la esperaba con el alma en vilo, esperando que la interpretación de su amiga fuera más clara y optimista. Pero no fue así, Macarena se debatía en como decirle que el grado de hipertensión era severo, que la media de vida eran diez años, que no había cura y que tendría que tomar medicamentos de por vida.
La encontró en la puerta, fumando con nerviosismo y acompañada de Manu, el celador, que se alejó en el momento que la vio llegar.
-Has hablado con ellos, ¿verdad?, me lo han dicho.
-Sí, ya lo he hecho-y la besó en la mejilla.- ¿Porqué no entramos a la cafetería y hablamos?, tienes que comer algo.
Mercedes tiró el cigarrillo y se cruzó de brazos.
-No, mejor no. Ya me he tomado dos cafés, estoy de los nervios. Los médicos nos han dicho todo lo que nos tenían que decir-la miró a los ojos-, yo sólo quiero que me des esperanza.
Macarena resopló y le dijo la verdad. Intentó evitar los detalles más dolorosos, resumiéndolo en palabras que fueran comprensibles para alguien que no perteneciera al mundo de la medicina. También le ocultó que la esperanza de vida pudiera ser corta. No necesitaba saberlo y los médicos tampoco se lo habían referido. Después de todo, podía haber algún adelanto en todo ese tiempo que consiguiera la cura.
Subieron a la habitación, David estaba allí , tan cansado y ojeroso como ella. La saludó con la mano y salió de la habitación. Quizás estaba avergonzado por lo que ocurrió entre ellos. Pero a su amiga parecía no importarle la situación y, para ser francos, a ella tampoco. Hacía un tiempo que ya lo había olvidado. Nunca fue amor, sólo dependencia.
Fernando sonreía y dibujaba en su libreta. Le echó los brazos y ella lo besó.
-Me quedaré contigo, toda la mañana, mi turno es de tarde. Marion traerá después a los niños, cuando salgan del colegio.
Y ambas permanecieron sentadas y cogidas de la mano, en silencio, mientras observaban como el pequeño jugaba ajeno a su mal.
-He conocido a alguien-le dijo.
- ¿Sí, a quién?-respondió Mercedes aliviada por que desviara su pensamiento hacia un tema banal.
- Es un anestesista que trabajó conmigo anteayer, en urgencias. Hemos pasado todo un día y una noche juntos.
-Pues es algo nuevo para tí, ¿no estará casado?, ¿te has asegurado bien, verdad?
Y ambas rieron.
-Claro, amiga. Le pedí el libro de familia.
-Algún día encontrarás a alguien, lo sé.
Y volvieron al silencio.
Se fue pasadas las dos, sin comer nada. Aún tenía náuseas y en su cuerpo no entraba nada. Se despidió con un abrazo sincero y un “verás que pronto esto quedará en un recuerdo, y Fernando es fuerte y saldrá de esta”; aunque cree que no surtió efecto, porque tanto Mercedes como David la miraron con media mueca intentado aparentar una sonrisa.
Cuando se dirigía en coche a la clínica, el teléfono sonó y puso el manos libres.
-¿Macarena Guijón?-eran una voz de mujer con un acento que no supo identificar.
-Sí, ¿quién es?
-¿No me recuerdas?, soy tu tía Emilia, la hermana de tu padre.
¿Emilia? , no la había visto desde los diez años, cuando se despidió de toda la familia para marchar a Argentina a cantar copla en un cabaret. Después, su padre, militar férreo, no volvió a hablar nunca más de ella. Mujer liberal y abierta para su época, la consideraron la oveja negra de la familia. Para ella siempre fue un mito, una esperanza, una luchadora a la que idealizó durante mucho tiempo.
-Tía, cuanto tiempo sin saber de ti. ¿Estás en España?
-Sí, hija. Por eso te llamaba. Hace mucho tiempo que no hablas con tu padre, ¿verdad?
Ella no supo que responder, así que calló.
-Ya, ya lo sabía. No te preocupes, yo tampoco. Pero hace dos semanas me llamaron y tuve que venir. Tu padre está muy enfermo. Deberías venir.
En su mente se agolparon las imágenes de la última vez que lo vio, antes de marcharse de casa. Recordó la discusión a gritos, los insultos que le profirió y que salieron de su corazón a galope, sin orden alguno y que lo dejó sin palabras y a ella sin aliento.
-Te odio-le dijo-eres un ser maligno y deberías estar muerto. Te odio con toda mi alma. ¡No te perdonaré nunca!.
Todo ello acompañado de lágrimas y gritos. Su padre permaneció callado durante el enfrentamiento y todo terminó con un portazo y la salida de ella de aquella casa en la que todo le recordaba al sufrimiento de su madre.
-¿Estás ahí?
Macarena reaccionó.
-Sí, sí, tía. ¿Tal mal está?
-Sí, me temo que sí. Y sé que para ti es difícil, igual que para mí. No nos hablábamos desde hacía mucho tiempo. Pero ahora somos lo único que tiene y le queda poco de vida.
-Me importa un bledo-dijo en voz alta, aunque sólo quería pensarlo.
-Por favor, hija, no me dejes sola. Está mayor y cansado. Pregunta por ti constantemente. Tu madre lo hubiera hecho-ahí la remató. Su madre estaba muerta por su culpa, ¿hubiera acudido en su ayuda si se lo hubiera pedido?, seguramente sí, porque era buena persona.
Y por ella, sólo por ella, lo haría.
-Sí, tía, está bien. Iré. ¿Sigue viviendo en la misma casa?
-Sí, te espero entonces; ¿cuando vendrás?
Tenía que pedir permiso en el trabajo, seguramente tres días serían suficientes, no quería estar allí ni un día más.
-Mañana llegaré, sobre las tres, hoy tengo trabajo.
-Está bien. Cuídate. Te espero mañana entonces.
Cuando llegó a la clínica se encerró en su consulta y comió unas cuantas galletas. Tenía tres mensajes de Ernesto, pero no quería contestarle. Mañana le esperaban cuatro horas de viaje hacia la costa. Un viaje hacia el paraíso para algunos, para ella hacía el pasado oscuro que tanto le había costado olvidar. Dos días, eso es, estaría solo dos días y volvería de nuevo a su vida.
Otra vez ese revoltijo que se formaba en su vientre la hizo vomitar. ¿Qué habré tomado?-se preguntó. Después vio la imagen de la mujer que tenía en el posters de la consulta, con un bebé en brazos e intentó recordar la última vez que tuvo la regla. La última vez que utilizó un tampón fue hace dos meses, lo repasó mentalmente varias veces. ¿Cómo había sido tan estúpida?, estaba embarazada pero ¿de quién?. Intentó pensar los hombres con los que había estado en esa época y sólo había uno, Vicente, el jefe de cirugía. Sólo fueron unos minutos, una noche. Algo rápido que no la satisfizo y que olvidó.
Pero ahí estaba el resultado de su irresponsabilidad. Después pensó en el sueño que había tenido.
-Tienes que volver-le había dicho el anciano.
Y sí, volvería, llena de rencor y embarazada.