El Romanticismo aparece en Europa a finales del siglo XVIII. Se origina en Inglaterra y Alemania e irrumpe en cada uno de los restantes países europeos en distinto momento, según la evolución histórica propia. Supone un cambio de mentalidad, valores y visión del mundo. Sus características fundamentales, desde el punto de vista artístico, son el culto a la individualidad del artista, el arte utilizado como medio de expresión personal, y la preponderancia del sentimiento, de la pasión y la subjetividad, frente a la razón y la moral colectiva que representó el siglo XVIII.
Técnicamente, el ballet estaba preparado por los avances del siglo anterior, con la figura de Carlo Blasis, para evolucionar hacia una mayor independencia artística. La técnica de elevación (técnica de saltos y baile de puntas) encuentra en el Romanticismo su aplicación artística. Al mismo tiempo, un factor puramente técnico, la introducción en los teatros de la luz de gas, ayuda a introducir en los teatros una atmósfera completamente diferente, pues se ilumina el escenario y la sala permanece a oscuras. Los decorados, que aplican la técnica de Daguerre en superposición y efectos lumínicos, fueron otro elemento clave. El objetivo de todo ello era la representación del mundo romántico de los sueños, la fantasía, lo irreal, frente a lo terreno y concreto, pues se lograba crear un espacio escénico en el que se podía representar un espacio ideal que hacía perceptible ese mundo contrastado de realidad y ficción.
El nuevo ballet se desarrolla a partir de las óperas que triunfaban en París entre un nuevo público de la burguesía emergente. El ballet era una parte fundamental de esas óperas. Por eso se puede decir que la historia del ballet moderno comienza en 1831 con la representación de la ópera “Robert le Diable” de Meyerbeer. En esta ópera se apagaron por primera vez las luces de sala. El llamado “Ballet de las Monjas”, incluido en esta ópera, se desarrolla en un claustro gótico a la luz de la luna; las Monjas son espíritus levantados de su tumba con fantasmales trajes de tul blanco, es decir, el tutú romántico. No sólo estos trajes traen una revolución estética, sino que el tejido utilizado, gasa o tul, permitía movimientos más ligeros a las bailarinas. En este ballet debutó María Taglioni, fundadora definitiva del ballet romántico. Con esta bailarina, hija de un coreógrafo italiano y discípula de Vestris, se consigue por fin la aplicación artística y expresiva de la técnica de puntas.
María Taglioni interpretó después de este ballet operístico “La Sylphide”, que independiza el ballet de la ópera. “La Sylphide” fue un éxito total gracias a su libreto, que será un clásico en el repertorio romántico, y también debido a la consolidación de la bailarina como un ser etéreo e irreal, imagen que se perpetúa hasta nuestros días en el ballet clásico. Su argumento es paradigma de los gustos románticos.
La transcendencia de “La Sylphide” se agranda cuando se considera que un joven, Auguste Bournonville, asistió a su representación en 1834 y decidió crear su propia versión del ballet para realizarla en Copenhaguen, donde desarrollaba su carrera de bailarín y coreógrafo. Esta versión es la que ha llegado hasta nuestros días. El trabajo de Bournonville en Copenhaguen continúa actualmente en la enseñanza de su estilo en la Escuela de Ballet Real de Dinamarca. Un rasgo importante de esta escuela, que la identifica, es que los bailarines tienen gran importancia, equiparables a las bailarinas, en contraste con lo que ocurrió en París o San Petersburgo.
Bournonville, además, tuvo una visión del Romanticismo más colorista y popular, de tono nacionalista y basado en el folclore local. Su técnica particular se ha conservado gracias al aislamiento y puede resumirse en el trabajo en “batterie” (pequeños saltos), en el uso de un torso erguido mientras los pies realizan complicadas combinaciones de saltos, y la gran simplicidad y elegancia en el uso de los brazos.
El colorismo introducido por Bournonville en el ballet fue parte fundamental en el ballet romántico posterior, con la introducción del exotismo y el orientalismo.
Cuando se cerró en 1833, con la muerte de Fernando VII, el Teatro Real de Madrid, sus bailarines marcharon a continuar su carrera a París, llevando con ellos las danzas populares españolas con un gran éxito. La novedad que asombró al público y a los especialistas parisinos fue el uso expresivo de torso y brazos; esta técnica la adoptaría Fanny Elssler, bailarina austríaca, que representaría lo opuesto a la Taglioni, manteniendo así la dualidad que se estableció entre bailarinas anteriores.
Tras los éxitos dichos, la Ópera de París se encontró sin bailarina estrella, pero pocos años después surge una nueva bailarina, Carlota Grisi, que aúna el arte de Taglioni y Elssler. Su gran ballet fue “Giselle”, con libreto de Gautier. “Giselle” es un ballet que, al contrario de otros muchos de la época, ha sobrevivido al paso del tiempo, debido a que es una obra maestra en la concepción dramática y coreográfica.
“Giselle” aúna los aspectos coloristas y nacionalistas con lo irreal y lo fantástico. Su éxito se basó en varios factores; uno era que respondía totalmente a los parámetros estéticos de la época. Dividido en dos actos, seguía la tradición iniciada en “La Sylphide” de contraposición del mundo terrenal con el mundo fantástico, pero ahora era una sola bailarina la encargada de representar los dos mundos. Lo más importante, sin embargo, fue la creación de una música original, una partitura creada exclusivamente para el ballet, que fue compuesta por Adolphe Adam. Hasta ese momento, los ballets se habían coreografiado sobre fragmentos procedentes de óperas. La originalidad de la partitura hace que exista una unidad dramática y coreográfica, gracias a los leitmotivs de los personajes y las situaciones. En “Giselle” la danza es el tema, pero también el medio fundamental de contar la historia.
Hay que reseñar un acontecimiento importante para el desarrollo posterior del ballet. En 1845 se encontraron en Londres las cuatro grandes bailarinas del momento: Carlota Grisi, Lucile Grahn, Fanny Cerrito y María Taglioni. Benjamin Lumley, director del Teatro de Su Majestad, decidió que sería un suceso extraordinario reunirlas en una actuación. Se encargó a Cesare Pugni la composición de variaciones y entradas para cada una de las estrellas y una coda final en la que actuarían las cuatro juntas. La coreografía corría a cargo de Perrot, el coreógrafo de “Giselle”. Aparte anécdotas de competencia entre las cuatro estrellas, y que este ballet se concibió como un divertimento, este hecho pasaría a la historia del ballet por ser el primer ballet sin argumento; la coreografía no servía a otro fin que el de la propia danza. En el siglo XX, los ballets abstractos o sin argumento serán el motor principal de desarrollo de la danza clásica y contemporánea.
El “Grand Pas á Quatre”, como se llamó a este ballet, supuso una cima irrepetible del ballet romántico, pero también el destierro definitivo de las figuras masculinas en los escenarios. Los hombres seguían siendo maestros de danza y coreógrafos, pero el público rechazaba su presencia en el escenario.
Bailarinas, de Edgar Degas
Se produce también en este momento una crisis de personalidades escénicas, síntoma del agotamiento de las fórmulas románticas. Sin embargo, aún quedaba una gran obra, un último gran coreógrafo y una última gran estrella del ballet. Leo Delibes compone una magnífica partitura de ballet, “Coppélia”, que es convertida en una gran coreografía por Arthur Saint-Leon, e interpretada como primera bailarina por Giuseppina Bozzachi. Basada en un cuento de Hoffmann, autor romántico por excelencia, fue el último ballet romántico. Se estrenó en París en 1870, con coreografía de Saint-Leon. Uno de los logros de este coreógrafo fue haber desarrollado un método de notación coreográfico, que permite la conservación de sus obras. La historia de “Coppélia” y su música eran alegres y desenfadadas, y son un gran broche luminoso para cerrar toda una época. Sin embargo, la tragedia se avecinaba ya. Tras el estreno de “Coppélia”, la ciudad de París fue sitiada por las tropas prusianas. La joven bailarina Bozzachi muere de hambre y poco después muere también Saint-Leon. De este modo, un trágico suceso histórico cierra una gran época de brillantez artística para el ballet clásico.