Los primeros pasos de la investigación se dieron en 1889 cuando Prevost y Batelli hallaron que grandes voltajes eléctricos aplicados al corazón de un animal ponían fin a la fibrilación ventricular, y en 1947 se realizó la primera desfibrilación exitosa en un ser humano, cuando Beck aplicó 60 hertzios de corriente alterna en el corazón de un paciente de 14 años que estaba siendo sometido a una intervención cardíaca.
En los años cincuenta, a partir de la investigación de Kowenhoven, se empezaron a aplicar electrodos en la pared torácica, pero la revolución llegó en 1961 cuando se utilizó corriente continua y no alterna, más eficaz y con menos efectos secundarios. El anterior recuento histórico tiene como fin que las personas entiendan que el uso del mencionado aparato no es novedoso sino que ha sido perfeccionado con el paso del tiempo.
De la misma forma la investigación, dirigida por científicos del Instituto del Corazón de Minneapolis, el cual se encuentra ubicado en Estados Unidos, analizó durante aproximadamente cuatro años a más de 500 pacientes con miocardiopatía hipertrófica de todo el mundo a los que se les había implantado un desfibrilador interno, ya que tenían muchas posibilidades de sufrir una fibrilación que produjese una muerte súbita, por lo que se concluyó que el uso del desfibrilador es necesario como un elemento que debe estar al alcance de cualquier persona, tal como lo han contemplado los distribuidores de desfibriladores.
Se debe tener en cuenta que además de padecer la enfermedad congénita, existen otros factores de riesgo que contribuyen a aumentar las posibilidades de sufrir un ataque repentino que desemboque en un fallecimiento, por lo que como se ha dicho es un material que se debe tener casi en todo momento.