Allí, desde su mesa, piensa. El tranquilo y onírico ambiente, de soledad, no le resta lucidez. Ni siquiera debido a las altas horas de la noche en las que se encuentra. El mundo duerme. Todo transcurre poco a poco. Desesperadamente lento. Curiosa ironía. Piensa de nuevo. Levanta el vaso, y vuelve a dar un pequeño sorbo. La gente. Ellos piensan que él, va demasiado rápido. Deja el vaso de nuevo en la mesa. Piensan que por llamar a las cosas como son, describir lo que ve, contar lo que siente... todo ello es ir demasiado rápido. ¿Ya está? Toda una vida, un pensamiento, un sentimiento... descritos en una sola y simple frase. ¿Así de inmediata es la vida?. No, todo tiene que ser más complicado -se ve que piensan-. El vértigo a la autenticidad, a la fugacidad de las cosas.
Pero allí está él. Y sabe, que en el fondo, para lo que vale la pena, lo que realmente ama, no existe el tiempo. Ni la prisa. Renuncia conscientemente a todo lo terrenal y carnal en pos de una paulatina esperanza. El tiempo existe para los que tienen horarios. Para los que duermen. Pero no para los que sueñan. Él está allí, en la mesa, bebiendo, sin importarle la hora, ni que hace, ni donde está. Mientras para todo el mundo el tiempo transcurre inexorablemente, marcando el pulso de la vida, él lo vive todo a "cámara lenta".
Vuelve a dar un nuevo sorbo de licor. La gente hace ya horas terminó sus copas y se fueron todos a casa a dormir. Él, en cambio, allí sigue. Deposita de nuevo el vaso en la mesa. Todavía queda del misterioso elixir. Por el momento, allí seguirá. Sin moverse. Pero sin esperar (el que espera es porque cree que el tiempo le debe algo). Haciendo, sin que nadie vea que hace. Y, el tiempo dirá...