Historia de la Iglesia: Intoxicaciones y complejos de culpabilidad malsanos

Por Beatriz
Para cumplir con el sueño del ahora beato cardenal Newman de un laicado maduro y bien formado, es importante que los laicos conozcamos a profundidad la Historia de la Iglesia Católica.
Antes de introducirnos en este interesante tema es muy importante que no caigamos en complejos de culpabilidad malsanos promovido por grupos sociales y de presión que nos quieren hacer creer que la Iglesia Católica es la responsable de todos los males de este mundo o "la gran delincuente social de la historia a la que habría que exigir responsabilidades de todos o casi todos los males que aquejan a la humanidad".  Para empezar voy a citar a Niceto Blázquez, autor de Los Pecados de la Iglesia - Sin ajuste de cuentas.    Pero antes una pequeña aclaración: cuando se dice "Pecados de la Iglesia" en realidad se está diciendo "Pecados de los miembros de la Iglesia", porque la Iglesia es Santa, los pecados provienen de sus miembros.  Me esforzaré para mostrar la diferencia que hay entre lo que la Iglesia enseña y ha enseñado siempre y los miembros que se alejan de su enseñanza causando escándalo entre propios y extraños.
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Intoxicaciones y complejos de culpabilidad malsanos
Antes de entrar a fondo en el tema de los pecados de la Iglesia conviene advertir al lector que la Iglesia en general y las iglesias particulares han estado y siguen estando sometidas a intoxicaciones con el peligro de sucumbir a malsanos complejos de culpabilidad ante grupos sociales y de presión sin conciencia ni escrúpulos.
Personalmente he sido testigo directo en diversas ocasiones de la intoxicación comunista que envenenó la vida interna de las comunidades católicas, ortodoxas y protestantes en varios países del llamado "telón de acero" incluida la antigua Unión Soviética.
Ni siquiera en los recintos privados de las residencias eclesiásticas se podía uno fiar de nadie.  Cualquiera podía estar actuando como espía de la policía secreta del Estado.  Durante las comidas contábamos chistes inocentes y pasábamos el tiempo hablando de naderías o en forma subliminal.  el chivato podía ser cualquiera de los comensales y había que medir mucho las palabras.
En una ocasión el mismísimo Vicario Episcopal, que se ocupaba personalmente de preparar mis viajes, resultó ser un "topo" de la policía secreta en el Obispado.
Por comprensibles razones de miedo ysupervivencia, muchos eclesiásticos y cristianos cualificados, católicos y no católicos, se vieron obligados a "colaborar" con el régimen comunista haciendo de espías entre sus hermanos.
Lo mismo ocurría en las familias.  Con frecuencia el marido era obligado a espiar a su esposa y la esposa a su marido.  La Iglesia estaba invadida por "infiltrados" que hacían el juego al régimen.
De esta intoxicación no se libró ni el Vaticano II.  Como puede comprobarse, en los textos del Vaticano II no se cita nunca nominalmente al marxismo y al comunismo, que se encontraban por aquella época en el zenit de su apogeo en el mundo. 
Lo primero que cabría pensar ante esta sorpresa es que los Padres conciliares habrían tenido en cuenta aquello de que "no hay mayor desprecio que no hacer aprecio".  En la praxis de la vida, cuando no queremos dar importancia a una persona evitamos deliberadamente nombrarla.
Pero la verdadera razón de esta enigmática omisión nominal de la ideología marxista en su versión comunista más repugnante fue otra.  Por aquella época los jerarcas de la Iglesia ortodoxa rusa eran nombrados pr el ministro de cultos con el visto  bueno del KGB o servicio de seguridad del Estado.
Así las cosas, la Santa Sede habría llegado a un pacto secreto con las autoridades ortodoxas rusas, según el cual, el Concilio pasaría por alto al marxismo y evitaría cualquier condena del comunismo en sus textos.  Este fue el precio que el gobierno comunista de Moscú habría impuesto a la Santa Sede para permitir la presencia de observadores ortodoxos rusos en el Concilio.
Tras la caída del muro de Berlín en 1989 se están desempolvando archivos todavía no destruidos en los que se aprecia hasta qué punto la intoxicación marxista fue efectiva entre los responsables de los diversos grupos cristianos.
Tanto entre católicos como protestantes, surgieron incluso teóricos que no dudaron en releer la Sagrada Escritura en clave marxista para legitimar teológicamente su militancia activa en el partido comunista y el recurso a la violencia y lucha de clases para hacer valer las tesis del Evangelio.  La llamada "teología de la liberación" no fue más que un apéndice más de la política de intoxicación doctrinal marxista.  Por todas estas verguenzas la Iglesia valdense no ha dudado en pedir una moratoria penitencial de cinco años.
Otro ejemplo de antología en materia de intoxicación y envenenamiento de la convivencia intraelecial por parte del comunismo ha sido la utilización política de los grecocatólicos en relación con la Iglesia ortodoxa.
Uno de los pecados crónicos de la Iglesia ortodoxa es su espíritu nacionalista.  Confunden la Iglesia con la nación como si tal identificación fuera una categoría teológica.  Es la versión en clave ortodoxa de lo que se ha denominado "nacional-catolicismo" español, pero mucho más antigua y exagerada.
Los comunistas explotaron magistralmente la división interna de la Iglesia ortodoxa envenenando la convivencia entre ortodoxos y grecatólicos.  No puedo entrar a fondo en este tema, que nos llevaría muy lejos.  Sólo quiero recordarlo como ejemplo antológico de intoxicación de la Iglesia ortodoxa por parte de los regímenes comunistas afortunadamente sepultados.
Las intoxicaciones en la Iglesia, sean internas o externas, si no se curan a tiempo, corren el riesgo de convertirse en sentimientos de culpabilidad malsanos.  El reconocer y asumir la responsabilidad de los propios errores es un signo de madurez y responsabilidad humana.  En el plano personal, es psicológicamente muy saludable asumir los propios méritos sin darles más importancia de la que tienen e igualmente los defectos sin buscar cabezas de turco o chivos expiatorios.
Pero aquí puede haber extremos indeseables.
Hay personas que sólo encuentra en sí mismas defectos y terminan sintiéndose culpables de todo lo que ocurre a su alrededor.  Donde no hay defectos, los inventan, y donde los hay, los agrandan y exageran patológicamente con un alto saldo de presunta culpabilidad.
A este extremo se podría llegar también en la Iglesia como término final de los procesos de intoxicación.  Por ello, me parece oportuno traer a colación una confidencia de Vittorio Messori en sus Leyendas negras de la Iglesia (17-18):
Leo Moulin, ex-masón, racionalista y agnóstico, le encargó que hiciera saber lo siguiente:  "Haced caso a este viejo incrédulo que sabe lo que se dice: la obra maestra de la propaganda anticristiana es haber logrado crear en los cristianos, sobre todo en los católicos, una mala conciencia, infundiéndoles la inquietud, cuando no la vergüenza, por su propia historia.  A fuerza de insistir, desde la Reforma hasta nuestros días, han conseguido convenceros de que sois los responsables de todos o casi todos los males del mundo.  Os han paralizado en la autocrítica masoquista para neutralizar la crítica de lo que ha ocupado vuestro lugar".
Por otra parte, existen grupos sociales de presión de discutible honestidad personal, cuando no intelectual y moralmente corrompidos, que señalan a la Iglesia como la gran delincuente social de la historia a la que habría que exigir responsabilidades de todos o casi todos los males que aquejan a la humanidad.  Son los que ocultan las vigas en sus ojos desviando la atención hacia las presuntas pajas en el ojo ajeno.
Refiriéndose a esos grupos moralmente sospechosos, el viejo y astuto Moulin añade sin pelos en la lengua: "Habéis permitido que todos os pasaran cuentas, a menudos falseadas, casi sin discutir.  No ha habido problema, error o sufrimiento histórico que o se os haya imputado.  Y vosotros, casi siempre ignorantes de vuestro pasado, habéis acabado por creerlo, hasta el punto de respaldarlos".
Aquí cabría recordar el dicho: "Cuando tu enemigo te alaba es que algo mal has hecho".  Por ejemplo, el pedir perdón por los propios pecados prescindiendo de si los demás harán o no lo mismo.  Pero no.  Creo que el testimonio de Moulin sirve para evitar caer en la trampa de la autoinculpación malsana o patológica inducida por intoxicadores profesionales o historiadores desaprensivos e irresponsables.
Veremos cómo Juan Pablo II y la Comisión Teológica Internacional se curan en salud indicando los criterios objetivos y subjetivos que han de guiar a la Iglesia para reconocer y pedir perdón de los pecados que le correspondan en justicia, pero no por los que arbitraria e injustamente le sean imputados por cualquier cantamañanas o grupo social de presión de sospechosa catadura ética.
Niceto Blázquez
Los Pecados de la Iglesia - Sin ajuste de cuentas