Historia de la telebasura en España – Primera Parte

Publicado el 28 marzo 2013 por Cinefagos

Si tuviéramos que resumir la historia del Siglo XX mediante un objeto, ese sería sin duda alguna la televisión. Este aparato tan revolucionario logró reunir durante décadas a millones de personas mostrándonos un mundo muchísimo más grande e interesante que el que había antes de su llegada. Gracias a ella aprendimos y viajamos, asistimos al origen y al fin de dictaduras, fuimos testigos cuando Kennedy anunció que estábamos a punto de sufrir un holocausto nuclear y también, supimos que Franco había muerto. Presenciamos la beatlemanía, el nacimiento y la muerte de Michael Jackson, los veinticinco años de los Simpsons, la caída de las torres gemelas, la llegada del hombre a la Luna y también, vivimos en la piel de incontables películas de madrugada, nos volvimos adictos a las series y participamos en incontables concursos que ofrecían dinero a cambio de respuestas.

Pero hoy, diez años dentro del siglo XXI, Internet ha supuesto una nueva revolución. Cosas tan cotidianas como Facebook, Twitter, Youtube y el porno en streaming nos parecen algo a lo que no darle importancia. Sin embargo dentro de unos años se estudiará la aparición de Internet como uno de los momentos claves de la historia reciente y también, como el comienzo del ocaso de la televisión. Un medio tan unidireccional como “la caja tonta” no puede competir con otras tecnologías en la era de comentar y compartir, y una programación que nos es impuesta, muchas veces con un criterio dudoso, pierde ante la opción de poder ser nosotros quienes decidamos nuestros contenidos. Ver lo que queramos, como queramos y cuando queramos. Esto ha llevado a la televisión a un segundo plano donde la vemos como una herramienta mortalmente herida que en sus últimos años ha sufrido una terrible transformación, convirtiéndose en el pilar vergonzoso del entretenimiento doméstico y un instrumento que está haciendo más mal que bien. Estamos hablando de la palabra estrella de la década pasada, estamos hablando de la telebasura.

Ahora podemos mirar hacia atrás y ver los logros y los fracasos de la televisión con un poco de perspectiva, pero estos post no van a intentar hacer un repaso de toda su historia ya que eso sería un tema muy diferente a lo que quiero hacer en esta ocasión. En su lugar vamos a estudiar qué le ha pasado a la televisión para acabar convirtiéndose en lo que es hoy y repasar algunos momentos que hicieron que la telebasura copase los contenidos de todas las cadenas, cambiando para siempre la mentalidad del público.

Y la telebasura empezó en nuestro país hace ya veinte años, en la forma de uno de los crímenes más comentados y polémicos de la historia negra nacional.

No hay nadie en España a quien la mención del nombre de Antonio Anglés y de las “niñas de Alcàsser” no le ponga los pelos de punta. No tenemos por qué conocer los detalles, pero todos sabemos que a mediados de Noviembre de 1992, tres chicas que se disponían a ir a una discoteca a divertirse un rato se convertirían en las involuntarias protagonistas de una de las más morbosas historias que la prensa ha tenido la oportunidad de diseccionar. Toñi, Miriam y Desirée, de entre catorce y quince años, jamás llegaron a la discoteca, y no se supo nada de ellas durante setenta y un días en el que sus familiares vivieron el imaginable infierno ante la duda de dónde se encontraban y si estarían vivas o muertas.

La atención mediática se volcó con ellos desde el principio, pero en esta ocasión la televisión no quiso solamente informar, sino que quiso también ser partícipe de la historia. El crimen de Alcàsser no fue un hecho cerrado que apareciera en un informativo, sino que a lo largo de tres meses el público fue partícipe de toda la tragedia, primero de la desaparición y búsqueda de las niñas, la duda por si volverían a casa y finalmente, la pérdida de la esperanza cuando en Enero de 1993 encontraron los cadáveres en una fosa.

Uno de los momentos más impactantes llegó cuando la periodista Nieves Herrero decidió realizar un programa especial desde el centro de la noticia, la propia localidad de Alcàsser, contando con la presencia de unos padres que descubrían en directo que su hija reposaba en una mesa de autopsias y cuyas imágenes se difundieron por todo el país. El programa se hizo realmente infame por poner a los familiares en un escenario rodeados de la presencia de todos los vecinos e insistir una y otra vez en su dolor, en preguntarles a los padres qué se sentía cuando te mataban a una hija, o cuando te enterabas de las repetidas violaciones anales a la que la habían sometido, todo ello con primerísimos primeros planos que cerraban sobre los rostros de la tragedia. El programa continuó con testimonios y sugerencias de un pueblo dolido y escandalizado, en shock ante la tremenda carnicería que se había cebado con esas niñas. Cuando uno de los presentes pide la pena de muerte y el público aplaude, vemos que quizá esa masa está fuera de control y que se trata de un momento muy delicado, y cuando la periodista Olga Viza entró en directo para anunciar que la guardia civil había detenido a algunos sospechosos, parecía que no quedaba nada para que, como en las películas de terror, decidieran coger las antorchas e ir a buscar personalmente a los culpables para tomarse la justicia por su mano.

Sobre un tema tan vergonzoso como la telebasura no hay un consenso claro, pero se suele admitir de forma casi unánime que aquella fue la noche que nació en España este subgénero televisivo.

La noche que nació la telebasura

Pero la historia ni siquiera acabó ahí. Por incompetencia policial o simple mala suerte, uno de los sospechosos y culpables escapó a la policía en una persecución que parece sacada de una película de Hollywood. Desde saltar por la ventana de su casa, a cruzar media España, llegar a Portugal, escapar de varios controles policiales hasta perder su pista finalmente frente a la costa de Irlanda, saltando al mar, la historia de Antonio Anglés sirvió para aumentar el morbo del crimen. Era como un culebrón real y tangible que el público podía ver y tocar desde la comodidad de su salón y la seguridad de sus pestillos echados, ajenos a que cualquiera de las fotografías de la exhumación de las niñas, que se convertirían después en macabros cromos intercambiables, constatarían en seguida que aquello no era ningún juego. Anglés es uno de los cocos de la historia negra en España, el Lee Harvey Oswald nacional, un nombre que se ha convertido en sinónimo del horror.

Desde entonces, el crimen de Alcàsser se ha convertido en un mito, con más leyenda que realidad en él. Se cometieron tantas irregularidades, tantos fallos y la investigación se improvisó en una época en la que no estábamos acostumbrados a estas cosas, que cuesta mucho saber dónde acaba la realidad y empieza la ficción. El morbo despertado por el caso fue más allá de la televisión, con entrevistas a Miguel Ricart, el único acusado que está en prisión, y decenas de libros sobre el caso que exploran mil y una leyendas. De Antonio Anglés se ha llegado a decir que murió ahogado al saltar del barco en el que viajaba como polizón, que murió en España asesinado por la Guardia Civil, que jamás existió o que incluso fue el cabeza de turco para ocultar grandes conspiraciones que involucran a personajes importantes en la política española, o incluso, a la propia familia real.

A día de hoy, cuando los crímenes están a punto de prescribir, podemos afirmar que sabemos lo mismo que aquel día, poco después del programa de Nieves Herrero. No averiguamos nada de lo que les pasó, pero sí que aprendimos unas cuantas cosas. Aquella fue la noche en la que los productores descubrieron que el morbo vende, que la publicidad emitida aquella noche seguro que generó grandes beneficios y que todo el público del país se sentó en su sofá para informarse de lo que estaba pasando. Nieves Herrero se ganó el sobrenombre de ‘Nieves Horrores’, y desde entonces, su carrera siempre ha estado ligada a aquel programa en directo.

Sin embargo, no creo que por su parte la sangría fuera intencionada. Aunque la televisión era bastante Light y correcta por aquella época, creo que se debió más al impacto que causó, el hecho de querer acercarse, de saber qué había pasado. Como la noticia se iba desarrollando en tiempo real y tenían que ir yendo y viniendo, los periodistas estaban más preocupados de recabar información y compartirla que en pararse a pensar un minuto en el sufrimiento humano o en la intimidad que se merecían las familias. Todo fue improvisado, y cuando se quisieron dar cuenta, tenían a un pueblo entero pidiendo sangre y a un país ávido de información. Nieves Herrero afirma que ella quería cortar el programa en la primera pausa publicitaria, pero Antena 3 la obligó a continuar, y tal vez ella cargara de forma injusta con una decisión que no fue suya pero que acabaría marcando un capítulo especial en la historia de la televisión.

Por supuesto, la telebasura no se centra solamente en crímenes grotescos, sino que acabaría desviándose hacia temas más frívolos como las nuevas aventuras de un famoso, lo carísimo de su ropa, sus depresiones o incluso qué cenó la noche anterior. Pero empieza a raíz de ciertos casos importantes que sacudieron a la gente, como el de Alcàsser, el de los Marqueses de Urquijo o el asesinato y falso secuestro de Anabel Segura, otro de los nombres famosos por los estudiosos del crimen en España, un suceso que se llevó a la cara de la opinión pública y donde desde la CIA, los videntes y hasta el charcutero de la esquina tenía algo que opinar. La historia se inicia en 1993 cuando Anabel, una joven que vivía en la Moraleja, fue arrastrada al interior de una furgoneta por dos hombres que esperaban poder cobrar un rescate debido a la elevada posición de su familia.

Aquel fue el desencadenante del que se llamó “Secuestro más largo de la historia en España”, ya que se pensó que durante novecientos días, pudieron tener recluida a la joven en algún lugar a la espera de que llegara el dinero. Si el asesinato de los Marqueses de Urquijo llamó la atención e hizo correr ríos de tinta porque había cosas que no cuadraban, el caso de Anabel también despertó la atención del público al ver que todo el mundo se ofrecía a ayudar. Policías, médiums, incluso el por aquel entonces presidente del gobierno Felipe González llamaba por teléfono para saber cómo iba el caso… Mientras la investigación policial incluso llegaba hasta a Alemania pensando que podría tratarse de un caso de espionaje industrial (el padre de Anabel era director en una empresa bastante importante), la realidad resultó mucho más sucia, triste y patética. Se dice que en realidad no hay ningún motivo para un asesinato brutal más que el sexual o el económico. Tal vez el odio, sí, pero no hay grandes redes criminales como las que hemos visto en películas, con un código de honor inviolable y un modo de operar que funciona como un reloj suizo. Y si lo hay, Anabel no se topó con ninguna de ellas. En realidad fue abordada por un fontanero y un hombre en paro de unos cuarenta años, unos hombres tan llanos que podrían haber sido sacados de un libro de John Steinbeck, y que concibieron lo que ellos creían que era un plan maestro.

Ahogados por las deudas, pensaron que podían ir a la Moraleja, donde viven personas de elevado nivel económico, secuestrar a una de ellas y pedir un rescate a su familia. Ni siquiera les importaba quién fuera ni tenían nada más allá de ese esbozo que sonaba perfecto. En una tarde esperaban cobrar ciento cincuenta millones de pesetas, tal vez porque les parecía una cifra increíble y redonda, capaz de acabar con todos sus problemas. Pero el asunto se complicó cuando Anabel no se dejó secuestrar así como así, les vio la cara y les indicó que sus padres no estaban en Madrid aquel día, por lo que no podrían cobrar un rescate esa misma tarde. Al final, estos dos hombres de mente plana, tras recorrer más de trescientos kilómetros sin saber qué hacer, quedándose sin gasolina y dándole a la chica dos oportunidades en las que casi consigue escapar, acabaron cediendo a la presión y optando por la salida más fácil: Estrangularon a Anabel, la arrojaron a un descampado y se fueron a cenar como si tal cosa.

Los medios jamás imaginaron una historia así. En realidad, todo parecía mucho mejor orquestado. En su imaginación, los asesinos Emilio y Cándido creían que incluso con la chica muerta podrían seguir exigiendo el rescate y llamaron a la familia en varias ocasiones. Al final, cuando se pidió una prueba de que Anabel seguía viva para pagar el dinero, los asesinos hicieron algo que ellos consideraron muy inteligente: falsificaron la voz de Anabel utilizando a la mujer de Emilio, que accedió voluntariamente cuando se enteró de en qué líos andaba metido su marido. La familia recibió una cinta magnetofónica (para ser más prosaico si cabe, grabaron encima de una cinta de Mecano) en la que, supuestamente, Anabel decía que los echaba mucho de menos. Después, un mensaje de uno de los secuestradores demostraba su falta de cultura y sus aires de “hombre de pueblo” que, sin embargo, no ayudaron en nada para establecer una búsqueda. Se hizo de todo, y muchas cosas, realmente mal. Desde recorrer España entera, hacer redadas policiales en casas que no tenían nada que ver… Al final, fue la televisión (con el apoyo de la radio) quien proporcionó la información final para ayudar a la resolución del caso. Sin ningún tipo de pista, publicar la cinta de los secuestradores en la televisión parecía una idea desesperada y quedaba claro que de inmediato se recibirían miles de llamadas, la mayoría de gente que no tenía nada que aportar o simples oportunistas, pero era lo único que tenían. Muchos pensaban que Anabel ya llevaba tiempo muerta, pero no podían dejar de perder la esperanza.

Promo – Quién sabe dónde

Treinta mil llamadas fueron recibidas en la centralita del programa ‘Quién sabe dónde’, uno de los espacios más famosos de la televisión española, y una de ellas, sólo una, fue determinante para resolver el misterio. Al final todo salió a la luz, apresaron a Emilio y no tardó ni cinco minutos en confesar la aterradora verdad: que Anabel estaba muerta, y que lo había estado siempre. La grabación había sido una falsificación, como muchos sospechaban. Todo había sido en vano. En aquel caso no fue realmente una investigación morbosa como la de Nieves Herrero. Paco Lobatón, que siempre ha sido un gran profesional con una característica voz radiofónica, hizo lo posible por ayudar, por pedir la colaboración en lo que él mismo llamó una “cita ciudadana y solidaria”. Trasladó la noticia y un caso de importancia nacional a las casas de la gente y les dio la oportunidad de opinar y ayudar. Visto ahora, el programa de Paco Lobatón parece mucho más trágico, sentimental e inútil, ya que sabemos que todas esas marchas, esos sentimientos de esperanza, incluso esa silla vacía en el plató, símbolo de ausencia de la joven, no tenían ninguna oportunidad de arreglar la situación. Los vídeos de recuerdo a Anabel y sus peticiones de liberación se transmitían mientras ella estaba enterrada en algún lugar sin nombre.

Con gran respeto y verdaderas ganas de ayudar, sentó las bases para una forma de hacer periodismo con aspecto de magazine en la que entrevistas, colaboradores y llamadas telefónicas de gente anónima intentaron conocer el misterio de aquella silla vacía. Para los responsables de la muerte de Anabel, encogiéndose de hombros, no fue nada más que “un negocio que salió mal”.

En el caso de Anabel Segura la resolución del misterio hizo que se cerrara la puerta y jamás se volviera a tocar, mientras que otros como los ya mencionados marqueses de Urquijo o Alcàsser son casos que no quedaron explicados por completo y que a día de hoy, cuando se les desempolva y sacan a pasear, no se hacen verdaderos esfuerzos por conocer la verdad ni por resolverlos. Una de las máximas de la telebasura es crear ese espectáculo que poco o nada tiene que ver con la resolución real de los casos, sino con explotar el morbo y el misterio. Al igual que Twin Peaks, no queríamos saber quién había asesinado a Laura Palmer, sino disfrutar de la duda. Y esa sería una constante a partir de entonces y que programas de temática sobrenatural como Cuarto Milenio explotarían años más tarde, la de no dar jamás una respuesta clara que pudiera acabar con un tema potencial que podría darnos buenos índices de audiencia dentro de seis meses.

Pero no todo tiene que ver con crímenes, secuestros y asesinatos. Otros muchos temas que interesaban al público tenían ya de por sí potencial para convertirse en culebrones, y se podía empezar con famosos, que siempre han despertado el interés y la admiración del público. La fama y todo lo que creemos que conlleva siempre ha sido visto por los demás como un objetivo a alcanzar, un ideal, lo más parecido a la auténtica realización personal. Desde siempre se nos ha vendido que los famosos son mejores que nosotros, que tienen todo lo que quieran e, incluso, son más guapos, huelen mejor y brillan a la luz del Sol. Y España ha sido uno de los países donde el chismorreo está considerado como uno de nuestros deportes nacionales, de modo que no sorprende ver cuántos programas han tratado ese tema a lo largo de los últimos veinte años.

Desde los Ecos de sociedad donde comentaban adónde iba tal o cual marqués, duque o ricachón de turno, se analizaban todas las inauguraciones, actos benéficos, obras de teatro, presentaciones de libros… intentaban analizar la vida social presumiblemente activa de gente como la Duquesa de Alba, una reseca marioneta habitual de las revistas del corazón, y de toda su familia directa o indirecta, con la idea de que esa posición social era a lo mejor que nosotros, pobres plebeyos, podríamos aspirar jamás. Como dicen por ahí, se trataba de buscar un enfoque romántico y hedonista de la riqueza, donde gente como Isabel Preysler y su perenne “Actitud de cóctel” era un modelo a imitar.

De ahí que programas como ‘Corazón Corazón’ se informasen de embarazos, divorcios, bodas, fallecimientos y celebraciones, y los famosos, que conocían el potencial económico de sus vidas, decidieron comerciar con ello de una forma bastante interesante. Si tal o cual famoso se casaba, vendían la exclusiva con las fotos del enlace a  una revista que pagaba una enorme cantidad de dinero por poder publicarlas. Reconocemos en seguida este tipo de revistas, las publicaciones de cabecera, porque son gruesas y hay muy poco espacio para el texto. Lo que realmente importa son las fotos, con buena iluminación y perfectamente enfocadas, destinadas a hacer publicidad de los carísimos vestidos que han sido donados a los famosos para que éstos los luzcan y den envidia al resto de los mortales. Puede que haya entrevistas o comentarios de alguna de las celebridades, pero incluso muchas veces, estas conversaciones son completamente inventadas (Podéis mirar la portada que hay unas cuantas líneas más arriba). Hay un contrato por el cual la revista se compromete a hacer una buena limpieza de imagen y eso es todo. Pero el panorama televisivo español estaba a punto de cambiar, y lo haría de una forma que nadie había visto hasta ahora encarnada en un late night, un estilo de producción muy famoso en Estados Unidos pero que aquí no llegó hasta que el presentador Pepe Navarro decidió hacerlo suyo, y con ello, atraer a millones de espectadores cada noche abriendo un nuevo camino en el que confluirían los sucesos criminales y un elemento nuevo que perduraría hasta nuestros días.

‘Esta noche cruzamos el Mississippi’ copiaba ese estilo caracterizado por un presentador carismático, una mesa, un objeto reconocible (como lo era ese micrófono bastante antiguo, que era una forma de crear una imagen de marca o la taza que Navarro llevaba siempre en la mano haciéndonos creer que tenía algo en ella) y un entrevistado al que amenizaban con varios colaboradores fijos, pero lo harían de una forma más burda y casposa que lo establecido, demostrando que el estilo de la España cañí y de tapas de bar era un país que no se tomaba nada en serio y mucho menos, a sí mismo. Pronto, El programa de Pepe Navarro decidió ir contra las reglas, crear personajes cómicos y chabacanos y buscar la risa fácil del espectador de la calle aunque fuera a costa de los transeúntes que tenían la mala suerte de cruzarse con ellos. Tiraba más por el lado agresivo de la vida que por los políticamente correctos ejemplos estadounidenses en los que se basaba, y fue de los primeros en los que ser desagradable, maleducado y hasta impresentable eran bazas a su favor. Prueba de ello fue la aportación del actor Santiago Urrialde, que encarnaba a alguien conocido como “El Reportero Total” y donde lo que buscaba era incomodar al entrevistado, al que asaltaba por los alrededores de la plaza de Callao en la Puerta del Sol empujándolos, golpeándoles con el micrófono e incluso faltándoles el respeto. Muchísimos más vendrían después que él que imitarían su estilo, pero él fue el más mítico de todo y el único que podía hacer gracia.

Los reporteros del Mississippi

Más adelante tratarían temas más polémicos, como el omnipresente caso Alcàsser, y sus profundos y amarillistas análisis ayudaron mucho a la creación del mito y a la leyenda negra, y por la cual hoy podemos encontrarnos diez libros que aseguran que se trató de un crimen satánico y ritual por cada uno que asegura que fue obra de unos desalmados. El triple asesinato se convirtió en un tema recurrente por lo espeluznante e irrepetible que nunca se desgastaba, contado con apariciones del padre de una de las víctimas para pasar luego a presentarnos a La Veneno, un transexual muy famoso por la época, o incluso a invitar a expertos en zoofilia.

Paralelamente había que amenizar al público, como era lo lógico en un programa de humor, así que los colaboradores del programa decidieron caricaturas de algunos famosos de la época como Terelu Campos o Chiquito de la Calzada, éste último, la personificación del humor cutre y casposo. Uno de los más exitosos fue precisamente la imitación de Rambo que Urrialde preparó para el programa, hasta el punto de que eran más conocidas las frases del cómico que las de la película original. Y su fama aumentó tanto que acudió a conocer a su inspiración en una muestra del interés del público español por el espectáculo y la juerga, por reventar un acto más que participar en él, por la verbena de mal gusto e irreverente que por la profesionalidad.

Y esa es la razón del éxito de personajes como Javier Cárdenas, reportero conocido sobre todo por haber sido de los primeros en traer el espectáculo de los Frikis a la televisión. Cárdenas se hizo famoso sobre todo por entrevistar al supuesto vidente Carlos Jesús (descubierto en el programa Al Ataque), un hombre con aspecto de haberse escapado del reparto de ‘En busca del Fuego’ y que aseguraba ser una reencarnación de Jesucristo, un cuerpo revivido andante que además entraba en contacto con entidades alienígenas de Ganímedes y Raticulín que vendrían a salvar al mundo con trece millones de naves espaciales. Carlos Jesús fue uno de los primeros frikis y también, de los más famosos. Su tono de voz, su imagen y su supuesta “revelación” (según él, trabajaba en la planta de Pegaso en Mataró y recibió una descarga de trescientos millones de voltios, lo que le permitió entrar en contacto con Dios), son tan cómicas que nadie puede tomarse eso en serio. A todas luces es un colgado que o una de dos, o tiene mucha jeta o debería ser inspeccionado por un especialista en salud mental. Pero en lugar de eso, Cárdenas le puso una cámara delante y le dio la oportunidad de que su mensaje llegase a toda España, y así todos conocimos a Christopher y Mikael, sus supuestos alter ego extraterrestres que curaban y canalizaban su energía a través de su cuerpo inmortal.

Carlos Jesus y su álter ego Mikael

Siguiendo con esa estela del espectáculo burdo y zafio, a la gente le encantaron las excentricidades de Carlos Jesús, alcanzando unas cotas de fama que hasta el día de hoy perduran, y fue el pistoletazo de salida para explotar aún más a gente rara, extraña y a todas luces, lunática para el disfrute de la audiencia. Cuanto más cutre y hortera fuera el contenido, más audiencia daba, lo que fue el claro inicio de que los gustos estaban cambiando y de que la televisión iba a ser nuestra máquina de espectáculo le pesase a quien le pesase. Uno de los casos más tristes y patéticos de a qué extremos se llegaron fue el de Juan Antonio Canta, un pequeño cantautor cordobés que tuvo la mala suerte de ser colocado en primera plana de la televisión nacional en el mismo programa de Pepe Navarro (Telecinco ya estaba haciendo de las suyas), Juan Antonio presentó una canción titulada “El Rap de los 40 Limones”, un tema que en sí era una chorrada como un piano, pero que al público le encantó. Y le pidió más y más, siendo otro de los frikis de aquella época a pesar de que se había hecho un hueco en locales de temática underground con su grupo Pabellón Psiquiátrico en los que demostraba que tenía talento para la música. Pero eso no interesaba, lo que importaba era su aspecto incómodo, hermético y cerrado, como si tuviera algún pequeño tipo de retraso mental, que a la gente le volvió loco, convirtiéndole en un objeto de chiste y preguntándose luego por qué, a finales de 1996, el cantante apareció ahorcado en su casa, aquejado por constantes depresiones agravadas por la imagen de payaso de circo que sabía que estaba dando.

Como todos dirían después, lo único que querían era echarse unas risas.

Y fue sólo unos meses más tarde cuando dio comienzo uno de los programas clave en la historia de la telebasura, un espacio polémico y hortera que se acabaría convirtiendo en un referente para los restos y que sería copiado en cientos de ocasiones. Un grandísimo éxito de audiencia y más teniendo en cuenta que no se transmitía en una televisión nacional, que decidió abandonar el tono amable y casi reverencial hacia los famosos. Estamos hablando del infame Tómbola, que puede tener el dudoso honor de ser uno de los programas más debatidos y comentados en toda la historia de la televisión Española, ya que hasta políticos de todos los partidos entablaron acaloradas discusiones intentando conseguir su cancelación.

El primer programa tuvo cono entrevistada a Chabeli Iglesias, hija del cantante Julio Iglesias (¿Cantante, en serio, qué ha hecho en los últimos veinticinco años?). El presentador le iba haciendo varias preguntas, pero al cabo de unos minutos los colaboradores empezaron a alborotarse hasta el punto que la chica decidió levantarse a mitad del programa y dejarlos allí diciendo que se “avergonzaba del programa”. En aquel momento fue algo novedoso y polémico, pero con el tiempo se acabaría convirtiendo en una costumbre. La salida de Chabeli Iglesias se repitió una y otra vez, convencidos de que no había mala publicidad, sino oportunidades desaprovechadas. La verdad es que el ambiente del programa y que podéis ver en el vídeo que hay más abajo deja claro el atajo de verduleras que acabaría siendo una constante, compuesta en su mayoría no por periodistas, sino por colaboradores, palabra usada como comodín para permitir la entrada de toda fauna inimaginable en la televisión. Y también abrió las puertas a una pregunta: ¿Por qué les adoramos? En palabras de algunos de los gritones y amanerados trabajadores de Tómbola, ¿Quién es la hija de Julio Iglesias para tener nuestra atención y por qué deberíamos hacerla caso, o simplemente escucharla? Como compensación de la veneración mostrada durante años el público se había cansado ahora tocaba atacarlos, criticarlos y desfogarnos en ellos, es lo que se llama equilibrio.

Eso no quita que por mucho que los profesionales la criticaran, estuvieran allí sentados, concentradísimos en el tema.

Chabeli Iglesias en Tómbola

Más tarde otro de los invitados al infame espacio, Pocholo Martinez Bordiú, lejanamente emparentado con el dictador Francisco Franco y descendiente de la alta aristocracia, tuvo un enfrentamiento con Karmele Marchante arrojándole un vaso de agua a la cara cuando ésta le acusó de dedicarse al tráfico de drogas. Este nuevo escándalo aumentó la fama de Tómbola y alcanzó nuevas cotas de patetismo cuando la cantante Massiel, una de esas personas convencidas de que siempre son las cinco en alguna parte, se levantó y repitió la escena para deleite del público. Había nacido la técnica del exceso, de ver quién hacía lo más grande e iba más lejos, y Tómbola, por mucho que quisiera calmar a los invitados, sabía que movimientos como ese eran precisamente los que les mantenían en antena. Ya daba igual cualquier cosa para provocarlos, y como dejar caer que el último de una larga dinastía en decadencia era narcotraficante salió bien, la idea se repetiría a lo largo de los años. Desde aquel momento y hasta el día de hoy, periódicamente aparecen rumores e insinuaciones por parte de los periodistas de que algunos famosos pueden dedicarse a asuntos oscuros que jamás serían admitidos por ellos. Drogas, prostitución… sin importar si quiera que sea verdad, mentira, o esté directamente inventado por el programa, había que darles caña y ponerles contra las cuerdas. Y así empezaron las demandas millonarias, algo a lo que ahora estamos de sobra acostumbrados.

También fue el origen de los tan odiados Paparazzis, cuyo término se ha usado a la ligera y es mucho más siniestro de lo que parece en un principio. Los paparazzi deben su nombre a la película de Federico Felini “La Dolce Vita” y se denomina así a todo aquel fotógrafo entrometido, cotilla y sin escrúpulos, un personaje molesto que hace la vida imposible a los famosos cuando desempeña su trabajo y que quiere conseguir la imagen más comprometedora. Buscan el extremo opuesto a las revistas de cabecera, a la famosa sin maquillaje, a Scarlett Johansson comprando tampones en el supermecado, a Liam Neeson saliendo de un pub irlandés con claras muestras de haberse orinado en los pantalones, o un ejemplo más cercano, a la presentadora Ana Obregón, juguete de la telebasura, fornicando en un coche en plena calle… su trabajo consiste en molestar y fisgonear, en demostrar que los famosos no son intocables, en explotar ese lado desconocido siempre oculto tras publicistas, photoshop y maquillaje que nos da la idea de una perfección que para nada se ajusta a la realidad.

El trabajo de estos fotógrafos es un alarde de cara dura y virtuosismo profesional en el que son capaces de parapetarse entre los arbustos de una playa con la esperanza de sacar a una estrella de cine en top les a cincuenta metros de distancia, o incluso de alquilar un helicóptero y sobrevolar el lugar donde va a celebrarse el enlace matrimonial entre dos estrellas mediáticas. Un ejemplo muy conocido son las fotos que Elsa Pataky concertó con la revista Elle, y que, a la vez, un paparazzi robó para Interviú desde otro ángulo, y con lo que podemos entender en seguida el concepto de estos fotógrafos. Por eso nos encontramos con escenas bochornosas donde los famosos muestran un aspecto que de tan estrafalario es incomprensible. ¿Alguna vez hemos visto a los familiares de la Duquesa de Alba corriendo para entrar en una boda tapando las cámaras de los fisgones, o escondiéndose bajo un techado enorme para ocultar una boda al aire libre? Eso es porque la exclusiva está pactada, y si alguien consigue una sola imagen del vestido de la novia, cientos de miles de euros dejan de entrar en su cuenta corriente.

Los paparazzi se convirtieron en un tema de seguridad nacional en el triste y famoso incidente que le costó la vida a Diana de Gales, cuando el 31 de Agosto de 1997, la princesa fallecía al estrellarse su coche contra una columna del puente del Alma en París. Diana se encontraba en ese momento huyendo de los paparazzi que querían tomarles fotografías a ella y al empresario Dodi Al-Fayed, y el conductor del vehículo, presumiblemente bajo los efectos del alcohol, perdió el control y provocó una tragedia acabando de inmediato con la vida de dos de sus ocupantes y dejando a Lady Di herida de muerte y tendida sobre el asfalto. El espeluznante momento llegaría cuando los fotógrafos detendrían su vehículo, se acercarían a los restos del accidente y continuarían su trabajo, armados con flashes y oscuras intenciones, mientras Diana suplicaba que la dejasen en paz.

El fatídico accidente sigue trayendo cola hasta el día de hoy, cuando ha dejado de ser un suceso para convertirse en Historia. Hay documentales que incluso presentados en el festival de Cannes analizan la teoría de que no se trató de un accidente, sino de una conspiración de la Corona Británica para impedir que Diana, embarazada en esos momentos de Dodi Al-Fayed, diese a luz o incluso, para quitarse de encima a un personaje molesto pero que contaba con una gran popularidad, a pesar de haber admitido una infidelidad cuando estaba casada con el príncipe Carlos, además de dejar claro que la sombra de Camilla era muy alargada en aquel matrimonio. Las declaraciones de Lady Di sacudieron los cimientos de la monarquía británica y a día de hoy, en pleno 2013, Carlos y Camilla se encuentran casados.

BBC anuncia la muerte de Diana de Gales

Su muerte causó un gran debate acerca de dónde estaba el límite y sobre si los famosos tenían que aceptar la pérdida de la intimidad, y hasta qué punto. Es normal que la gente les pare por la calle y les pida hacerse una foto o un autógrafo, pero entendemos que la presión a la que pueden llegar a estar sometidos es demasiado grande, insoportable incluso. Diana, su accidente y su rostro ensangrentado surgiendo de un amasijo de hierros fue un ejemplo de hasta dónde se podía llegar con el morbo y el sensacionalismo.  Ya en 1997, la Plataforma por una televisión de calidad en España redactó el “Manifiesto contra la Telebasura”, y donde dejan claro que se trata de una forma de hacer televisión caracterizada por explotar el morbo, el sensacionalismo y el escándalo como palancas de atracción de la audiencia.  La telebasura se define por los asuntos que aborda, por los personajes que exhibe y coloca en primer plano, y, sobre todo, por el enfoque distorsionado al que recurre para tratar dichos asuntos y personajes. 

Al mismo tiempo que el accidente de Lady Di, surgía en Telecinco un programa que, enfocado hacia el debate, permitía poner en tela de juicio temas de actualidad. Se trataba de ‘Moros y Cristianos’, presentado por el incombustible Javier Sardá, quien se convertiría en uno de los rostros más queridos, admirados, vistos y odiados de la televisión años más tarde y que aquí logró el éxito de un formato interesante y que me sorprende mucho que no hayan recuperado desde su fallido intento de regreso en el 2001. La dinámica era bien sencilla. El presentador mostraba un tema y dos grupos de tertulianos debatían sobre si estaban a favor o en contra de él mientras, desde sus casas, los espectadores podían llamar a un número de teléfono y dejar sus votos, que aparecerían reflejados en dos grandes pantallas al fondo del decorado. El programa se hizo conocido por su tono relajado, polémico en ocasiones, desvergonzado y plagado de colaboradores (de nuevo esa palabra) de tal calibre como la vidente Aramis Fuster (que dice descender de los Caballeros Templarios y tener el Santo Grial junto a la tele) o el Padre Apeles, famoso al ser un cura que debatía cosas del corazón.

Lo malo del programa es que los temas acabaron yendo a los tópicos de siempre, preguntando si los españoles ligábamos mucho o poco, si Aznar era mejor que González, si teníamos o no derecho a conocer la vida privada de los famosos, si los astros marcaban nuestro desino… Las discusiones, los cambios de sitio pasando de defender a criticar un tema fueron una constante, y creo recordar que incluso el programa emitió una vez 24 horas seguidas do era Jordi González el encargado de conducirlo. Jordi González, por cierto, acabaría siguiendo los pasos de Sardá respecto a su opinión sobre la telebasura, pero eso sería muchísimo más tarde. Lo más interesante del programa fue la figura de Sardá, un hombre que había empezado en la radio creando un personaje llamado El Señor Casamajor, y que trabajó en varios programas de videos graciosos mucho antes de la era Youtube. En ellos nos enseñaban las gracias de los niños cayéndose por las escaleras en un vídeo doméstico. Carrascal le acompañaba y se ve que en aquella época esas cosas tenían suficiente audiencia. Pero la carrera de Sardá estaba a punto de despegar del todo, porque fue después de ‘Moros y Cristianos’ cuando apareció El Programa con mayúsculas, el rey de las noches desde 1997 hasta 2005 y uno de los mayores fenómenos televisivos de todos los tiempos, ‘Crónicas Marcianas’.

En su programa anterior ya se había demostrado que los debates a grito pelado, los insultos y las discusiones servían para generar audiencia. Al final no importaba ya tanto tratar un tema importante como tener una excusa para armar un escándalo de tres horas de duración que proyectar a las casas de la gente. Y recapitulando un poco, sabemos que Tómbola empezaba a hacerse notar, los paparazzi eran una realidad y Pepe Navarro, envuelto en polémica, abandonó “Esta noche cruzamos el Mississippi” para presentar una variante en Antena 3 titulada “La Sonrisa del Pelícano”, que era más o menos lo mismo. Sardá venía dispuesto a robarle la audiencia armado con muy buenas intenciones, gran talento y un planteamiento divertido y relajado, ajeno a la mala leche y a la casquería de Navarro. El programa fue seguido por casi dos millones de espectadores en su primera temporada, que respondió así a la falta de polémicas innecesarias. Las apariciones de Mariano Mariano o de Martí Galindo, el hombre con problemas de crecimiento y un rostro similar al de un niño al que le han puesto un traje demasiado grande, consiguieron un público fiel y entregado. Arrasaron a Pepe Navarro y el maestro tuvo que retirarse, sin saber que jamás recuperaría sus niveles de genialidad y fama, por mucho que algunos ahora le consideren una institución y su programa se haya convertido a día de hoy en material digno de análisis. Incluso, el presentador se vería al cabo de unos años en el otro extremo de la mesa, víctima de juicios mediáticos, convertido en un personajillo más y devorado por un monstruo que él mismo ayudó a crear.

Y así llegaríamos al Siglo XXI, con Javier Sardá convertido en el rey de la televisión, convencido como Alejandro Magno de que ya no tenía más terrenos que conquistar. Nadie le hacía sombra y podía hacer lo que quisiera porque sus increíbles audiencias le apoyaban, y sería a partir de aquí, en el programa marciano, cuando la telebasura se asentaría definitivamente en todas las cadenas. Sería con la llegada de Boris Izaguirre, de Gran Hermano y Operación Triunfo, quienes nos dejarían claro que había un famoso potencial dentro de todos nosotros y que ser conocido por salir en televisión no era un medio, sino un fin en sí mismo, algo por lo que merece la pena luchar a golpe de exclusiva y relación amorosa, rozando lo absurdo y lo ridículo en un mundo en el que todo vale para conseguir un gran share, y en el que el público, expectante y entusiasmado, estaría loco por participar fueran cuales fuesen las consecuencias.

 Carlos Martín