Historia de las Tecnologías Sociales (VI). Nacimiento de las organizaciones y del Estado

Publicado el 26 junio 2019 por Arcorelli @jjimeneza1972
Estela del Código de Hammurabi (alrededor de 1754 AC)

De todas las entradas dedicadas a la emergencia de nuevas instituciones sociales con el nacimiento de la civilización, esta es la que resultó más compleja. No tanto por lo que hay que decir, que dado que estoy en estas entradas sólo poniendo las ideas centrales, siempre lo tuve relativamente claro; sino más bien por su denominación: ¿La tecnología social a destacar son las organizaciones ? ¿O el Estado?

Se puede defender fácilmente la idea que lo que se debe destacar es el nacimiento de la organización formal: Puesto que incluye al Estado, pero no se limita a éste, y la idea en sí de la organización (una entidad completamente distinguida de los individuos que operan en ella, que posee y se le reconoce capacidad de acción) es lo radicalmente nuevo. Por otro lado, si bien desde los inicios el hecho organizativo no se ha reducido al Estado, es claro que la principal organización en muchas de estas sociedades fue el Estado, y buena parte de lo que distingue a estas sociedades tiene que ver con la emergencia de ellos: impuestos, ‘códigos legales’, ejércitos, campañas de conquista, reyes -y sus monumentos y palacios; y así. Si bien la ciudad y la escritura cambiaron la vida social, también hay que reconocer que para muchos campesinos esas innovaciones eran más bien lejanas, o a lo más de influencia directa; la aparición del recolector de impuestos o el paso o rapiña de los ejércitos reales, aunque fueran infrecuentes, eran cosas que sí podían afectar su vida más directamente. Del lado positivo se podrían mencionar la capacidad de desarrollar obras de irrigación que requerían la organización de grandes cantidades de personas, pero no estoy seguro si ello requería el Estado o bastaba con el hecho organizativo. La capacidad de la acción coercitiva, en cualquier caso, es uno de los cambios más relevantes en la historia social.

Por ahora nos limitaremos a mencionar ambos en la misma entrada.

La emergencia de la organización y su separación del individuo.

La aparición de la organización formal va más o menos de la mano con el desarrollo de la escritura que se destacaba en la anterior entrada de esta serie. Y ya decíamos allí las razones de ello: la escritura favorece la separación de la información con respecto a un individuo en particular, y esa separación es fundante del hecho organizativo: Cuando mi derecho a una acción o un recurso me es asignado por parte de una organización y en tanto cumplo un rol en ella (soy un funcionario). Es en tanto tengo el cargo de supervisor de la bodega es que recibo ciertos recursos y tengo ciertas responsabilidades. Lo que se requiere es que existan bienes y recursos que ya no son propiedad personal de una persona o de un grupo, sino que son propiedad de esa organización -que los administra y distribuye.

La separación entre los individuos y su rol organizativo, y la capacidad separada de la organización para ser sujeto de propiedad (o para tomar acciones -que tenga sentido decir que es tal empresa la que compró algo, no tal persona), es el mecanismo fundamental de una organización; y al mismo tiempo, es también fundante el hecho que nunca llega a ser completa. Las personas nunca dejan de ser individuos, y no sólo cumplidores de sus roles, y así siempre existe el lado informal; y todos los fenómenos del patrimonialismo y del feudalismo tienen que ver con la dificultad de mantener esa separación. Sin embargo, difícil o no, parcial o no, ambigua o no, mientras esa diferencia exista, tenemos una organización.

Al menos en el caso mesopotámico se puede plantear que el hecho organizacional es previo al hecho estatal. O quizás, que es previo al hecho estatal secular. Las primeras organizaciones son los templos, que funcionan como unidades económicas. El hecho que, en principio, los terrenos y bienes del templo son del Dios de ese templo; y que ese Dios sólo puede actuar por funcionarios humanos, es quizás uno de los elementos que permite que emerja esta separación de unos bienes y recursos que son propiedad no de individuos o grupos, sino de la organización (son del templo); y sobre los que se toman decisiones por funcionarios, que son ‘remunerados’ por esa organización (los funcionarios del templo). Si estos templos-organizaciones son equivalentes a un Estado depende de la capacidad que ellos tuvieran para ejercer coerción fuera de los bienes del templo, o si creemos que la economía de esos templos cubría toda la economía de la ciudad.

La emergencia del Estado. Las dinámicas de la concentración del poder coercitivo.

En cualquier caso, con la aparición del palacio -o sea, de una organización que se centra en torno a un líder seglar- que podemos decir que aparece algo que corresponde a un Estado. Puesto que los palacios no se limitan a ser grandes organizaciones -que administran una gran cantidad de bienes propios; que por cierto, también son -entre las tabletas de un rey como Hammurabi no tenemos sólo edictos y decisiones de un rey, tenemos varias que corresponden a las de un latifundista, en relación con sus propios terrenos. Esta organización adquiere derechos coercitivos sobre todo un territorio: En otras palabras, puede cobrar impuestos, tomar decisiones judiciales vinculantes, entrar en guerra con sus pares y con otros, desarrollar obras públicas etc; y, por cierto, además de las actividades simbólicas que representan a la comunidad (dirigir festivales, por ejemplo, es una de las actividades típicas de un rey).

Aunque el hecho organizativo no se limita al Estado (y corresponderá cuando esto se escriba en profundidad explorar la emergencia de la firma comercial por ejemplo), es cierto que -con distancia- el principal actor organizativo de toda esta primera fase de la civilización es el Estado. Aparte del Estado no hay otras organizaciones con sus recursos, con su división de tareas entre funcionarios especializados, que mantenga a tantas personas etc. El hecho que, por ejemplo, vasijas estandarizadas para distribuir raciones (una de las formas de ‘remuneración’ de la época), se encuentren entre los objetos más comunes en la III dinastía de Ur hace recordar su importancia. De hecho, la complejidad de las organizaciones en esta su primera aparición se puede incluso aducir será mayor que lo ocurrido hasta siglos posteriores, y al menos se puede decir alcanzó igual nivel de complejidad: Las tabletas nos muestran, por ejemplo, el manejo de la idea de días-persona de trabajo (que implica cierta capacidad de abstracción y de estandarización de la idea de trabajo). El número de tabletas conservadas de dicha dinastía es de alrededor de 25 mil, y en algunos casos se puede observar que la muerte de una oveja quedó registrada en al menos tres de ellas. Aunque esa dinastía es claramente un caso exagerado de presencia y poder administrativo, el caso es que Estados con organizaciones fuertes es una característica común en el período inicial de la civilización (en la edad del Bronce).

No por nada entre varios investigadores se extendió la idea que la  economía administrada -la que caía bajo esta organización- cubría casi toda la economía: la idea se mostró insostenible, y la aparición de una economía no-administrada, de intercambios más o menos libres entre personas, ha sido demostrada. Y sin embargo, la importancia de la economía administrada no deja de aparecer: el artesano especializado que vende sus servicios tiene muchas veces su empleo principal en la organización (que es la que genera la demanda permanente que le permite existir) y procede a actuar en el mercado como forma de complemento. La identificación entre Estado y organización, por un lado, y entre Estado y sociedad, por otra, son erradas, pero tienen su fundamento, en el hecho que el Estado es la principal organización, y que, por lo tanto, adquiere una posición particular por el simple hecho que no hay ninguna concentración de poder y recursos similar. O para ser más precisos: que las únicas entidades similares son otros Estados. No por nada, una de las reacciones comunes entre sociedades no-estatales al enfrentarse a las sociedades estatales ha sido la de desarrollar sus propios Estados (estados secundarios siendo el nombre usual): ese tipo de organización parece ser el modo más sencillo de confrontar esa concentración de poder que es el Estado.

El hecho que el Estado es una concentración de poder y recursos nos permite, creo, entender además porque la aparición de un Estado es tan universal en las sociedades que adquirieron la tríada ciudad-escritura-organización. Al fin y al cabo, habría sido posible que el hecho organizacional-administrativo no generara un Estado, sino que las organizaciones quedaran simplemente insertas al interior de una ciudad, como su unidad más fuerte, pero sin cubrir todo el espacio. Al fin y al cabo, no se requiere Estado, por ejemplo, para generar decisiones judiciales vinculantes -las comunidades pre-estatales no logran sin el aparato administrativo-; y la comunidad de una ciudad (y sabemos que al menos las ciudades mesopotámicas tenían niveles importantes de identidad común e instituciones comunitarias como asambleas) que podrían haber tomado esos roles. Y sin embargo, eso no ocurrió, o al menos no pudo establecerse como algo estable.

Simplemente, una organización es una concentración de poder y recursos que es mucho mayor que cualquier otra. Una vez que ella emerge, el paso de ser una institución poderosa a ser una dominante, y de ahí a constituirse en una (dado que no hay otra) que cubre todo el territorio son pasos sencillos. La emergencia de un estado territorial -que incluye más allá de una comunidad urbana- además establece con claridad la emergencia de una organización que se constituye en un espacio más allá de donde puede operar una comunidad: Si un estado territorial genera una comunidad ella es siempre una ‘imaginada’, para reusar esa frase. Sólo un Estado puede operar a ese nivel. Y es un nivel que se alcanzó con rapidez en Egipto (donde el valle del Nilo facilitaba crear una unidad) y que si bien se demoró bastante más en Mesopotamia, ya entre Sargón de Akkad (2334-2884 AC) y la III dinastía de Ur (2.112-2004 AC) queda ya establecido (la distancia son siete siglos, lo que nos separa de Dante, no es un período menor, aun cuando se reduzca a unas pocas páginas en los libros y aquí a un par de líneas). El caso chino si bien muy posterior, es al menos otra dinámica de estado primario, también es una muestra de un estado territorial relativamente temprano. Generado un polo de poder, con una capacidad mucho mayor que la de cualquier otro, la formación de una agencia concentrada de poder coercitivo resultó, si no fácil, al menos imposible de evitar.

Si bien el Estado, como recordábamos en la entrada en cuestión, es una dinámica diferente del de la ciudad, cierto que existen relaciones entre ellas. Fundar,una capital para el rey, crear una nueva ciudad, es una actividad que muestra la relevancia de una base urbana de poder para el Estado (El ejercicio de fundación, en todo caso,  no es universal, y en el cercano oriente es más común en la zona norte de Mesopotamia que en el sur; pero su existencia en sí muestra que la ciudad es relevante). La concentración de poder político y la concentración de población y de actividad parecen fortalecerse entre sí.

Una característica que en esta entrada sólo mencionaré, pero que debiera ser materia de expansión cuando se escriba el texto. es la pregunta de la forma política de estos Estados: todos son básicamente monarquías. ¿Por que cuando emerge el Estado es tan común esa forma? No parece existir formas republicanas, como ocurrirá prontamente en esa expansión de lo urbano en el Mediterráneo en el primer milenio A.C (y al parecer, también aparecen en India por ese mismo período). Y al menos en el caso mesopotámico, tenemos -como ya se indicó- comunidades urbanas importantes y una conformación de ciudades-Estado que se mantuvo durante varios siglos. Pero allí fueron (como en el caso de la civilización maya) gobernadas por reyes (la otra alternativa discutida es teocracia, o sea la dominación del sacerdote principal).  Aquí sólo dejamos la pregunta.

El Estado y la sociedad. Ejército, impuestos, decisiones judiciales, obras públicas.

Hasta ahora nos hemos concentrado en el hecho basal del Estado -en la aparición de una organización formal que tiene una pretensión efectiva sobre todo un territorio sobre el cual ejerce un poder coercitivo. ¿Qué significa eso en concreto? ¿Qué hace un Estado más allá de ser una organización, o sea de tener funcionarios y recursos propios?

Ejercer un poder coercitivo implica dos cosas básicas. Primero: tiene una capacidad coercitiva de extraer recursos. En otras palabras, impuestos. No hay Estado sin impuestos, y no hay impuestos sin Estado. La otra posibilidad son los recursos propios de la organización estatal (en otras palabras, lo que puede extraer de los terrenos que son de su propiedad). Ambas cosas son combinables (el Estado puede pretender que todo el terreno es de su propiedad, y por lo tanto los recursos que extrae de los hogares siempre fueron suyos); el caso es que -sea como sea- para que pueda operar se requiere poder extraer recursos. Segundo: para poder ejercer coerción se requiere tener disponible de una fuerza, La fuerza puede no ser el medio más común, y su uso recurrente siempre implica una falla o una crisis de la operación, pero siempre está ahí operando: En principio, es mejor que los hogares entreguen sus recursos o las decisiones judiciales se realicen sin requerir la fuerza, por la pura autoridad, pero la fuerza está disponible. El ejercicio de la fuerza no se reduce al uso interno, una posibilidad es la de extraer recursos expoliando otros territorios -y la figura del conquistador, o al menos, del victorioso guerrero, acompaña a buena parte de los dirigentes desde los inicios, y las celebraciones de los recursos que se traen hacia el Estado (materiales y simbólicos) comunes. La cara ofensiva implica, inmediatamente, la cara defensiva -y el ejercicio de crear guarniciones de defensa y de murallas defensivas también resultó común.

Las dos operaciones anteriores son las que permiten que un Estado exista: obtener recursos de forma coercitiva, y la construcción de esa capacidad de ejercer coerción. Si se quiere, el orden administrativo, la organización, cuando se transforma en Estado (o sea, cuando va más allá de los límites de sus recursos ‘propios’) necesita de esas operaciones. Como ya dijimos, la operación es más fluida en la medida que la fuerza no se ejerce de manera permanente y de manera ostentosa. Esto implica, entonces, que el Estado debe realizar operaciones que transformen su dominación en legítima.

Lo primero es la ejecución a través de medios estatales de algunas funciones básicas. Inicialmente, y durante este período, podemos decir que hay dos fundamentales, o al menos hay dos operaciones materiales fundamentales.

La primera es la judicial. Aunque hacer juicios y lograr que esas decisiones sean vinculantes ha sido realizado fuera de los Estados, con su aparición, la potestad de tomar decisiones judiciales pasó a dicha institución. Si hacer valer una decisión judicial es finalmente un asunto que involucra fuerza, que la institución que posea esa capacidad la tome, resulta fácil. He enfatizado el tema judicial más que lo relativo a la ‘ley’: Es claro que el Estado hace de juez desde sus inicios, pero no es claro que tome la función de legislador de inmediato. Buena parte de lo que aparecen ahora como códigos pueden ser entendidos más bien cómo ‘antologías’ de decisiones judiciales (que muestran que el rey es un buen juez), más que como leyes; y cosas como edictos pueden ser entendidos como decisiones particulares más que como leyes que regulan y ordenan. Con la escritura, y la conformación de ciudades, aparece además un campo relativamente amplio para juicios sobre propiedad: la propiedad queda registrada (y se pueden hacer contratos sobre ella), y la emergencia de ciudades y estados territoriales lleva estos temas más allá de lo que puede manejarse al interior de una comunidad dada (de una aldea); y todo eso lleva entonces al uso del Estado para resolver estas controversias. Aunque sólo parte de estos temas pase a través del Estado, el caso es que esta posibilidad existe, y permite disociar la propiedad de los recursos del ámbito de la comunidad concreta.

La segunda son las obras públicas. Una de las más cruciales, porque es una de las que entrega beneficios más claros, son las de irrigación. La relación de estas obras con el Estado tiene, al menos, dos caras. Por un lado, la organización de trabajo que requiere la irrigación (en particular la más compleja) se facilita con la aparición de estas organizaciones coercitivas, que precisamente pueden disponer de esos recursos. Por otro lado, la irrigación implica la transformación de todo el territorio (puesto que cambia la distribución de las aguas para todos), y en ese sentido lleva a una asociación que cubre todo ese territorio (que tiene pretensiones para tomar decisiones sobre todo éste). Pero las obras no se reducen a lo anterior: También tenemos construcción (y reconstrucción) de templos, de ciudades, de murallas, de caminos y otros. Algunos de ellos pueden realizarse sin Estado, pero nuevamente la aparición de una agencia coercitiva facilita el que esas tareas pasen a ella; y en algunos casos, como ya planteamos sobre grandes obras de irrigación, la relación parece ser mucho más estrecha.

Varias de las obras públicas que mencionamos anteriormente son de carácter simbólico, y con ello pasamos a la última forma de relación entre el Estado y el resto de la vida social: la propaganda y la ideología. Con el Estado surgen, al mismo tiempo la necesidad de justificar el hecho de gobernar. En algunos casos, esto proviene directamente de la religión -el gobernante es un Dios, en otros se enfatiza el carácter justo y bueno de ese gobierno, el gobernante como pastor y protector de la comunidad; o, lo que también era común, simplemente el carácter fuerte y el poder del gobernante.

Esto se realiza tanto a través de ceremonias públicas, que todos pueden ver, y también a través de textos escritos (muchas veces monumentales). Ahora bien, ¿para quién se escriben esos textos? Esto es relevante, porque del contenido de ese trabajo de justificación conocemos más bien por textos escritos, o sea, en buena parte, por esas inscripciones en monumentos. La sospecha es que son textos hacia la élite (la que podía leer). El trabajo de propaganda es, en buena parte, propaganda ‘interna’ -hacia el interior de la élite (no exclusivamente, la propaganda externa, hacia el resto, bien está en las ceremonias y en los propios monumentos).

Los mensajes pueden verse como pura propaganda, y en ese sentido no dirían nada de la sociedad. Sin embargo, que se elija uno u otro tipo de mensajes (presentarse como rey fuerte, como rey justo, como rey Dios) dice de esa sociedad -dice de lo que es aceptable y de lo que efectivamente justifica. El mero hecho que esos mensajes existen, que el Estado se presente ante la sociedad, ya nos plantea que -por toda su concentración de poder- está el problema perenne de la aceptación de la ‘gobernabilidad’.

Siempre nos podemos preguntar por la efectividad, por la ‘realidad’, de esas declaraciones. ¿Cuán justo es el rey que se presenta como justo? ¿Cuanto efectivamente protege un rey que se presenta como pastor? ¿Cuán fuerte es el rey que se presenta como poderoso? Si bien las declaraciones son declaraciones, tampoco las declaraciones son sólo declaraciones. Producen expectativas y generan acciones.

Como ejemplo de lo que hace un Estado al inicio de esta entrada está la estela donde Hammurabi inscribió su código, que es precisamente una demostración de estas operaciones ideológicas. El Código en sí es una antología de sus decisiones judiciales, que muestran -en concreto- la justeza de su reino; en la introducción  nos dice como el Dios Marduk lo convoca a llevar la justicia y en el epílogo narra su reinado. Es un ejercicio de justificación de su reinado. En el epílogo nos dice:

Let the oppressed, who has a case at law, come and stand before this my image as king of righteousness; let him read the inscription, and understand my precious words: the inscription will explain his case to him; he will find out what is just, and his heart will be glad, so that he will say [sigue alabanza a Hammurabi] (Traducción de L. W. King)

No entremos ahora en el tema de cuánto creerle a la inscripción, sino centrémonos en otro tema: La estela habla de un oprimido que puede leerla y que puede encontrar la justicia. ¿De donde aparece esta figura del oprimido que necesita justicia? En otra parte de la estela, se nos menciona la figura del fuerte que oprime al débil. Se requiere, entonces, en la siguiente entrada de esta serie tratar el tema de la aparición de las clases y estratos sociales -que aparecen al mismo tiempo que aparecen los otros elementos de la civilización.

Nota. Hemos usado en las fechas mesopotámicas la cronología media.