Es curioso pensar en todas las formas en que un trozo de plástico puede definirme; sexo, edad, nombre, nacionalidad. Vamos por la vida siendo empaquetados y catalogados, somos los obreros exprés del mundo. Si de alguna forma la realidad nos es inevitable, aún nos queda el consuelo de que las distracciones son sumamente longevas y perduran tanto más que nuestras oportunidades de éxito. Y solo en el minuto postrero de la muerte irremediable, la molestia viene de un único y agonizante pensamiento, un remordimiento del averno de nuestra alma, que nos interrumpirá la dicha, pero para entonces estaremos ya por siempre muertos. ¡El arrepentimiento!
Es como cuando ves a la chica sentada junto a ti. Ella es la chica de la falda azul floreada, la de pantorrillas como hojas de plata. Ha estado pasando frente a ti durante los últimos tres años, le has mirado y has fallado, ella te ha aguantado la vista, con unos ojos, con una mirada, con un vigor del que ya tú no dispones, no por cansancio ni vejes, sino por falta de voluntad, te ha vencido.
Puedes verte ahogado en los profundos lagos de su rostro, eres la víctima de un naufragio orquestado, el amor ha torpedeado el galeón victorioso que te llevaba por el camino recto de la trascendencia.
-Es solo una mujer- te dices.
-Es solo otra más- Replicas, zanjando la falsedad de la respuesta primogénita.
-Es solo...- Y sabes que no puede ser nadie más, ni otra cualquiera. Lo sabes porque mientras te mira, y acaricia tus manos con sus pequeños dedos, no puedes quitar de tu cara esa sonrisa de feria ambulante. Y sabes que estas atrapado en una trampa que bien conoces, y evades todas las flechas, pero aun así te quedas encerrado, porque no hay en la libertad vacía otro lugar más seguro y cálido que el pecho de esa mujer, que no es otra cualquiera, que no sería ninguna semejante, más que la chica de la falda azul floreada, de pantorrillas como hojas de plata, de ojos negros, de labios purpúreos, de pequeñas manos.
Y sabes cuál es su nombre, y su edad, y su nacionalidad, sabes tantas cosas de ella como pudiera serle posible a un mortal. Ella te mira, suspira, y te pide por favor, le regreses su cédula, es allí donde comprendes que puedes pasar una vida junto a tu compañera de oficina y jamás llegar a hablarle, aunque sepas todo lo que la define, no sabes nunca quien es en realidad.