Ando sumergida en Historia secreta del mundo, de Emilio Gavilanes, editado en La Discreta.
Una prosa concisa y bella, de ironía fina.
La contraportada acaba con estas palabras:
"Quizá las cosas sean lo que parecen ser y no haya nada que comprender", escribió Pessoa. ¿Hay que desconfiar de las cosas tal y como se muestran?
Quizás no, pienso, pero depende del ángulo desde el que se las mire o lee. La mirada de Emilio Gavilanes es capaz de generar extrañeza en lo más cotidiano y presuntamente normal.
Uno de los múltiples relatos del libro, titulado En el exilio, habla de un hombre que lleva casi un mes en Londres y aún no ha oído hablar a nadie en español, su lengua. Así termina expresando el narrador la añoranza del exiliado:
Está sentado en un banco de Hyde Park. De pronto se da cuenta de que los gorriones que le rodean y le miran esperando que les eche algo de comer, como hacen muchas personas en esta ciudad, gritan igual que los del Retiro. Y siente una alegría pueril, porque le parece que le hablan en una lengua conocida.