El historiador y librero Javier Traité acaba de publicar en Principal de los Libros un volumen irreverente donde habla sobre muchos de los grandes escritores de todos los tiempos. Y lo ha hecho de una forma que, sin duda, llamará la atención de los lectores: saliéndose de los cauces habituales de la crítica y meándose en la corrección. Que nadie espere en esta obra ningún tipo de juicio erudito, ni interpretaciones dignas de escucharse en una cátedra, ni dictámenes marmóreos. Lo que hay aquí, chorreando en cada página, es la opinión subjetiva de un tipo que ha leído como un hijoputa y que sabe de lo que está hablando. Es más de lo que puede pregonarse de la mitad de los docentes de este país (en colegios, institutos o universidad).
De ahí que, ejerciendo su legítimo derecho a la desinhibición, Javier Traité nos ofrezca un repaso memorable a la historia de los escritores y de las obras amparándose en una idea básica («Me atrinchero en mi opinión de que las vidas de los escritores fundamentales de la historia han sido de un golferismo y una alegría capitales, muy por encima de la media común de los mortales. Pero estas cosas suelen desaparecer de los libros de texto, y entonces todos crecemos con la idea de que un escritor es un personaje aburridísimo que sólo divaga en cientos de páginas que dan sueño y, por consiguiente, lo mejor que se puede leer es El Ocho», páginas 244-245) y que, manejando los datos que ha recopilado en sus numerosísimas lecturas, nos explique que Ovidio escribió «el primer manual de autoayuda de la Historia» (página 41); que Dante era un tostón (página 66); que Maquiavelo «tenía una cara de cabrón que no podía con ella» (página 77); que cuando un niño marroquí nos roba la cartera, en realidad le está haciendo un homenaje al Lazarillo de Tormes (página 90); que el célebre Cuento de Navidad de Charles Dickens «es, posiblemente, el mayor pastel de la historia de la literatura» (página 227); o que Albert Camus podría ser designado como «el James Dean de las letras francesas» (página 330). Si le añadimos los comentarios que realiza sobre la inflación de franquismo y guerracivilismo que nos acecha desde hace años en las mesas de las librerías (una disertación de gran inteligencia, que puede leerse entre las páginas 309 y 312 del tomo y que comparto letra a letra), tendremos motivos más que suficientes como para abrir este tomo y disfrutar con su lectura.
Yo ya leía cuando los padres de Javier Traité decidieron traerlo al mundo; empecé a hacer reseñas de libros para la prensa murciana cuando él estaba preparándose para la primera comunión; e inicié mi trabajo como profesor de literatura cuando él apenas soñaba con acabar la EGB. Es decir, que no me falta una cierta experiencia en esto de los libros y la enseñanza. Y puedo decir una cosa: si nos atenemos a su condición de libro-imán (un libro que busca enamorar a otras personas con las bondades, el humor y los buenos ratos que la literatura puede depararnos), este hombre ha escrito simplemente el volumen más cojonudo que he leído en toda mi vida. Y no me quiero comedir ni un ápice a la hora de manifestarlo, porque le haría un flaco favor a la verdad. Afirma el autor en el prólogo que tratar de convencer a los demás de que leer es maravilloso revela una actitud “proselitista y peligrosa”, de la que en ocasiones conviene abstenerse. Pues bien, él ha resuelto la cuestión haciendo que los lectores miremos los grandes monumentos de la historia literaria desde otro lado. No desde la atalaya de la seriedad, el almidón o los arquetipos platónicos, sino desde la ladera del humor, la sencillez y la llaneza. Explicó una vez el gran Federico García Lorca que un poeta es un pulso herido que ronda las cosas desde el otro lado. Quizá el mejor crítico sea también el que sabe ofrecernos una mirada nueva y nos convence por la vía de la mostración. Me habría encantado tener a Jaiver Traité como profesor de literatura. Principal de los Libros ha dado en el clavo con esta publicación.