Historias de cementerios

Por Lparmino @lparmino

Cementerio en Sarajevo
Fotografía: Luis Pérez Armiño

Un cementerio es componente fundamental dentro de cualquier episodio cultural. Incluso las prácticas funerarias son consideradas como uno de los hechos definidores de la capacidad simbólica de la especie humana. Sin embargo, es imposible establecer cuál es la intención última de las primeras evidencias funerarias documentadas en el registro arqueológico, aunque sí se pueda suponer una determinada carga simbólica y afectiva en este tipo de acciones. Con el tiempo, el tratamiento post – mortem de nuestros seres más cercanos se ha convertido en un componente de una profunda carga cultural por encima de cualquier otro aspecto. Detrás de cada ritual funerario existe todo un lenguaje simbólico y cultural que ofrece una información extremadamente útil y completa sobre la sociedad que lo realiza.
 

Stećci en el Museo Nacional de Bosnia y Herzegovina
Sarajevo
Fotografía: Luis Pérez Armiño

La actual investigación histórica no ha sido capaz, todavía, de formular una teoría válida sobre el significado último de los stećci. Estas colosales estructuras funerarias (stećak en singular) constituyen uno de los grandes misterios sin resolución de Bosnia y Herzegovina. Su presencia se reparte por todo el país y no parece obedecer a una secuencia pautada. Lo único cierto es que pueden relacionarse con determinadas prácticas funerarias llevadas a cabo en esta región balcánica durante la Edad Media, coincidiendo con los siglos de esplendor del antiguo reino de Bosnia. Su amplitud cronológica se extiende hasta la conquista turca en el siglo XV.
Los stećci son fácilmente identificables. El antiguo Museo Nacional de Bosnia y Herzegovina de Sarajevo custodiaba valiosos ejemplares en sus jardines. Son grandes estructuras funerarias de piedra de formas regulares. Lo más interesante consiste en sus epitafios, escritos en el peculiar alfabeto cirílico bosnio (Bosančica), y la decoración a base de ingenuos relieves con distintas figuraciones geométricas, zoomorfas e, incluso, antropomorfas. Son precisamente éstas las que pretenden guardar extraordinarios secretos que se esconden tras las enigmáticas figuras de hombres que parecen saludar al visitante. Para unos, serían vestigios de antiguas herejías, la de los bogomilos, que entendían la simpleza dual de un mundo a la deriva entre el bien y el mal; para otros, no sería más que la manifestación cultural de un antiguo reino en el que se encontraron tres confesiones cristianas: la católica, la ortodoxa y la indígena. Esta última, la bosnia, sería perseguida con mayor o menor fortuna, según los intereses estratégicos y políticos, por las autoridades eclesiásticas de Roma o Bizancio.

Una antigua tumba turca en Sarajevo
Fotografía: Luis Pérez Armiño

La peculiaridad religiosa bosnia sería la explicación, para muchos autores, de la acogida calurosa a los invasores turcos en la segunda mitad del siglo XV. Los bosnios, hastiados de las persecuciones orquestadas tanto por católicos como por ortodoxos, decidieron acoger a los turcos y a su nueva religión hasta el punto de abrazar el Islamismo. En ese momento, el panorama funerario bosnio mudó su cara y los antiguos stećci fueron abandonados y sustituidos por nuevas tendencias fúnebres aportadas por los otomanos. Los pueblos y ciudades de Bosnia se llenaron de blancos camposantos con las tumbas dispuestas en perpendicular según la dirección a La Meca, caracterizados por las lápidas masculinas coronadas por majestuosos turbantes y las simples de las mujeres, ambas con sus epitafios de marcado carácter religioso.
En ciudades como Sarajevo, verdadero crisol de culturas, los cementerios parecían desparramarse desde las colinas como relataba Ivo Andrić. Y la Jerusalén de los Balcanes acogió gustosa las necrópolis de musulmanes, ortodoxos, católicos y de los judíos sefardíes, llegados a finales del siglo XV desde la lejana península Ibérica, de donde habían sido expulsados por la intolerancia de los Reyes Católicos.

Cementerio en la antigua ciudad
olímpica de Sarajevo
Fotografía: Luis Pérez Armiño

Fue a finales del siglo XX cuando los cementerios decidieron reclamar de nuevo su papel protagonista en la historia bosnia. En la capital, en Sarajevo, las tropas serbo – bosnias decidieron someter a la ciudad a un cruel asedio que se prolongó desde 1992 hasta 1995. Los habitantes de Sarajevo no disponían de alimento, de agua, de combustible ni de electricidad. Pero ante todo, en el ánimo de los sitiadores persistía con insistencia la idea de arrebatar la última posesión de Sarajevo: su dignidad. Ni siquiera en los cementerios la paz se respetó y las honras fúnebres se convirtieron en una cruel ruleta en la que siempre participaban como ganadores los francotiradores serbios. Un hecho tan primigenio como enterrar a los muertos se convirtió en una actividad de riesgo. La metódica barbarie de la guerra se cobró más de once mil víctimas en la ciudad. Los cementerios no fueron capaces de digerir el macabro saldo del asedio. Los antiguos campos de fútbol, los parques, la orgullosa ciudad olímpica, se convirtieron en improvisados camposantos donde ni siquiera los muertos podían descansar.
Alfonso Armada contaba uno de los rumores que circulaba de boca en boca en los inviernos de la cercada Sarajevo. Se decía que las lápidas de madera eran robadas para convertirse en leña. Por eso, muchos enterraban a sus muertos con una botella donde se escribía el nombre del fallecido (El País, 14 de diciembre de 1992). Hoy, los cementerios todavía recuperan a sus víctimas mientras rodean las colinas de la ciudad y extienden sus dominios, testigos mudos de la reciente guerra. Los sepulcros excesivamente blancos puntean toda la cartografía de Sarajevo recordando la despiadada historia reciente de Bosnia.
Luis Pérez Armiño