La influencia que Julio Cortázar ejerce sobre la obra de José Cantabella, amplia y bien asimilada, persiste en su segundo libro, Historias de Chacón, una carpeta de apuntes, reflexiones, humoradas, pequeños relatos y fragmentos, que tienen el encanto de la variedad y la frescura de una prosa ágil. El escritor se adentra con igual pericia en los territorios de la cachaza (“Cuando por fin Chacón encontró el punto G, Angélica Brown llevaba ya dormida un buen rato”, p.44), de los giros inesperados (“No podía creer Chacón que su jefe, un hombre tan cabal, engañara a la querida con su propia esposa”, p.129) o del mundo onírico desbordado hacia la vigilia (“Cuando Chacón llegó a la oficina y vio la cara demacrada de su compañera, se acordó que había soñado con ella y hacían el amor toda la noche”, p.61).Los restantes homenajes del libro se orientan en dos direcciones muy claras: bien se exponen de manera explícita, con nombre y apellido, para que cualquier lector conozca al destinatario del aplauso (Manuel Puig, Eloy Sánchez Rosillo, Gabriel García Márquez); bien se edifican sobre la composición de textos que, por su tema o su aroma literario, invitan a los lectores más curtidos a descubrir por sí solos la fuente de inspiración. Como ejemplos más destacados de esta última fórmula se podrían anotar el breve apunte titulado “El comensal” (que nos remite al inicio de la novela 62, modelo para armar, de Julio Cortázar) o “El fin del fin del mundo” (inspirado en una anécdota que Juan Bonilla incluyó en su obra Nadie conoce a nadie).Literatura, pues, para enamorados de la literatura. Como siempre lo fue José Cantabella.
La influencia que Julio Cortázar ejerce sobre la obra de José Cantabella, amplia y bien asimilada, persiste en su segundo libro, Historias de Chacón, una carpeta de apuntes, reflexiones, humoradas, pequeños relatos y fragmentos, que tienen el encanto de la variedad y la frescura de una prosa ágil. El escritor se adentra con igual pericia en los territorios de la cachaza (“Cuando por fin Chacón encontró el punto G, Angélica Brown llevaba ya dormida un buen rato”, p.44), de los giros inesperados (“No podía creer Chacón que su jefe, un hombre tan cabal, engañara a la querida con su propia esposa”, p.129) o del mundo onírico desbordado hacia la vigilia (“Cuando Chacón llegó a la oficina y vio la cara demacrada de su compañera, se acordó que había soñado con ella y hacían el amor toda la noche”, p.61).Los restantes homenajes del libro se orientan en dos direcciones muy claras: bien se exponen de manera explícita, con nombre y apellido, para que cualquier lector conozca al destinatario del aplauso (Manuel Puig, Eloy Sánchez Rosillo, Gabriel García Márquez); bien se edifican sobre la composición de textos que, por su tema o su aroma literario, invitan a los lectores más curtidos a descubrir por sí solos la fuente de inspiración. Como ejemplos más destacados de esta última fórmula se podrían anotar el breve apunte titulado “El comensal” (que nos remite al inicio de la novela 62, modelo para armar, de Julio Cortázar) o “El fin del fin del mundo” (inspirado en una anécdota que Juan Bonilla incluyó en su obra Nadie conoce a nadie).Literatura, pues, para enamorados de la literatura. Como siempre lo fue José Cantabella.