Revista Cine

Historias de Filadelfia (The Philadelphia story; U.S.A., 1940)

Publicado el 28 septiembre 2011 por Manuelmarquez

Historias de Filadelfia (The Philadelphia story; U.S.A., 1940)Escribir sobre los grandesclásicos (e ‘Historias de Filadelfia’ lo es, sin ningún género de dudas, y conuna posición señera dentro de tal categoría) no es tarea fácil; no es cuestiónde dificultad técnica, en absoluto, sino del punto de atenazamiento que aquejaal humilde escribiente que se apresta a la tarea, ante el cúmulo de “amenazas”que ante él se ciernen, entre ellas, dos fundamentales: la de resultarrecurrente y/o reiterativo, ante la alta probabilidad de que todo aquello quepueda aportar, nada nuevo venga a añadir a lo ya dicho y escrito (normalmente,de un volumen superlativo); o la de resultar involuntariamente snob, si seentra a cuestionar críticamente aquello que, de manera generalizada, ha sidosantificado por la acumulación de décadas de asentimiento a la condiciónasignada (de obra maestra) a la película de marras.
En consecuencia, y dadoque asumo plenamente que no me veo con las fuerzas necesarias para conjurarninguno de esos dos peligros, me limitaré a poner en práctica un ejercicio ventajista,tan elemental como el de lanzarme a sus fauces sin más vía de defensa que la deapelar a la comprensión y el cariño con que habitualmente ustedes, amigoslectores, acogen los desvaríos de este osado juntaletras. Vayamos, pues, aello.
Recurrencia y reiteración.O sea, que habremos de decir que ‘Historias de Filadelfia’, que no llega adesplegar la vivacidad espídica de esa screwball comedy que se enseñoreaba, enaquellos inicios de los años cuarenta del pasado siglo, del género cómico, síque exhibe un brío y un ritmo apreciables, con los cuales desarrolla unahistoria convencional de amoríos de ida y vuelta, con su puntito de enredos ymescolanzas, en la cual juega un papel fundamental, como elemento con queatrapar el interés del público, la alternancia de vaivenes emocionales a cargode sus varios protagonistas. O, ya metidos en tal tesitura, habrá que indicarque su guión está confeccionado con un mimo exquisito, alcanzando el nivel delas más bruñidas y doradas piezas del género a base de encadenar diálogosingeniosos y chispeantes, dando soporte a episodios y situaciones no menosdeslumbrantes. Por último, y para poner colofón a tal repaso, ¿cómo nomencionar a su trío protagónico, integrado por tres de los nombres más grandesque Hollywood haya dado a lo largo de toda su historia; tres intérpretes que,por sí solos, llenan la pantalla y engrandecen cada plano y que, juntos,multiplican, no por tres, sino por trescientos, el nivel de encanto y eleganciatransmitido por las imágenes? Katherine Hepburn (sí, sería veneno para lataquilla, pero luz para el celuloide…), James Stewart (el hombre tranquilo,pero deslumbrante) y Cary Grant (sin comentarios, no se precisan). ¿Hay quiendé más? Cerremos aquí este rubro.
Y vayamos, ahora, al más peliaguado. Porque meconsta que sonará esnob, provocador o incoherente (o, probablemente, las trescosas, a la vez). Pero es que a mí, ‘Historias de Filadelfia’ no me termina deconvencer: su historia no me engancha, no sé si por sus aspectos esenciales(devaneos amorosos con los que ni sintonizo ni empatizo, puestos a cuajarpareados ripiosos…), o por el entorno (de cierta fastuosidad y lujo) en que sedesarrolla; y, en cuanto a su trío de intérpretes, la Hepburn, ciertamente, lucefastuosa e ilumina el plano sin necesidad de arco voltaico alguno, y los“chicos” lo hacen francamente bien, pero me transmiten la impresión de queaportan demasiado brillo, de manera que el de cada cual termina eclipsando alde sus dos partenaires, sobre todo desde el punto de vista dramático. Sobre eltrabajo de Cukor, nada que objetar: una muestra acabada de eso que en la jergase denomina la “mano invisible” del director (lo cual quizá venga a redundarmás en su mérito que en lo contrario). Conclusión, pues, un tantodescorazonadora —aunque no sorprendente;ya me pasó algo similar con títulos como ‘Arsénico por compasión’ o ‘Lafiera de mi niña’
Quedo, pues, tumbado sobreel crucifijo (cortesía de la casa). ¿El martillo y los clavos? Habrán de  ponerlos ustedes, amigos lectores; y aporreen(eso sí, con piedad).
* APUNTE DEL DÍA: publiqué hace un par de días en La Butaca mi crítica sobre una peli que me ha gustado  muchísimo, 'No habrá paz para los malvados'. Después de ver a Coronado, tengo la completa seguridad, amigos lectores, que se pensarán con detenimiento lo del bífidus activo...

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