Revista Salud y Bienestar

Historias de fonendoscopio. El tiempo pasa y la gente es más joven.

Por Saludyotrascosasdecomer
Ya no quedamos muchos, que el tiempo es un perro veloz con las mandíbulas fuertes, de los que nos sentábamos de vez en cuando a esperar a que ellos dijeran nuestro nombre mientras leíamos el periódico o escuchábamos el sonido de la lluvia en el cristal de la ventana o con la vista, envidiosos y tristes, seguíamos las líneas invisibles que en el aire dejaban las carreras de los guajes por los pasillos y sus carcajadas o las súplicas de las madres preocupadas y libres o esclavas. Hombres encorbatados, serios y con molde de tipos importantes iban dejándose ver a medida que la mañana avanzaba, portaban maletines de cuero y aguardaban pacientes su turno. Ya no quedamos muchos, ¿verdad? Y uno menos desde el viernes, que ayer en el chigre, entre el cortado y la crónica del partido del Sporting, me contaron lo de Antolín. Siempre pedía cita a media mañana y, si no estaba vacía la silla en la esquina frente al ficus, se quedaba de pie, al lado de la ventana que daba al patio interior. Dicen que fue la diabetes. Andaba ya pinchándose la insulina.
Ahora que lo pienso, perdí la cuenta de los que he conocido. Me gustó más el que nunca o casi nunca llevaba retraso, no más de diez minutos. Sabía que, después de la consulta, me daría tiempo a nadar en el Arbeyal hasta el mediodía. Menos el que te llamaba por el altavoz del pasillo y te miraba poco o mal o nada, que en alguna ocasión ni a sentarme me dio tiempo y, ya ves, que yo no siempre consultaba por las dichosas almorranas. Más el que aparecía en el quicio de la puerta y te nombraba y, a veces, te daba la mano y preguntaba cómo anda, con un acento seco y duro pero de palabras amables. Más la que siempre me preguntaba por la mujer y a ella por mí y le resultaba extraño que nunca fuésemos juntos a verla. Menos, claro, aquel que no quiso pasarme por el seguro los antibióticos del dentista porque entonces los pagaríamos todos, decía. Más, mucho más, aquella que se acercó una noche a casa a ver mi hija que ardía en la cama, una noche de viento y de lluvia que incluso tuve que salir a buscarla al cruce porque se había perdido. Menos el que me dijo el tiempo de un médico es de oro y no estoy aquí para tonterías que tengo que ver cincuenta. Y más, tal vez la que más, la nueva, la que llegó hace un par de meses, que parece mentira con lo joven que es y ya doctora. No sé qué ocurre, se lo dije ayer a la mujer mientras comíamos, pero cada día que pasa la gente es más joven.

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