J. L. Sáenz de Heredia dirigió esta película en 1955, compuesta por tres historias que une la radio en la España de mediados del siglo XX. En la primera, un entrañable Pepe Isbert, científico romántico que busca las tres mil pesetas de un concurso radiofónico para poder culminar su invento, nos sitúa ante la precariedad permanente de la ciencia en España. En la segunda, Angel de Andrés nos presenta a un inquilino agobiado por el pago del alquiler que se ve obligado a intentar robar y al que un concurso radiofónico puede salvar. En la tercera, un maestro de pueblo, Alberto Romea, participa en un concurso radiofónico para salvar la vida de un alumno. El estado de miseria de la ciencia, el problema de la vivienda, el atraso de la sanidad son abordados bajo la aparente fórmula de la comedia, pero con el fondo del neorrealismo italiano. La radio ofrece la posibilidad de salvarse por una especie de milagro. La estructura del Estado no ofrece ninguna solución, ninguna salida. En la tercera historia, cuando se plantea la posibilidad de que el Estado pueda costear el viaje del niño enfermo hasta Suecia, donde un doctor se ofrece a operarlo de forma gratuita, se acaba haciendo un canto a Adam Smith y la teoría de que el Estado solo está para arreglar caminos y poco más. El liberalismo de conveniencia ante la impotencia de una dictadura. La radio es la tabla de salvación de un país sumido en la miseria. El humor parece enjuagar la crudeza en una combinación de géneros difícilmente superable. Podemos percibir un aire común en las películas de Berlanga de la época, aunque Sáenz de Heradia pueda parece menos cáustico.