Hasta el sábado pasado no sabía nada de Robert Walser; de hecho, nunca había oído hablar de él. Pero ese día, esa fría mañana, después de hacer algunas compras decidí parar en un café cerca de casa a tomarme algo calentito. Y me puse a leer la revista "El Cultural" (22/01/2011)...
"Son raros lo méritos de un hombre apacible que pretendía pasar inadvertido y acabó, aunque no sea culpa suya, estampado su nombre en el friso de los clásicos. Paradójicamente, Robert Walser reunió una biografía insólita, salpicada de misterio, a fuerza de renunciar a hechos memorables. Su vida entera consiste en peripecias comunes como nacer en Suiza, ser escritor pobre, humilde y fracasado, y dar paseos. Ejerció con sostenida convicción la servidumbre en oficinas diversas, en el servicio doméstico, como aprendiz de esto y lo otro. Para no estar, vivió en cien sitios antes de establecerse en el definitivo asilo de dementes, donde reprodujo la dilatada reclusión de Hölderlin. Para no ser, evitó cualquier forma espectacular de protagonismo. Escribía en su soledad tenaz acerca de menudencias, con letra diminuta, y lo dejó para seguir estando solo. Murió caído en la nieve (hay testimonios fotográficos) y eso es todo. ¿Todo?"
En la mayoría de los casos me acerco a la biografía de los escritores después de haber leído alguna de sus obras; en este caso, no será así. El escrito de Fernando Aramburu, junto con algún otro dato biográfico incluido en el artículo, me han hecho interesarme por el escritor. La Editorial Siruela acaba de publicar su libro "Historias", que se publicó por primera vez en 1914 pero que nunca antes había sido traducida a nuestro idioma (la traducción corre a cargo de Juan José del Solar). En la contraportada del libro se lee esta sentencia de Herman Hesse
"El mundo sería mejor si Walser tuviera 100.000 lectores."
Yo ya no necesito nada más...